Entonces ¿Hay vida después de la muerte?

No cabe duda que cuesta mucho trabajo desmantelar un feudo en México. Especialmente, cuando dicho feudo ha sido alimentado con todo empeño desde la instancia que ahora busca desarmarlo. Los costos de terminar ese entramado perverso son, a mi parecer, directamente proporcionales al monto de los intereses que se benefician de su existencia.
Y en el caso de nuestro país -he insistido en ello en cada ocasión que he podido hacerlo-, es imposible intentar verdaderas reformas estructurales, sin eliminar los feudos que a lo largo de nuestra historia el sistema político alentó, para consolidar alianzas, en beneficio (así se justificaba) de la gobernabilidad. Habiéndose originado en regímenes priístas, los vimos resistir incluso la alternancia. Ahí están los arreglos hechos con aquel SNTE para sumarlo alrededor de Felipe Calderón.
Solo por señalar algunos ejemplos, recordemos que, durante décadas, se otorgaron las concesiones y permisos vinculados con la operación de medios de comunicación a aquellas personas o grupos dispuestos a ser incondicionales del poder que se los concedía. Se concedieron las prebendas necesarias para la operación de nuestra industria petrolera a aquel sindicato que garantizaba su lealtad al régimen. Se privilegió el control de contratos colectivos de trabajo a aquellas organizaciones sindicales “institu-cionales” que garantizarían mantener el estatus laboral conveniente para empresarios y gobierno en alianza.
Y en el caso de la educación, a nadie cabe duda ahora que fueron, en buena medida, las prebendas y privilegios otorgados a las organizaciones sindicales de maestros las que impidieron instrumentar cambios de fondo en la forma de educar a nuestros niños y jóvenes. Por eso, para intentar una verdadera reforma educativa, no había de otra que desmantelar el feudo que operó ahí durante décadas.
O se reformaba la educación o seguiríamos educando a niños del siglo XXI con recursos y métodos del siglo XIX, lo que queda evidenciado con los resultados que muestran todas las evaluaciones que sobre la materia se hacen nacional o internacionalmente.
Existe coincidencia muy generalizada en el sentido de que, en temas como el alcanzar una verdadera competitividad en los mercados internacionales o acceder a una sociedad más igualitaria, en México estamos literalmente “muertos” con el sistema educativo que tenemos. De hecho, las enormes brechas sociales que nos distinguen como sociedad, amenazan con profundizarse, ahora con las enormes diferencias en materia digital o de acceso a la información y al conocimiento de vanguardia.
Y lo peor es que, a partir de las violentas reacciones de los intereses afectados por las propuestas hechas desde el gobierno (con el aparente debilitamiento de éste último), en relación a una posible reforma educativa, muchos llegamos a temer que se abandonara la lucha y no se siguiera adelante con dicha reforma.
Por fortuna para México y de acuerdo a lo que he podido ver hasta ahora, creo que estábamos equivocados, pues hace unos cuantos días se presentó ya lo que se ha dado en llamar El Nuevo Modelo Educativo, que propone profundos cambios en la forma de educar a nuestros niños, el cual, además, parece ser un modelo ampliamente consensuado por los actores más influyentes en la escena relacionada con la política educativa en nuestro país.
Con el slogan Primero el Presente; Primero los niños, se ha presentado este nuevo modelo educativo, el cual busca cambiar la forma de educar a nuestra niñez, sustituyendo la pedagogía basada en la memorización, por una tendiente a desarrollar en los niños las habilidades necesarias para razonar, para discernir, pensando por sí mismos y siendo capaces de resolver problemas. Me ha gustado la expresión de que se trata de que los niños “aprendan a aprender”. Y creo que, viendo la cantidad de información disponible hoy en día, parecería una misión tan absurda como imposible, la de pretender que todo se memorice.
La idea es reforzar en primer término ciertos aprendizajes que se consideran clave: el español, las matemáticas y el inglés. En segundo lugar, motivar la exploración del mundo natural. En tercer término, que fortalezcan su relación con las artes y practiquen intensamente la educación física. Finalmente, pero no menos importante, he visto destacado algo que ya hemos comentado en columnas anteriores y sobre lo que a mí me ilustró mi querido Eduardo Punset y que es lo que tiene que ver con la inteligencia y la educación emocional, que hoy se contempla en los nuevos contenidos educativos que buscarán también desarrollar las habilidades socio emocionales que permitan a los niños conocerse a sí mismos, tener autoestima y perseverancia, convivir con los demás y trabajar en equipo.
El cómo lograr todo esto no es menos interesante en el material que he revisado. En primer lugar se trata de poner a la escuela al centro del sistema educativo, dotándolas de autonomía, con recursos propios, infraestructura digna, plantillas magisteriales completas y menos burocracia. Igualmente acentuar el desarrollo profesional docente estimulando un sistema relacionado con los méritos y buscando que existan escuelas inclusivas, favoreciendo la equidad.
A mi modo de ver, lo más destacable de todo esto, es el hecho de que lo logrado ha sido posible en buena medida por un esfuerzo colectivo, ampliamente participativo, buscando los consensos necesarios y recurriendo a la ciudadanía y a los actores interesados en la materia, destacadamente el SNTE, que ha entendido que el país ya no es el mismo. Quizás se logró pues no es una imposición desde el poder o desde acuerdos partidistas “en lo oscurito”.
Una gran lección para el gobierno de Enrique Peña Nieto que, al menos a mí, me hace pensar que quizás no está todo tan perdido y que, en este tema, como en muchos otros en los que pareciéramos estar liquidados -como por ejemplo el de la corrupción-, pudiera haber vida después de la muerte.