Ni la luz puede escapar de un hoyo negro

La gravedad de un agujero negro es capaz de absorber toda materia cercana, ni siquiera la luz, que viaja a una velocidad de 300 mil kilómetros por segundo, puede escapar, dijo Julieta Fierro, investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM.
Así, cuando se traga algún objeto, primero se alarga del lado más cercano al hoyo, y posteriormente se desintegra hasta convertirse en protones y electrones. Por este motivo, no hemos podido averiguar qué hay dentro, señaló en entrevista.
Los agujeros negros se forman al final de la vida de las estrellas. Por ejemplo, cuando explota una super-nova, si su núcleo tiene suficiente masa, puede colapsarse y formar un hoyo en el espacio sideral, señaló.
Recientemente, los astrónomos descubrieron que en los núcleos de las galaxias, donde la densidad de las estrellas es muy alta, se han fusionado centenares de hoyos negros.
Estos, resaltó la investigadora, atrapan todos los gases que se les acercan, los cuales giran en torno a ellos y brillan antes de caer, finalizó. El 11 de febrero de 2016, las colaboraciones LIGO, Virgo y GEO600 anunciaron la primera detección de ondas gravitacionales, producidas por la fusión de dos agujeros negros a unos 410 millones de pársecs, megapársecs o Mpc, es decir, a unos 1337 millones de años luz, mega-años luz o Mal de la Tierra. Las observaciones demostraron la existencia de un sistema binario de agujeros negros de masa estelar y la primera observación de una fusión de un agujero negro binario. Anteriormente, la existencia de agujeros negros estaba apoyada en observaciones astronómicas de forma indirecta, a través de la emisión de rayos X por estrellas binarias y galaxias activas.
La gravedad de un agujero negro puede atraer al gas que se encuentra a su alrededor, que se arremolina y calienta a temperaturas de hasta 12 millones de grados Celsius, esto es, 2000 veces mayor temperatura que la superficie del Sol. Los agujeros negros proceden de un proceso de colapso gravitatorio que fue ampliamente estudiado a mediados de siglo XX por diversos científicos, particularmente Robert Oppen-heimer, Roger Penrose y Stephen Hawking entre otros. Hawking, en su libro divulgativo Historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros (1988), repasa algunos de los hechos bien establecidos sobre la formación de agujeros negros.
Este proceso comienza después de la «muerte» de una gigante roja (estrella de 30 o más veces la masa del Sol), entendiéndose por «muerte» la extinción total de su energía. Tras varios miles de millones de años de vida, la fuerza gravitatoria de dicha estrella comienza a ejercer fuerza sobre sí misma originando una masa concentrada en un pequeño volumen, convirtiéndose en una enana blanca. En este punto, dicho proceso puede proseguir hasta el colapso de dicho astro por la autoatracción gravitatoria que termina por convertir a esta enana blanca en un agujero negro. Este proceso acaba por reunir una fuerza de atracción tan fuerte que atrapa hasta la luz en este.
Un protón y un electrón se aniquilan emitiendo un neutrón y un neutrino-electrón.En palabras más simples, un agujero negro es el resultado final de la acción de la gravedad extrema llevada hasta el límite posible. La misma gravedad que mantiene a la estrella estable, la empieza a comprimir hasta el punto que los átomos comienzan a aplastarse.
Un agujero negro u hoyo negro es una región finita del espacio en cuyo interior existe una concentración de masa lo suficientemente elevada como para generar un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella. Sin embargo, los agujeros negros pueden ser capaces de emitir radiación, lo cual fue conjeturado por Ste-phen Hawking en la década de 1970. La radiación emitida por agujeros negros como Cygnus X-1 no procede del propio agujero negro sino de su disco de acreción.