Milicianos del Estado Islámico cuentan su historia

La atención de los medios internacionales sobre Mosul y sus alrededores está desapareciendo gradualmente. Sin embargo, en Iraq sigue la lucha contra el Estado Islámico.

A pesar de una masiva ofensiva militar sobre Mosul, en tres meses las fuerzas iraquíes han reconquistado sólo tres cuartas partes de los barrios del este de la ciudad.

Los yihadistas siguen dando fuertes golpes en todo el país. Lo están haciendo en Mosul, como lo hicieron en Kirkuk, una rica ciudad petrolífera, interétnica e interconfesional.

Es aquí donde el pasado octubre los hombres del Estado Islámico atacaron edificios gubernamentales y civiles, librando una batalla que se prolongó durante más de un día y que dejó cientos de muertos.

En la ciudad hay fuertes discrepancias entre las distintas comunidades, especialmente entre la kurda y la árabe, pero todos, en esa ocasión, se unieron contra los terroristas y vencieron.

Ather Mohammed Ahmed es uno de los milicianos del Estado Islámico que fue capturado. Actualmente se encuentra en una prisión de la lucha contra el terrorismo de Kirkuk. Ather, árabe de Kirkuk y de 26 años, se adhirió de muy joven a organizaciones yihadistas que confluyeron en el Estado Islámico.

Durante años llevó a cabo acciones terroristas: en primer lugar contra las fuerzas estadunidenses y luego contra los chiítas y los kurdos.

«Matamos a militares, policías y civiles -admite durante el interrogatorio-. Últimamente formaba parte de una célula durmiente con sede en el centro de Kirkuk. Mis compañeros y yo estábamos en un pequeño apartamento que daba a la mezquita chiíta de Rasul al-Azam».

«En 2014 nos dieron la orden de colocar explosivos en un coche, aparcarlo justo en frente de Rasul al-Azam y hacerlo explotar. Era un viernes, día de oración, había mucha gente», dice.

Hay muchas dudas sobre el grado de participación de Ather el día que los yihadistas intentaron tomar Kirkuk. «El 21 de octubre del 2016 -cuenta el detenido, al que se le ve el miedo en los ojos- mis compañeros pusieron explosivos en un coche aparcado cerca del cuartel de policía de al-Adala».

Cuenta: «Yo hacía de vigilante. Se me ordenó que estuviese preparado para el ataque final. Pero en cierto momento recibí una llamada en la que me ordenaban que no me moviese porque la operación había fracasado. Y así lo hice. Queríamos tomar el control de Kirkuk, pero fallamos».

Azad Jabari es el presidente del Comité de Seguridad del Consejo Provincial de Kirkuk. Para llegar a su oficina hay que pasar por tres controles. «El último ataque a Kirkuk -explica el funcionario- lo hizo Daesh (acrónimo árabe para Estado Islámico), pero ciertamente no fue el primero».

«Ya hemos sufrido cinco, pero ha habido al menos 14 ataques a nuestros puestos militares y policiales, que vigilan las fronteras de la ciudad. Por suerte logramos pararlos. Querían tomar el control de Kirkuk como lo hicieron con Mosul. Pero les quedó claro que es imposible», afirma.

Y añade: «De acuerdo con nuestros datos, entraron unos 150 combatientes de fuera de la ciudad que se añadieron a las células durmientes de la ciudad. Una presencia importante, pero las fuerzas de seguridad respondieron en bloque».

Señala que «también muchos ciudadanos tomaron las armas para defender Kirkuk, todo el mundo: árabes, kurdos, turcomanos, cristianos. Todos se unieron en contra de Daesh, y esto es una señal muy importante que nos da a entender que el nivel de popularidad de la organización yihadista ya está en declive».

El general de brigada Sarhad Qader Mohammad es considerado por muchos como uno de los héroes nacionales de Iraq.

Kurdo, la mayor parte de su vida luchó en las filas de los peshmerga -el ejército del Kurdistán iraquí- contra Saddam Hussein. Después de la invasión de Estados Unidos y la caída del dictador, su carrera despegó rápidamente.

Hoy es el jefe de la policía y de antiterrorismo de Kirkuk. Siempre está en primera línea, por lo que parece más un comandante de batalla que un policía; a lo largo de los años se ha ganado el apodo de «León de Kirkuk».

