Sectas virtuales: el lado más oscuro de las redes sociales

El discurso del sinfín de beneficios y la modernidad que trajo consigo Internet debe ser superado. Hablar de lo increíble que resulta comunicarse en tiempo real con alguien del otro lado del mundo, la maravilla de hacer compras en línea o lo impensado que resultaba, hace unas décadas, compartir toneladas de información nada más deslizar un dedo. Clichés que apuntan a la sosería y el lugar común. También –y sobre todo– es una gran irresponsabilidad en pleno siglo XXI, cuando los alcances y la expansión de la red acarrean consecuencias impensadas, incluso para las novelas más utópicas de ciencia ficción.

Creer que Internet es uno de los inventos más revolucionarios de la humanidad no es descabellado, pero imaginar que la red es pura bondad y progreso, resulta idealista y trasnochado. El contexto actual no sólo enfrenta problemas obvios por su naturaleza virtual y el anonimato del medio; como la pornografía infantil, el robo de datos personales o la privacidad. La red también es un reflejo de la sociedad que la creó y como tal, heredó los vicios y demonios de todo el mundo.

Negocios sucios, tráfico de personas, fanatismos, ignorancia y el poder de la desinformación son situaciones que se trasladaron al plano virtual y operan con mayor fluidez desde la red. Un caso poco conocido es el de las sectas virtuales, grupos cerrados que operan en las redes sociales y bajo la misma lógica secular de alienación y exclusividad, cooptan a los usuarios más ingenuos y activos de Internet: los adolescentes.

Como toda secta, se trata de seguir ciegamente las palabras o actos de cierta ideología o líder. No obstante, sus versiones virtuales van un paso más allá. Su objetivo no es visible y su modus operandi es un reflejo de la poderosa necesidad de pertenencia y aparición, negada una y otra vez en el mundo real, especialmente a los más jóvenes.

Ante la aparente imposibilidad de influir en cualquier espacio de la vida material (no sólo social, también personal), las sectas virtuales conforman resquicios de identificación y afinidad que funcionan como un válvula de escape ante la constante frustración de la realidad. La organización trata de actuar de forma coordinada a través de “conductas disruptivas” que son perseguidas por las política de las redes sociales y mal vistas por el resto de los usuarios.

El principal medio de surgimiento de las sectas virtuales es la red social más grande del ciberespacio, Facebook. A través de grupos cerrados, los usuarios se organizan en torno a los administradores para compartir pornografía, imágenes y vídeos gore. Además de denunciar una publicación o página para provocar su caída, o realizar funciones propias de trolls para desinformar, acosar desde la red o crear tendencias con su nombre.

El riesgo de que alguna de estas acciones trascienda el ciberespacio para influir en la vida real aumenta exponencial y directamente al tiempo que la ignorancia e ingenuidad de los más jóvenes frente a una computadora o smartphone. El ejemplo inmediato está en el fenómeno de la Ballena Azul, un juego a modo de reto que habita Facebook, donde a través de una relación jerárquica, el administrador de una página “obliga” a un usuario a seguir un conjunto de instrucciones, con el objetivo final de quitarse la vida.

Ante tal escenario, la cuestión fundamental resulta tan evidente como absurda: ¿quién estaría dispuesto a seguir las órdenes de un usuario desconocido para hacerse daño? No obstante, los casos de adolescentes víctimas de la Ballena Azul reafirma la máxima de Carl Sagan sobre el riesgo de habitar una sociedad tecnológica y científicamente discapacitada: «Vivimos en una sociedad basada en la ciencia y la tecnología en la que nadie sabe nada de estos temas. Esta mezcla combustible de ignorancia y poder tarde o temprano, va a terminar explotando en nuestras caras». Es innegable la maravilla de Internet, pero al mismo tiempo, resulta prioritario hacer de la red un entorno libre, seguro, independiente y de acceso universal para aprovechar el grueso de sus potencialidades.