El desgastado sistema político

Desde hace tiempo que el entramado del sistema político se encuentra en franco cuestionamiento, pues los resultados obtenidos no han sido satisfactorios frente al escrutinio público, sobresaliendo la lacra de la incertidumbre al padecer gobiernos sin respeto a la división de poderes ni al Estado de Derecho, abriendo las puertas al saqueo, la impunidad y el deterioro de la clase política, que ha visto mermado su prestigio y calidad como demócratas.
Tal devenir se convirtió en algún momento de la vida política del país en un verdadero deporte nacional; los Moreiras, los Duartes, Borge, Montiel, Yarrington y una interminable lista de personajes que han servido para opacar los esfuerzos de miles de ciudadanos que durante décadas luchan para transformar el rostro de México.
El destino nos alcanzó y la crisis en sus diferentes modalidades pone en entredicho la capacidad de los actores políticos en su afán de superarla, a grado tal que cualquier acción u omisión proveniente de la parte oficial trae impregnado el tufo de la desconfianza y por ende la descalificación.
En otras épocas cuando se presentaron episodios similares, ante el desgaste del gobierno, los problemas eran abordados tanto en su análisis, debate, reflexión y alternativas de solución por el Congreso, las Cámaras se hacían acompañar por los Partidos Políticos, que gozaban -algunos de ellos-, de credibilidad y prestigio, lo que han ido perdiendo, aunado a una posición tímida, tibia y marginal de los legisladores.
Es en esa medida donde sale a relucir el cuestionamiento sobre la ineficacia del sistema político mexicano; el desgaste y la fragilidad de las instituciones, la carencia de liderazgos sólidos y, la falta de una visión de Estado, provoca el desencanto social de la clase política.
El sentimiento central, origen del problema, no se localiza en el sistema político en si mismo, sino en la parte ética de la política, en términos generales persiste la sensación social de la deshonestidad que ha permeado a la clase política y, por ende una buena parte de la iniciativa privada se ha resignado a esas prácticas, sin que se observen cambios de fondo, pues fuera del sistema nacional anticorrupción que después de varios años aún no termina de aterrizar, en los hechos no se ven cambios de actitudes y menos de voluntades que sirvan de ejemplo para recuperar los valores, por el contrario la cultura de la trampa sigue prevaleciendo.
Mientras no se corrijan esas debilidades, difícilmente podremos salir del atolladero donde nos encontramos, la congruencia entre el decir y el hacer sobre todo en lo que a la clase política concierne es esencial en el orden social, la mística en el servicio público debe ser el principal fundamento de la transformación institucional. Cuando entremos por ese sendero cambiaremos el lodazal por campo fértil.