La era Trump 4.- El muro de la esquizo-frenia

WASHINGTON, D.C.- Después de que el “discurso del muro” se convirtió en eje de su propuesta racial en su campaña, el presidente electo Donald Trump retomó el tema en sus primeros posicionamientos de la victoria. Pero en el medio académico aún no se entiende el tema del muro dentro de las tres grandes tareas del imperio: el orden mundial, la política de armas nucleares y la hegemonía del dólar.
Desglosado, el tema del muro es simbólico en cuanto a la “amenaza” racial externa. Si bien los EE.UU. se fundaron con migrantes porque en la expansión del siglo XIX aplastaron a los pueblos originarios indios, la diferencia radica en que una cosa son los migrantes que traen una cultura diferente y otra cosa su condición de colonos que entendieron las exigencias de construir un imperio a partir de una unidad cultural nueva.
El problema de Trump es con los migrantes ilegales que llegan a trabajar y envían su dinero a sus respectivos países; y una vez que pudieran conseguir el estatus legal, continuarían siendo extranjeros. Los cubanos, por ejemplo, son una migración que se metió a los negocios y el poder, que baila al son del caribe pero que piensa como estadunidense.
El problema del muro sacude a los mexicanos, pero debe entenderse en una lógica internacional: en el mundo hay cuando menos once muros migratorios; la Alemania de Merkel, por ejemplo, que en el pasado fue abierta a la migración política, ha acotado la migración árabe. Y España ha tenido que construir un muro. Así, los muros son efecto de una causa: la migración fuera de control, masiva y sin racionalidad laboral.
El muro mexicano ya existe, construyó una parte Bill Clinton en 1998 y desde entonces en el congreso estadunidense están aprobados los planes para extenderlo más kilómetros. En este sentido, Trump sólo le daría continuidad a un proceso migratorio en marcha. En todo caso, Trump convirtió el tema del muro en un discurso racial de odio, al grado de que se han registrado ciertas expresiones racistas agresivas de miembros de la comunidad afroamericana contra hispanos.
La comunidad hispana aquí tiene dos veneros: la que habitaba los territorios de California a Texas en la primera mitad del siglo XIX, que en efecto quería ser estadunidense vía declaraciones de independencia y que no tuvo problemas en asimilarse; y la disparada a partir de la crisis económica mexicana de los setenta, la liquidación del desarrollo agropecuario y el crecimiento del desempleo. Hacia mediados del siglo XIX la población hispana era, cuando mucho, del 1%; para el 2050 se tienen estimaciones de que oscilaría entre 25% y 30%.
La expectativa es que a partir del lunes próximo los problemas reales de los EE.UU. —la crisis del imperio— agobien los espacios de la Casa Blanca y centren al presidente en el cruce de conflictos. Eso sí, la migración seguirá siendo un problema real para las oficinas judiciales, de inteligencia, de seguridad militar y de anti-terrorismo. Sin embargo, al problema del muro en la agenda de Trump le hace falta la opción mexicana, alguna propuesta —hasta ahora inexistente— de Los Pinos para no nada más repudiar el muro y rezar porque no se construya, sino para ordenar el flujo migratorio ilegal.
Por ahora la esquizofrenia del muro es doble: la tozudez de Trump de construir el muro y la necedad de México de negarse a pagarlo.
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Política para dummies: La política es el reino de las certezas manejables, no el de los sentimientos irrefrenables.
Sólo para sus ojos:
* Uno de los problemas que agobiará a Trump es su relación con la gran prensa estadunidense, la que forma parte del establishment liberal y que siempre ha votado demócrata. Pero hasta ahora Trump ha sido más necio es acotarla bajo el argumento de que es militante y no objetiva. Hasta ahora Trump no ha vacilado en confrontar con agresividad al The New York Times, The Washington Post, New Yorker, CNN y Univisión, todos ellos hillaristas. Pero el tema está latente: la prensa milita contra Trump favoreciendo a los liberales y demócratas. Y la disputa está entre la prensa que quiere imponer la agenda de la Casa Blanca y Trump que quiere a la prensa alejadas del poder.
* El tema de la aprobación parece ser tramposo. Según la contabilidad de Real Clear Politics, Barack Obama comenzó hace ocho años con la euforia de un 65% de aprobación, pero dejará la Casa Blanca con un 50%, y con un piso de 40% en 2014. Encuestas recientes señalan que Trump comienza con 50%, nada mal para un presidente repudiado.