Javier Cercas; el Monarca de las Sombras

Javier Cercas (Cáceres, 1962) logró ajustar cuentas con su pasado para reconciliarse con la memoria de su tío abuelo Manuel Mena, un joven de 17 años que al estallar la Guerra Civil Española se alistó en el ejército de Francisco Franco y participó en los combates más duros de la guerra, hasta perder la vida en la Batalla del Ebro, en 1938, quedando en el lado equivocado de la historia, reconoce el autor que se encuentra en México.

Ese ajuste llega con El monarca de las sombras, su novela más reciente, íntima e incómoda, donde recrea los pasos de Mena a base de una prosa hipnótica, afantasmada e hiperreal, en la que el autor plantea un diálogo entre ficción e historia, entre lo ético y lo moral, el mito y la realidad, el bien y el mal, para construir un puente entre memoria e historia que le permite mostrar cómo muchas personas eligen un lado equivocado… pero eso no las define en las peores personas.

Obviamente Manuel Mena fue engañado y enviado a la guerra como muchos otros niños”, ataja el autor, “porque las guerras las hacen los niños haciéndoles creer que son maravillosas y que solucionan los problemas, y les decimos que en éstas uno da lo mejor de sí mismo para defender la familia y nuestra patria… ¡Mentiras!”, afirma en entrevista el también autor de El vientre de la ballena y Anatomía de un instante.

Dulce et decorum est pro patria mori (Es dulce y honorable morir por la patria), dice el epígrafe de El monarca de las sombras. “Y en esa frase despiertan las mentiras con las que los adultos engañamos a los niños y los enviamos al matadero. Obviamente ese chaval fue víctima de eso y de una ideología tóxica llamada fascismo que prometía la gloria y terminó por crear un infierno”, abunda.

Pero en el fondo de esta narración belicosamente antibelicista, dice, hay un planteamiento y una pregunta esencial desde la épica, una pregunta sin respuesta que resuena en voz alta: ¿Merece la pena jugarse la vida a costa de valores en que uno cree?

Después aclara: “Pero lo que intenté con este libro es entender, no justificar. Ese chico se equivocó. ¡Mi familia se equivocó! Y entender eso es darme los instrumentos para no cometer los mismos errores. Porque para mí, la literatura es útil y sirve de mucho, siempre y cuando no intente ser pedagógica o propagandística”.

Y añade: En este viaje “entendí algunas cosas, pero todas son incómodas; las verdades de la literatura no son tranquilizadoras, sino desasosegantes, y entendí que se puede tener la razón política y no la razón moral, o se puede tener la razón moral… y no la razón política”.

El propio autor desglosa la idea: “Hoy sabemos que los republicanos españoles tenían la razón política, porque defendieron un sistema democrático frente a una agresión y un golpe que buscó una dictadura. Los republicanos tenían la razón política, mientras que Manuel Mena y mi familia… no la tuvieron. Se equivocaron y eso fue un error grave”.

Pero esto no significa que todos los republicanos fueran buenísimas personas. “Digamos que quienes asesinaban curas y monjas, a sangre fría, tenían una razón política, porque defendían una causa justa, pero no tenían la razón moral. Y a la inversa: hubo franquistas que se rebelaron contra un régimen democrático, quienes se equivocaron gravemente, pero lo hicieron creyendo que era lo mejor. Yo no podría decir que este chaval fuera peor persona que yo: él no tenía la razón política, pero no tengo ninguna razón para pensar que no tuvo la razón moral. Esto siempre ocurre así y por eso los infiernos se construyen con los mejores sentimientos”.

HERENCIA VIOLENTA

Para Javier Cercas, esta novela fue muy difícil y le llevó toda su vida literaria. “Desde siempre he tenido la figura de este personaje en la cabeza, porque mi madre —la verdadera protagonista de esta novela— me la heredó con un enigma en su interior: el símbolo de la adhesión familiar con una causa injusta: el franquismo”.

¿Yace en esta novela una parte de violencia y catarsis?, se le cuestiona al autor. “Digamos que esta historia también es símbolo de mi herencia más violenta. En el fondo esta novela habla de la herencia violenta con que todos cargamos”.

¿Por qué tardó tanto en escribirla? “Son muchos motivos. Uno es que no sabía cómo convertir esta historia tan personal e íntima, en universal. Porque eso hace la literatura ¿no? Aunque hablemos de un pequeño pueblecito donde todos están muertos, como en Comala, ahí estamos todos. Rulfo no habla de México, sino del mundo.

Además, había otro problema: la obligación de abordar el pasado más duro de mi familia, es decir, averiguar qué hizo mi familia durante la Guerra Civil, y asumir mi herencia de violencia, que es la más difícil, porque todos intentamos esquivarla”.

¿Por qué decidió dos narradores contrapuestos que tiraran de la historia? “Es verdad. Por un lado, hay un narrador con rostro de historiador, que es quien va al pasado y, con la mayor frialdad y distancia posible, lo reconstruye; es quien consulta documentos, me corrige y habla de mí en tercera persona. Mientras que en el otro lado hay un narrador llamado Javier Cercas —que soy yo o se parece a mí—, quien reconstruye el proceso (de escritura), como una especie de making off”.

Y añade: “Hace poco leí en una carta de Italo Calvino donde afirma que hay libros donde contar el proceso de hacer la novela es una obligación moral. ¡En ésta lo era! A lo mejor en todos los libros ésa es una obligación moral y estética”

¿Hay una lucha entre memoria e historia en El monarca de las sombras? “Más bien es un diálogo entre memoria e historia, ambas son complementarias y no enemigas. Considero que pueden y deben trabajar juntas con un fin: reconstruir la verdad de lo que pasó. En el fondo la novela es una batalla por rescatar un pasado irrecuperable; el pasado es un pozo oscuro en el que vemos destellos aquí y allá”.

¿Coincide en que las novelas son sueños o pesadillas que nunca terminan? “Es verdad y no acaban porque tiene prolongaciones inesperadas. Porque las novelas no sólo las escribimos los autores, sino también los lectores”.