Ray Loriga; un notario poco fiable

Cuando Ray Loriga (Madrid, España, 1967) era joven, imaginaba ser como Mark Twain, Joseph Conrad o Marguerite Duras, un escritor con una prosa llena de viajes y experiencias. Entonces tenía 17 años. Tiempo después publicó sus primeros relatos en algunas revistas, y ocho años después ideó Lo peor de todo, su primera novela, y Héroes, historias que lo convirtieron en el abanderado de la Generación X, en el autor ibérico que explotó la fórmula underground, con el sonido noventero del rock y el eco de la generación beat.

Hace unos días, aquel chico que ya alcanzó medio siglo de vida bajo el reconocimiento de un original y veterano escritor que alterna entre la literatura y el cine, resucitó en la escena literaria con el XX Premio Alfaguara de Novela por Rendición, la novela que llegará México el próximo verano, la cual ha sido definida como una historia kafkiana y orweliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva, una parábola de nuestras sociedades expuestas a la mirada y al juicio de todos.

Aquel día, Loriga mostró su personalidad franca, áspera e irónica, mientras reconocía dos de sus mayores tutelas: la crudeza del neerlandés Thomas Bernhard y los murmullos del mexicano Juan Rulfo, a 100 años de su nacimiento. “Yo no sería quien soy sin Juan Rulfo. Eso para empezar. Todo lo medianamente inteligente que salga en Rendición, probablemente lo vi, de alguna manera, en la sombra de Juan Rulfo. Porque es muy difícil caminar sin sombras; las sombras son amparos, cobijos, protecciones e ideas que se prolongan, y según es el Sol más larga es la sombra”, explicó el pasado miércoles el madrileño.

Horas después, el editor y ensayista Pável Granados,  compartió en redes sociales una entrevista con Ray Loriga —cuyo verdadero nombre es Jorge Loriga Torrenova—, donde lo dibuja como un personaje de mirada penetrante, un rostro delineado con hachazos y voz ronca, un lector de los beats, admirador del rock, de Bob Dylan, quien se ha nutrido del cine negro, quizá de Aldous Huxley y su mundo feliz.

Un hombre impuntual, desenfadado, contradictorio, amante del alcohol y tema habitual de las revistas de escándalos, que “tuvo dos hijos con la cantante Christina
Rosenvinge, y vivió con ella por 14 años, hasta que la dejó por la modelo Eugenia Silva”.

ESPÍA CARROÑERO

Más allá de la obsesión de Loriga por el rock, los años 90, el alcohol, la memoria “arbitraria y caprichosa” y el germen de la escritura, ha dicho que escribe sobre la marcha, sin pretensiones ni etiquetas: “Nunca he empezado a escribir pensando en algo que tenía que explicar; me muevo más por la máxima de Von Kleist, quien decía que al hablar se nos ocurre una idea”.

Sin embargo, a lo largo de sus charlas y entrevistas es posible recrear parte del rostro y pensamiento de este autor. Como cuando refiere la vieja idea de cómo la escritura devora a su autor:

A menudo, la ficción va comiéndose al escritor, normalmente, con el paso de los años… al final es el gesto del escritor lo que queda y va
desapareciendo lo que supuestamente era la persona real. Y en un mejor de los futuros sólo existiría la ficción”.

También le ha dicho a Eduardo San José, profesor de la Universidad de Oviedo, su definición sobre el oficio: “Hay mucho de espía en la escritura, porque se aprovecha todo. Los escritores en general, por muy diferentes que seamos en estilos, géneros y motivos, somos un poco hienas, un poco carroñeros y un poco espías, utilizando de los demás lo que nos es útil”.

(El escritor) “es un notario poco fiable de su propia existencia, teniendo en cuenta que casi todo lo que uno cree recordar de una manera u otra, si no lo ha inventado del todo, sí lo ha transformado… La escritura es un proceso de aprendizaje constante donde se combinan la frustración y el alivio”.

Y en torno a ese aprendizaje le ha dicho al periodista chileno Juan Carlos Fau, lo que considera sobre los escritores formados en las universidades.

No creo necesario (el estudio académico para ser escritor). Lo que sí pienso es que el estudio es necesario. No tengo nada en contra de las universidades y los talleres de escritores o el estudio académico, pero tampoco tengo nada en contra de buscarse la vida por su lado”.

Para él “la escritura nace de la lectura y de un análisis personal riguroso sobre lo que se lee y luego de una formulación de tus propias capacidades con respecto a tus intereses literarios. Y eso puede hacerse con la guía de un profesor vivo o de un profesor muerto, como son todos los clásicos, o con la guía de un profesor vivo que no esté delante de ti, como tus contemporáneos. No creo que sea obligatorio que un escritor tenga que formarse con un título o con un aula o proceso académico determinado”.

Y ¿qué piensa este autor sobre el tema de la amistad? “Me he dado cuenta de que las relaciones de amistad a veces acaban pareciéndose, sospechosamente, a las relaciones amorosas, entendiendo las relaciones amorosas aquellas que conllevan un intercambio de fluidos. A veces las relaciones de amistad acaban siendo tan severas o tan exigentes como las relaciones amorosas”, le expresó a San José.

Él es Ray Lóriga, autor de novelas Lo peor de todo (1992), Héroes (1993), Caídos del cielo (1995), Tokio ya no nos quiere (1999), Trífero (2000 y 2014), El hombre que inventó Manhattan (2004), Ya sólo habla de amor (2008), Sombrero y Mississippi (2010), El bebedor de lágrimas (2011) y Za Za, emperador de Ibiza (2014); y de los libros de relatos Días extraños (1994), Días aún más extraños (2007) y Los oficiales y El destino de Cordelia (2009), cuya obra ha sido traducida a 14 idiomas, de acuerdo con la editorial Alfaguara, su sello.