Los Jóvenes por el Cambio

Se llama José Alberto, tiene 37 años, proyecta la seguridad de alguien que se ha superado y que busca seguirlo haciendo y el domingo pasado nos dio un cálido abrazo (a mi señora y a mi), cuyos efectos seguramente durarán todo el año próximo, o quizás toda la vida.
¡Que gusto verlos, señores! ¡Tenía tantos años de no saludarlos! Soy José Alberto y pertenezco a la segunda generación de Jóvenes por el Cambio. Afortunadamente he progresado mucho y sé que se lo debo en buena parte a aquel programa que me cambió para siempre la visión sobre la vida, sobre mi papel en ella y sobre mis posibilidades de superación. Hoy ocupo una buena posición en un club de vela en Valle y soy muy feliz. Y, desde luego, voy por más.
Más o menos esas fueron las palabras que nos expresó este joven que hace poco más de 20 años formó parte de ese programa que impulsó tanto mi señora, conjuntamente con FOVASO (una obra social en la zona mazahua aledaña a Valle de Bravo que fundamos varios amigos vallesanos y que dirigió mi mamá por varios años). Palabras, por cierto, que de inmediato me hicieron pensar en los millones de “ninis” (25% de nuestros jóvenes, según el Reporte Panorama de la Educación 2015) que pueblan la geografía de mi querido México y que no se parecen nada a José Alberto.
Aunque este proyecto se fundó hace unos 22 años en Valle de Bravo, su origen sé fue perfilando a lo largo de varios lustros en que tuvimos la oportunidad de convivir tan intensamente con comunidades rurales de la región. Mis primeras experiencias se dieron cuando, a mis 29 años, siendo Director de Tesorería del Gobierno del Estado de México, fui nominado como candidato a diputado local suplente por el distrito electoral con cabecera en el municipio de Valle de Bravo, en el cual me había avecindado algunos años antes, y me lancé a una intensa y extensa campaña previa a las elecciones, acompañando al candidato a diputado propietario, Oseas Luvianos.
Debo confesar que lo que pareció al inicio una simpática experiencia, fue convirtiéndose poco a poco en una verdadera toma de conciencia de lo que en verdad era la pobreza, la marginación y las carencias en zonas que se encontraban apenas a unos cuantos kilómetros del sitio turístico de Valle de Bravo, que se distingue por todos los privilegios de que disfrutamos quienes hemos tenido la fortuna de avecindarnos con propósitos recreativos en la zona. A partir de esas vivencias, tanto contraste me provocaba una gran inquietud.
A esa campaña me acompañaron, -como lo han hecho en todo este claroscuro recorrido de mi vida pública-, mi esposa y mis hijos (que apenas contaban con 3 y 5 años de edad) y para todos fue de un gran significado, máxime si tomamos en cuenta que el mundo del que yo venía era, nada más y nada menos, el de la Bolsa de Valores. Aprendí a ver de manera muy distinta y con otro interés a esas comunidades y gracias a ello, acompañado de otras personas interesadas en Valle, promovimos una Asociación Civil denominada Fondo Valle de Bravo de Solidaridad (FOVASO), desde donde durante varios lustros canalizamos apoyos para las comunidades mazahuas.
Un elemento que llamaba nuestra atención (especialmente la de La Gorda, como cariñosamente todos llaman a mi esposa), fue el observar a los chavos que terminaban en esas comunidades su secundaria y que, imposibilitados económicamente para asistir a una preparatoria apartada, permanecían en su comunidad, sin mayor horizonte por delante que “llevarse” a una muchacha, seguir las tradiciones, volver a trabajar la tierra y reescribir historias de miseria y carencias.
Nos dolía ver cómo, ese gran esfuerzo empeñado en su educación primaria y secundaria parecía irse por la borda, especialmente porque veíamos que esos años de educación ya les daban muchas más herramientas que las que tuvieron sus padres para acceder a una mejor vida y claramente, lo único que les faltaba era una oportunidad. Igualmente, bastaban unos minutos de plática con muchos de estos muchachos para ver la enorme capacidad que tendrían para ser agentes de cambio en su comunidad, si pudiéramos convencerlos de ello y dotarles de los elementos para llevarlo a cabo.
Fue así que La Gorda propuso el proyecto piloto más ambicioso (y costoso, por cierto) que habíamos emprendido, el cual fue incorporado al espectro de FOVASO y que consistía en ofrecer a muchachos seleccionados básicamente por su espíritu inquieto, la posibilidad de pasar 4 meses internados unas instalaciones similares a las de un colegio, en donde dedicaríamos todo nuestro esfuerzo a incidir en su mentalidad y personalidad, básicamente haciéndolos conscientes de sus capacidades y de la posibilidad REAL de que fueran ellos agentes de cambio en sus comunidades. Lo bautizamos como Jóvenes por el Cambioi.
El efecto fue impresionante. Era asombroso ver como día con día iba brotando de ellos ese potencial enorme y reprimido por sus carencias y círculos viciosos. Muchachos que al inicio del curso difícilmente miraban a los ojos al hablar con alguien, cuatro meses después se graduaban personificando una obra de teatro en donde daban rienda suelta a su capacidad de expresión y creatividad. Nos los encontramos por ahí, de repente. Y vemos con gusto que se han superado más que otros y que recuerdan con orgullo el cambio que pudieron lograr en sí mismos, gracias a que tuvieron una oportunidad.
Ojalá que tuviéramos la energía de esos años y que pudiéramos sumar a miles en tareas como esta que nos permitieran enfilar ese potencial, hoy presa del narco y de otros intereses, en la transformación de este atribulado México nuestro. Sigo más convencido que nunca de que en los jóvenes está el verdadero potencial de cambio para México…para bien o para mal.