Hoy, y siempre, tolerancia cero con la mutilación genital femenina

«La mutilación genital femenina comprende todos los procedimientos consistentes en la resección parcial o total de los genitales externos femeninos y otras lesiones de los órganos genitales femeninos por motivos no médicos. No tiene ningún efecto beneficioso para la salud y perjudica de formas muy variadas a las mujeres y niñas», señala la Organización Mundial de la Salud.

Indica además que «como implica la resección y daño del tejido genital femenino normal y sano, interfiere con la función natural del organismo femenino. Es una práctica muy dolorosa que tiene varias consecuencias inmediatas y a largo plazo para la salud, entre las que se encuentran las dificultades para el parto, con los consiguientes peligros para el niño».

La mutilación genital femenina es considerada pues como una práctica dañina y una violación a los derechos humanos de las niñas y las mujeres, sin embargo, se estima que afecta a alrededor de 140 millones de niñas y mujeres, y cada año más de tres millones de niñas corren el riesgo de sufrirla, según alerta la OMS.

Por los anteriores motivos, la Organización instituyó el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina, el cual se ha venido celebrando anualmente cada seis de febrero desde el año 1997.

El propósito de este día y de la propia Organización es la absoluta eliminación de esta práctica «en el plazo de una generación», para lo cual se realizan «actividades de divulgación, investigación y orientación dirigidas a los profesionales de la salud y los sistemas de salud».

La mutilación genital femenina (MGF) comprende todos los procedimientos consistentes en la resección parcial o total de los genitales externos femeninos, así como otras lesiones de estos órganos por motivos no médicos. Esta práctica está reconocida internacionalmente como una violación de los derechos humanos de las mujeres y niñas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la MGF refleja una desigualdad entre los sexos muy arraigada, y constituye una forma extrema de discriminación de la mujer. Es practicada casi siempre en menores y constituye una violación de los derechos del niño. Asimismo, viola los derechos a la salud, la seguridad y la integridad física, el derecho a no ser sometido a torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes, y el derecho a la vida en los casos en que el procedimiento acaba produciendo la muerte”.

Almudena Olaguibel, especialista en políticas de infancia de UNICEF Comité Español, manifiesta que “la MGF tiene un impacto a corto, medio y largo plazo sobre la vida de las niñas. A corto plazo, la MGF provoca fuertes dolores y sangrado, que puede derivar en episodios de anemia. Además, la MGF puede provocar infecciones graves, septicemia y tétano.

Se vincula, además, con problemas de retención de orina, especialmente cuando se cose la uretra y con cualquier otro riesgo inmediato asociado a problemas de cicatrización. A largo plazo, la MGF puede tener efectos durante el embarazo y el parto, poniendo en riesgo la salud de las madres y sus bebés”. Además, Olaguibel señala que “los efectos derivados de la MGF no son solo físicos, sino que también afectan al desarrollo social y emocional de las niñas y mujeres.

Para muchas niñas, la MGF es un acto que deja una marca psicológica duradera. La experiencia se relaciona con desordenes psicosomáticos y psicológicos, como alteraciones del sueño, en los hábitos alimenticios, ataques de pánico, pesadillas, ansiedad y dificultad para relacionarse. Además, los efectos físicos y psicológicos pueden tener un impacto sobre la vida sexual futura; provocando dolores durante su práctica y el consiguiente rechazo a mantener relaciones”.

Estrella Giménez Buiza, presidenta de la Fundación Kirira, declara que “esto se ha logrado apostando por la educación como el arma más eficaz para luchar contra esta terrible práctica”, e inciden en que “somos conscientes de que se trata de cambiar una tradición profundamente arraigada, por lo que hay que hacerlo desde la base, y la base es la educación”. Por ello, Giménez asegura que “el hecho de dar visibilidad a esta práctica favorece su erradicación, puesto que las niñas ya saben a lo que van a someterse (no hay que olvidar que este tema es un tabú del que no se habla en la comunidad) y se niegan a ser mutiladas”.

¿Cuáles son las principales dificultades que impiden que las familias dejen de realizar esta práctica?

En opinión de Olaguibel, “la principal dificultad para erradicar esta práctica es el estigma social vinculado a la no participación de la práctica. En muchas ocasiones, los grupos que realizan la MGF se ven sometidos a lo que se conoce como la paradoja de la convención social: una práctica que padres, madres o miembros de la comunidad perpetúan aunque saben que es perjudicial para sus hijas, considerándolo un daño inferior al que sufrirían en caso de no continuar con ello”. Una circunstancia que, según Olaguibel, puede erradicarse “desarrollando diálogos y discusiones entre los miembros de la comunidad, con el objetivo de revertir la norma social y provocar un cambio colectivo, en el que la “nueva” norma social sea la de no someter a las niñas a MGF, propiciando que la presión del grupo recaiga en aquellos que sí la perpetúan”.