¡Y a mí que me importa!

El lunes anterior fue un día difícil. Sin mediar, aparentemente, razón alguna, se trató de uno de esos días de un ánimo que poco ayuda a sobrellevarlos. Tal vez la edad va trayendo consigo estas condiciones antes infrecuentes o quizás tan solo se haya tratado de un clásico “san lunes” después de un fin de semana intenso. Por fortuna, con la llegada del sueño el día terminó y con él, su pesadumbre.
Con ese antecedente y confiando plenamente en las maravillosas endorfinas que se producen con una buena dosis de ejercicio, me aplique para estar temprano en el gimnasio, aún con esa sensación de que mi vida quizás se estuviera convirtiendo en algo más difícil de vivir. Como es mi costumbre mientras utilizo la caminadora, la bicicleta o la elíptica, encendí mi Kindle fire para ver alguna serie o quizás alguna charla de TED y me encontré en Netflix con un documental que llamó mi atención, pues apenas el domingo se había ganado el Oscar al mejor documental corto. Se llama “Los cascos blancos” y describe la tarea cotidiana de alrededor de 3,000 héroes que dedican su vida al rescate de civiles, víctimas de los bombardeos en Siria.
Un relato francamente sobrecogedor acerca de la forma en que en un mismo tiempo y espacio pueden convivir lo peor de la maldad y lo mejor de la bondad. Una crónica que describe esa dualidad de la naturaleza humana, capaz de destruir y matar despiadadamente por un lado o de salvar y abrazar bondadosamente por el otro. Una sucesión de escenas, cada una más terrible que la anterior, en la que se puede apreciar el rescate de cadáveres o de personas heridas, lo mismo hombres que mujeres, jóvenes o ancianos cuyas humildes viviendas han sido destruidas por algún bombardeo. Incluso, en una de ellas que fue capaz de arrancarme unas lágrimas, el rescate de un bebé ¡de una semana de vida! que había estado sepultado bajo los escombros 16 horas; el bebé del milagro, le llaman ahora. Una escena en la que inevitablemente pensé en los cuatro bebés que han sido mis hijos o mi nieto mucho más recientemente.
Después de casi cuarenta minutos, al finalizar el documental, las reflexiones profundas me abordaron y aun no me abandonan. Me pregunto, cómo es posible que estas cosas sucedan todos los días, ante la indiferencia de millones de personas que somos ajenos a ellas. ¿Cómo puede ser que esto aparentemente no tenga nada que ver con nosotros? ¿Qué clase de coraza nos hemos construido que nos impide sentir en carne propia el dolor de una madre, un hermano o un hijo que pierde a sus seres queridos y con ellos todo lo que tiene? ¿De qué se trata ese “orden” mundial que rige nuestra convivencia, en el que los bombardeos a población civil puede ser parte de una guerra? ¿Cuál es el criterio para condenar un acto terrorista en una ciudad europea o americana, mientras permanecemos impasibles ante el terror que viven estas desventuradas personas?
Las entrevistas a estos ángeles terrenales se suceden como parte del documental, presentándonos el lado luminoso de la naturaleza humana, entregada incondicionalmente al servicio al prójimo. Relatos de cada uno de ellos que nos describen esas poderosas razones que los llevan a correr apenas vislumbran el denso humo que sigue a la caída de una bomba para trabajar organizadamente en el salvamento de las vidas de sus vecinos. Algunos son entrenados en Turquía, de manera que sean ellos mismos, a su regreso a Siria, quienes entrenen a sus colegas, pues solo así se puede lograr dotar de las habilidades necesarias a un número suficiente de personas que sea capaz de atender adecuadamente a tantos casos de destrucción.
Ahí mismo, mientras el curso de capacitación sigue adelante, pegados al celular o a alguna otra forma de acceder a internet, están pendientes de recibir (y a algunos les llegan) las malas noticias, relacionadas con su familia, siempre con esa lacerante duda respecto a si volverán a verlos. Y si algo impresiona profundamente es esa fé y esa confianza inquebrantable en Dios y en sus designios, al mismo tiempo que logran mantener, a pesar de todo, una actitud positiva, respecto a un futuro que será mejor. Una actitud que se explica en dos de las frases que más utilizan: Mi trabajo es sagrado y salvar una vida, es salvar a la humanidad.
Desde 2013 a la fecha han muerto 130 cascos blancos y en ese mismo lapso han salvado más de 58,000 vidas. Una proeza ejemplar cuyo conocimiento de inmediato realineó la percepción que apenas el día anterior parecía yo tener acerca de la vida. ¿De que tamaño, me preguntaba, tendrían que ser mis pesares, para representar una ínfima parte de los que esta gente vive todos los días?
Escogí el título de esta colaboración, pues creo que vivimos en un mundo en donde hay muchas personas que podrían exclamar ¡Y a mí que me importa! Y la verdad es que debe importarnos a todos, a pesar de la distancia física que nos separa de esas hazañas cotidianas. Debe importarnos y para ello, debemos informarnos de lo que sucede, como paso previo a involucrarnos de cualquier forma, denunciando las atrocidades y apoyando esta tarea maravillosa. Por ello celebro que se haya producido este documental.
Dicen los cascos blancos que El Bebé del milagro, ese a quien volvieron a la vida, ahora se las ha cambiado a ellos, para siempre…milagrosamente.