Los kakai luchan por reconstruir su vida, arrasada por Estado Islámico

Los kakai son una minoría religiosa presente en Azerbaiyán, Irán y el Kurdistán iraquí. En este último territorio, como también les pasó a los cristianos y a los yazidíes, han sido víctimas de la persecución del Estado Islámico.

Sus pueblos y templos fueron arrasados. Ahora, con el inicio de la ofensiva conjunta del ejército iraquí y kurdo contra Mosul y sus alrededores, los kakai han empezado a regresar a sus hogares. Pero el camino hacia la reconstrucción sigue siendo cuesta arriba.

Los kakai son de etnia kurda y pertenecen a la fe Ahl-e Haqq (en kurdo significa «el pueblo de la verdad»), cuyo origen y costumbres tribales se encuentran entre las montañas de Hawraman, en el Kurdistán iraquí, en la frontera con Irán.

A lo largo de los siglos los kakai también se establecieron en las zonas kurdas más al sur. Se estima que hoy en día los kakai cuentan con entre dos y tres millones de seguidores.

Son muchos los enigmas sobre la secta kakai, pero lo que sí que se sabe es que nació en la región kurda entre el final del siglo XIV y principios del siglo XV. En esa época en el mundo turco-iraní proliferaban varios movimientos religiosos que condujeron a la afirmación de los Safávidas en Irán.

Esta dinastía, originalmente una orden sufí, adoptó el chiísmo, que más tarde fue proclamado la religión oficial de Irán. La secta kakai nació, por lo tanto, como una variante del sufismo, y luego se convirtió en una religión popular que adoptaron las tribus nómadas y los campesinos.

Según algunos estudiosos, la secta forma parte de la tradición islámica y conecta su aparición y difusión con las tendencias extremistas de los movimientos chiítas. Según otros, el surgimiento y la expansión de la secta se deben al deseo popular de mantener activas las antiguas prácticas religiosas iraníes que casi borró la llegada del islam.

Para los kakai su religión es un misterio, personificado por los kalam, poemas y refranes conservados y transmitidos oralmente de generación en generación hasta el momento de su transcripción, en el siglo XIX. Los kalam, recogidos en el Saranjam («Conclusión»), el texto sagrado de los kakai, se ocultan a los no adeptos, e incluso dentro de la propia secta solo la élite religiosa tiene acceso a ellos.

«Nuestra religión -explica Ramazan, un anciano kakai- se mantiene en secreto, ni siquiera los más jóvenes saben mucho. El misterio forma parte de la vida de los kakai, que sobre eso han construido su seguridad social y espiritual».

«Un verso kakai dice: ‘Haz todo lo que desees. Pero antes reflexiona si esto puede tener consecuencias negativas sobre los demás’. Esto demuestra que estamos constantemente en busca de una mayor conciencia interior», añade.

«La relación con el islam -dice su hijo Ako- es delicada. Por aquí cuando uno se abre demasiado a los otros puede correr riesgos. Se empiezan a hacer comparaciones extrañas, cosa que provoca problemas de naturaleza religiosa».

«Así, evitamos mezclarnos con los miembros de otras religiones, especialmente los musulmanes. Por ejemplo, obstaculizando los matrimonios mixtos o no mostrándonos comiendo o bebiendo durante el Ramadán», manifiesta.

Una vez al mes los kakai realizan un sacrificio que puede ser de sangre, es decir, con un animal macho como un buey o un gallo, o sin sangre, es decir, con pan o frutos secos. Todos los sacrificios se llevan a cabo a la luz del día porque el color del sol para los kakai es un símbolo divino. Ayunan dos veces al año, en enero y noviembre, y sólo durante tres días.

Poseen pequeños templos y por lo menos una vez en la vida peregrinan al templo de Soltan Sohak, el fundador de la secta, en el pueblo de Shaykhan. Si los hombres quieren tener acceso a las reuniones secretas que se celebran en la casa del jefe del pueblo, deben tener bigote. Simbólicamente los bigotes guardan el secreto de la secta, que sólo puede ser revelado a los iniciados.

Ramazan y Ako viven en el pequeño pueblo de Tauq, en el Kurdistán iraquí, que tiene unos dos mil habitantes. Mosul, el bastión del Estado Islámico en Iraq, está a tan sólo 30 kilómetros de aquí. Durante más de dos años Tauq y otros pueblos vecinos habitados por los kakai permanecieron bajo control yihadista.

Afortunadamente, los kakai de la zona lograron escapar a tiempo, y evitaron así una muerte segura. Pero desde hace un par de meses hasta ahora, gracias a la ofensiva que iniciaron el pasado 17 de octubre en la provincia de Mosul las fuerzas iraquíes y kurdas con el apoyo de las potencias occidentales, los kakai han podido regresar a casa.

«Después de largas batallas, los peshmerga (el ejército kurdo) liberó a nuestro pueblo de los terroristas. Esos locos también habían construido un túnel para protegerse de los ataques de la aviación. El Estado Islámico odia a todo el mundo, eso lo sabemos todos. Cuando conquista un territorio hiere a cualquier persona, sin distinción», relata Ramazan con la aprobación de su hijo.

«Pero aquí en Tauq fue demasiado, llenaron todos los lugares de minas. En los pueblos de otras comunidades religiosas no fueron tan feroces. No fueron tan crueles con nadie como con nosotros, los kakai», dice.

Marivan es el jefe del pueblo. Él, al igual que sus conciudadanos, se arremangó para reconstruir Tauq. Y en esta operación los kakai decidieron empezar por su templo: «Desde hace años estamos perseguidos por grupos extremistas, a pesar de que somos gente pacífica y pobre».

«En 2007 sufrimos ataques y atentados con coches bomba por parte de Al-Qaeda y luego, en agosto de 2014, fuimos golpeados por el azote de los terroristas. Tuvimos que irnos todos pero luego formamos una milicia y regresamos junto con los peshmerga para luchar y recuperar lo que era nuestro. Ahora estamos reconstruyendo el templo que hicieron volar por los aires», señala.

Oficialmente los kakai son identificados como musulmanes: la Constitución iraquí, de hecho, no reconoce su religión, cosa que les impide tener voz en cuestiones políticas delicadas.

Marivan recuerda: «Fuimos perseguidos en la época de Saddam Hussein, y todavía lo estamos ahora con el Estado Islámico. Dos caras de la misma moneda, la de un despiadado enemigo. Hoy más que nunca necesitamos ser reconocidos, ganar presencia y no ser abandonados a nuestra suerte».

«El gobierno central de Bagdad no hace nada por nosotros, nunca lo ha hecho. Lanzamos un llamamiento desesperado de ayuda, necesitamos fondos para la reconstrucción y para nuestra supervivencia», enfatiza.