La crucifixion y la democracia

El peso de la tradición de esta semana mayor se impone y, al margen de la práctica religiosa, ahora que los temas de populismo, democracia e imperio de la ley ocuparon los espacios de mi anterior columna, ha venido a mi memoria el texto de Gustavo Sagrebelsky (del cual he tomado el título de esta colaboración), que llegó a mis manos en aquellos momentos aciagos de mi vida, en los que el linchamiento de la opinión pública en mi contra se hizo presente, con todas las consecuencias que ello implica.
Queriendo contribuir a explicar el fenómeno que en esos momentos tenía lugar, alguien me envió este libro que leí con mucho interés y cuyo recuerdo me acompaña hasta ahora, especialmente en estos tiempos en que vivimos simultáneamente, por una parte, la conmemoración de la crucifixión de Cristo por decisión mayoritaria de una turba enardecida y por la otra, este fenómeno populista que se presenta en varias latitudes y que lleva a los pueblos a tomar decisiones polémicas, cuyo efecto podría volverse en contra de ellos mismos.
En aquel episodio de la historia cristiana, Pilatos se lava las manos y acude al plebiscito popular para determinar la suerte de dos procesados: Jesucristo y Barrabás y por una abrumadora mayoría, el pueblo decide la liberación de un bandido y la muerte de Jesús. Así, el “hijo de Dios” para sus seguidores y el blasfemo para los judíos es crucificado, materializándose una de las grandes injusticias de la historia de la humanidad. Para una inmensa mayoría, hoy en día, una decisión calificada como equivocada, por decir lo menos.
En estos días de asueto, en que tenemos la oportunidad de salir del agobio laboral o académico, se abre espacio para la reflexión profunda, como lo ha hecho Alberto Penadés en un artículo publicado en www.eldiario.es esta misma semana, en el cual se hace una doble pregunta que yo, para efectos de esta columna, hago también mìa: ¿Puede la mayoría estar equivocada? ¿Es la decisión mayoritaria mejor porque es más democrática?
Dicho columnista, cuyo artículo resulta muy recomendable para leerse, se aventura por terrenos a los que no pretendo acercarme. Yo me quedo solo en el hecho de que, en las democracias modernas se están tomando decisiones democráticas que, bien a bien, no sabemos qué tan benéficas resultarán en el futuro para los pueblos que ahora las toman. Ahí tenemos, a manera de ejemplo, el caso del Brexit en Gran Bretaña o de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América.
Igualmente, dirijo mi reflexión a revisar la forma en la que se puede apelar a la “sabiduría popular” para justificar o validar aviesas e interesadas intenciones de ciertos actores políticos, expertos en comunicar y excitar a las mayorías. Y en relación con ello, llamar la atención acerca de los posibles efectos de estos fenómenos políticos, tan comunes en nuestros tiempos.
Verónica Ortiz, refiriéndose a este mismo libro en otro artículo publicado en El Economista en 2014, señala. “… El autor concluye alertando contra el actual sentimiento generalizado, contrario a la política organizada. Se apela a reiterados referéndums, constantes disoluciones de órganos electivos y sondeos con resultados ampliamente publicitados. La des-institucionalización de la democracia, adulando la sabiduría natural de la gente común, puede desembocar en un resultado autoritario, oculto bajo formas que parecen “ultrademocráticas”. Si alguien lo duda, agrego yo, que voltee a ver lo que sucede hoy en día en Venezuela.
Dejemos que el propio Sabrebelsky nos lleve de la mano en la parte final de esta cavilaciòn: “…Volvamos una vez más al proceso contra Jesús. La multitud que gritaba ¡crucifícale! era exactamente lo contrario de lo que presupone la democracia crítica: tenía prisa, estaba atomizada pero era totalitaria, no tenía instituciones ni procedimientos, era inestable, emotiva, y, por tanto, extremista y manipulable… Una multitud terriblemente parecida al ‘pueblo’, ese ‘pueblo’ al que la ‘democracia’ podría confiar su suerte en el futuro próximo. Esa turba condenaba ‘democraticamente’ a Jesús y así terminaba reforzando el dogma del Sanedrín y el poder de Pilato. Podríamos entonces preguntarnos quién, en aquella escena, ejercía el papel de verdadero amigo de la democracia.
Para Zagrebelsky, “…el amigo de la democracia -de la democracia crítica- es más bien Jesús: aquel que, callado, invita hasta el final al diálogo y a la reflexión retrospectiva. Jesús que calla, esperando ‘hasta el
final’, es un modelo. Lamentablemente para nosotros, sin embargo, nosotros a diferencia de él, no estamos tan seguros de resucitar al tercer día y no podemos aguardar en silencio hasta el final. Por eso la democracia de la posibilidad y de la búsqueda, la democracia crítica, tiene que movilizarse contra quien rechaza el diálogo, niega la tolerancia, busca solamente el poder, y cree tener siempre la razón. La mansedumbre -como actitud del espíritu abierto al diálogo, que no aspira a vencer sino a convencer y está dispuesto a dejarse convencer- es ciertamente la virtud capital de la democracia crítica…”.