La verdad sobre los sustitutos

Si duele, no es amor; es cualquiera de los sustitutos con los que lo confundimos: enamoramiento, codependencia estandarizada, incluso obsesión, ninguno de ellos, por cierto, excluyente del cariño, lo que justamente propicia la confusión.
El verdadero amor es ausencia de miedo en nuestros afectos profundos, especialmente por aquellos ante quienes somos más vulnerables.
No se trata de “ponerse de pechito”, sino de saber con certeza que cualquier conducta de otro que nos hiera, como abandono, traición y abuso, es opuesta al amor.
Pero si supiéramos amar no nos relacionaríamos con personas capaces de herirnos, porque no estaríamos sintonizados con los sustitutos del amor.
Cuando amamos nos sentimos alegres, ligeros, seguros, compasivos, generosos, cariñosos y vivimos con profundidad. Cuando realmente amamos no aceptamos de los otros algo distinto.
Bajo la Ley del Amor no deseamos poseer ni restringir ni encadenar, ni transformar a nuestro gusto; impulsos, todos éstos, propios de los sustitutos.
El amor mira por la libertad, la creatividad, el bienestar, la tranquilidad y el crecimiento del otro, en sus propios términos.
Si esta explicación sobre el amor le suena absurda o inalcanzable, se ha conformado con los sustitutos. Amar a morir sería la frase que mejor los define. Estaremos dispuestos a consumirnos, de golpe o poco a poco, para obtener y retener lo que creemos necesitar, movidos por el miedo a quedarnos para siempre con la carencia.
Ahora, le tengo una buena noticia: “el amor”, como lo esté viviendo ahora, es aquel que necesita para aprender a amar realmente. Usted decide si aprende o no. Para comenzar, hay que identificar los sustitutos.
El más popular de ellos, el enamoramiento, es una pasión, es decir, una emoción muy fuerte y persistente, pero regulada, que nos puede llevar a la felicidad o al sufrimiento, pero nunca a la tranquilidad, porque es adrenalina, dopamina, oxitocina y serotonina en cantidades ingentes. Vaya, estar enamorado es como estar drogado, de ahí que sea adictivo.
Se trata de una alteración temporal de la conciencia en la que el ser “amado” es prácticamente perfecto para subsanar nuestras carencias.
Hay quien lo describe incluso como un estado pre psicótico, con una sublime expansión del yo, que no ve en realidad al otro, sino a su propia idea del otro y de la relación.
Cuando acaba se convierte en uno de los más estrepitosos fracasos en la vida. Porque acaba: está científicamente comprobado. Dura de tres meses a tres años.
Así que cuando alguien, después de más de tres años de casado, novio, arrejuntado, o cualquier otro estatus parecido, dice: yo todavía estoy enamorado, enamorada, está confundido. Si no está realmente amando, se está consumiendo en cualquiera de los otros sustitutos del amor: la codependencia estandarizada o la obsesión.
Sobre la codependencia estandarizada, o sea, la común vida cotidiana en pareja, diremos que existe un amplio espectro de relaciones, no exentas ciertamente de afecto: unas aburridas, otras como montañas rusas; desde las lejanas y frías, guiadas por el conflicto entre la necesidad y el miedo a la conexión; hasta las que de tan cercanas y conflictivas se vuelven destructivas, basadas en el miedo a la pérdida.
Estas últimas, muerto el enamoramiento, pueden estar siendo limerencia, es decir, obsesión de “amor”. Una idea tenaz y persistente se apodera de nuestra mente y nuestra vida: me traicionarán, me abandonarán, me dejarán de amar.
Comienzo a hacer todo aquello que creo lo evitará y exijo la recompensa de la reciprocidad para confirmar que estoy teniendo éxito, pero nunca llega.
En la limerencia, la necesidad de recompensa se convierte en nuestro oscuro universo.
Nos tapa la luz. No obtenerla es, aunque magnificada, una tragedia parecida a la que vivimos de niños —quizá el origen del problema—, cuando, después de portarnos bien todo el año, Santa Claus o los Reyes Magos no nos trajeron lo que pedimos.