La fama y la gloria adquiridas en la lucha contra el terrorismo no le han costado poco: bajo su mando han muerto cerca de 250 agentes y él mismo ha sido víctima de al menos una docena de ataques de los que ha salido casi siempre ileso.

«El ataque de octubre pasado contra Kirkuk -explica Sarhad Qader Mohammad desde su oficina, cuyas paredes están llenas de premios y placas con reconocimientos- se hizo porque Daesh había comenzado a perder Mosul después del lanzamiento de la ofensiva conjunta de los peshmerga y el ejército iraquí».

«Querían que fuese una demostración de fuerza, pero fracasó estrepitosamente. Atacaron Kirkuk sobre todo porque es una ciudad multicultural. Además, es una ciudad rica, un objetivo importante, porque aquí hay una cuarta parte de las reservas de petróleo de todo Iraq», manifiesta.

«En los últimos dos años -continúa el general de brigada- hemos detenido a más de un centenar de miembros de Daesh. Ya han ido a juicio 66 de ellos. Somos muy buenos recogiendo las pruebas necesarias para proceder a las detenciones.

Es la autoridad judicial la que estudia cada caso y sentencia de acuerdo con la Constitución iraquí. A algunos les han caído 10 años, a otros 15, a otros 20 y a otros la pena de muerte».

La única pregunta que los agentes antiterroristas conceden hacer a Ather Mohammed Ahmed, el preso, dura unos segundos. Y aún más corta es su respuesta. Pregunta: «¿Qué dicen tus padres? ¿Saben que estás aquí y que probablemente te matarán?» Respuesta: «No lo saben».

Sea cierto o no lo que afirma Ather, cuentan los agentes que es muy común que las familias de los yihadistas no sepan nada o casi nada de las actividades terroristas de sus seres queridos.

A nivel local suscitó una atención especial la historia de la familia Baki. Yahya y Rajha Baki, marido y mujer, viven con su hijo pequeño en el pueblo de Fazilia, cerca de Mosul.

Abdul, su primogénito, se unió al Estado Islámico cuando el grupo terrorista conquistó Fazilia -recientemente liberada por el ejército iraquí-, hace dos años. Hasta meses después Yahya y Rajha no se dieron cuenta de que tenían un yihadista en la familia.

«Nuestro hijo -comienza la madre, después de haber ofrecido té en el salón, según la costumbre árabe- trabajaba como vigilante nocturno, era muy joven, tenía tan sólo 18 años. En los primeros tiempos de Daesh en Fazilia, cuando salía de casa pensábamos que iba a trabajar».

«Pero lo habían convencido de unirse a ellos. No sé cómo lo hicieron. Tal vez amenazándolo, tal vez ofreciéndole dinero o tal vez simplemente porque era ignorante, no había querido ir a la escuela y no sabía cómo funciona el mundo. Siempre ha sido muy religioso, pero de repente empezó a leer el Corán día y noche y a decir cosas extrañas», recuerda.

Entonces interviene el padre: «Luego empezó a ausentarse de casa durante días, semanas y, finalmente, incluso tres meses. Nos había llegado el rumor de que se había ido a luchar a Mosul. Él no decía nunca nada. Entonces, un día de septiembre del año pasado se acercó a nosotros un coche blanco en el que iban hombres de Daesh».

«Nos entregaron una hoja que decía que Abdul había muerto como un mártir y que teníamos que estar muy orgullosos de él. Pero no lo estábamos», recuerda.

«Por mucho que amábamos a nuestro hijo, nos sentimos profundamente avergonzados. Nos dieron 400 dólares para pagar su funeral y no podíamos hacer otra cosa que aceptarlos. Sin embargo, nunca nos dieron su cuerpo», dice.

Toma la palabra otra vez Rajha, mientras hojea, con los ojos húmedos, un álbum de fotos de Abdul: «La última vez que vino aquí se quedó tres días tumbado en el suelo de esta sala. No hacía más que llorar. Se veía que no estaba bien, que llevaba una carga demasiado grande para su joven edad».

«Se había arrepentido de haberse convertido en miliciano, pero ya no podía volver atrás. Tenía miedo de las repercusiones para su familia si dejaba a los de Daesh. Nuestro hijo era un buen chico, y así lo queremos recordar», finaliza.