La elegancia y la amargura de Alvaro Mutis

Nadie más simpático, más inteligente y más tocado por la gracia y la elegancia que Alvaro Mutis (1923-2013). Nadie, a la vez, más sombrío, más escéptico y de imaginación más dolida y amarga. Nadie más capaz de cantar y elogiar la humana existencia y al mismo tiempo revelar lo que en ella hay de sórdido y brutal. Nadie, como él, que acercara más ambiguamente al hombre que crea y a la obra que procrea y que supiera situar a uno y a otra en la misma procura de lo que hay de trascendental en el transcurrir y el vivir. Nadie más hondamente colombiano y convencidamente hispanoamericano que este hijo de diplomático nacido en Bogotá y partidario decidido del régimen monárquico (y, más que nada, de la figura titánica de Napoleón Bonaparte),que hizo de México su casa y que en su momento mucho animó a un joven llamado Gabriel García Márquez. Nadie sino él capaz de pergeñar un personaje que llegaría a ocupar un lugar mítico en la imaginación literaria transcontinental, llamado Maqroll el Gaviero (el marinero), que desde su propio nombre desconcertante rechaza cualquier filiación a un país o lengua y reivindica con este expediente el ejercicio de una libertad huérfana de tasas o ataduras. Nadie, por fin, más dueño de un estilo personal de escritura y que aspirase a poner en acción un acaudalado despliegue retórico literario. Así:

Hoy entierran en la iglesia de santa María de Viana César, Duque de Valentinios.
Preside el duelo su cuñado, Juan de Albret, rey de Navarra.
En el estrecho ámbito de la iglesia
De altas naves de un gótico temprano,
Se amontonan prelados y hombres de armas.
Un olor a cirio, a rancio sudor, a correajes
Y arreos de milicia, flota dentro en la lluviosa madrugada.
Las voces de los monjes llegan
Desde el coro con una cristalina serenidad sin tiempo

Y algo más, que importa mucho señalar. Nadie como Mutis que, en su trayecto, haya pasado por episodios tan diversos y contradictorios. Fue, en su niñez y adolescencia, alumno de instituciones europeas. Fue, en su juventud, un publicitario eficiente y su voz, en el ámbito de la lengua española, se volvió reconocible como aquella que abría con carga resonante el difundido programa Reporter Esso y la que narraba en off, con dicción implacable, lafamosa serie Los intocables. Fue, después, cuando la representación colombiana de la compañía Esso lo acusó de manejos imprudentes de dinero que iban a parar a causas conmiserativas, un perseguido y un exilado que debió estar un año y medio preso en la cárcel de Lecumberri —un tormento que, a cierta altura, daría origen al Diario de Lecumberri, “donde la ficción hizo posible que la experiencia de largas horas de encierro y soledad no destruyera la razón de ser de la vida”. Y fue, a partir de los años 50 del siglo XX, uno de los integrantes destacados de la generación de escritores españoles y latinoamericanos que, nietos del modernismo de Rubén Darío y sobrinos de la poesía pura de Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén, daría a la historia literaria nombres tan fundamentales como José Lezama Lima, Pablo Neruda, César Vallejo, Vicente Aleixandre y Octavio Paz. El “realismo sonámbulo”, la “religiosidad sin teología ni iglesias”, la “metafísica sensible” son los arquetipos críticos que definen, en la nomenclatura literaria, a este grupo de poetas que, en sus primeros pasos creadores, buscarán una fusión entre el fervor y la claridad, entre el hambre de inmortalidad y la conciencia de lo finito —y entre la práctica poética y la teoría de la poética. El impulso erótico y religioso, de resonancias grandiosas e íntimas, que desembocaría en el Neruda de los Cantos y en el Paz de Libertad bajo palabra, encontraría —por caso— en el Mutis de Los elementos del desastre (1953, donde aparece por vez primera Maqroll, su alter ego poético) un título hecho de arquitecturas suntuosas y respiraciones hondas. Un rastro del gesto poético de voz refinada y de acústica casi monumental del clásico español llamado el duque de Rivas ya se discierne allí, como presencia inspiradora y que respira en los trasfondos, y como elocuente amistad incitadora, en unas piezas marcadas en su conjunto por una grave desolación (“En la muerte descansaré como en el trono de un monarca milenario: eso escribió con su sable milenario en el polvo de la plaza. Los rebaños borraron las letras con sus pezuñas, pero ya el grito circulaba por toda la ciudad”).

Previsiblemente, el confinamiento en la prisión haría de Mutis un hombre distinto al que era. Marcado por las penurias físicas y mentales, por la violencia sicológica que es capaz de arrastrar al homicidio y el suicidio, por el deterioro personal y la miseria social, el autor abrirá una nueva etapa de su obra. Representada por situaciones que él mismo llamó “Hospitales de ultramar”, en esta fase se dedicará a indagar de más en más en los extremos a los que puede llegar una condición humana hostigada. Así, Maqroll, marginal y vagabundo que profesa la pasión por el mar y los viajes, que recorre tierras a la vez infernales y paradisiacas, será también la encarnación, por un lado, de un trauma sicológico y, por otro, de una búsqueda espiritual: un espejo de dimensiones metafísicas. Libros como Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía 1948-1997 (1997) y Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (1993) reúnen los textos decisivos, canónicos. Aquí debe informarse que se descubre un tránsito, en el desarrollo de Mutis, en el que la poesía se adentra en la prosa y se vuelve tanto poesía en prosa como prosa poética hasta llegar a una narrativa que pergeñará de ahí en más cuentos y novelas. Se trata del inicio de una saga (Caravansary, 1981; Los emisarios, 1984, La nieve del Almirante, 1986) que, casi siempre con Maqroll como protagonista, traerá éxito al autor.

En efecto, Mutis (el Mutis del trópico colombiano enloquecido, el Mutis del exotismo oscuro, el Mutis de retumbos históricos: el Mutis que sabe que el sol del trópico enloquece tanto como las brumas persistentes de Flandes, lugar europeo en el que residió) será, en la década que se extiende de 1980 a 1990, un escritor que deslumbrará por una capacidad creadora capaz de envolver a sus libros en una atmósfera que les es común, en una unidad de propósitos singulares y en una sola conciencia de estilo. Un verdadero macrocosmos —de tono encantador, inteligencia venenosa y densidad dramática— surge del conjunto de esas páginas.

De ahí que los premios y las distinciones que llegaron para celebrar a Mutis a partir de los años finales del siglo pasado fueran el reconocimiento merecido a un sostenido continuum creador crecido —importa subrayarlo como dato revelador— en el anclaje vertebrador entre el mundo de la América Latina y el mundo de las Españas.