A lavar la cara

El otro día en una platica de café un grupo de amigos discutía apasionadamente sobre la necesidad de quitar a la clase política mexicana, a la cual tildaban de forma generalizada con calificativos de corrupta e ineficiente, incapaz de dar solución a los problemas de la sociedad, en su lugar poner a ciudadanos que estén alejados de la política, que sean honestos y capaces, aunque esto último no fuera requisito indispensable.
Hartos de los partidos políticos, de sus canongias y privilegios; así como de infinidad de personajes de la vida pública que únicamente han medrado del puesto, además al padecer las inclemencias provocadas por la inseguridad, corrupción, impunidad, devaluación e injusticias, achacadas a la clase dedicada al servicio público que ha sido ineficaz para resolver esas adversidades, optan por explorar alternativas vinculadas con la decencia, sin que estén impregnadas de la sospecha de acuerdos o complicidades.
Es una respuesta lógica a los tiempos actuales, la rapiña y descomposición en el país está al orden del día, sin olvidarnos, aunque a las nuevas generaciones no les toco, de las épocas de Echeverría, Lopez Portillo y Salinas, que estuvieron por el estilo, sin oposición y mayor concentración del poder.
No es para menos, pues sin generalizar, desde hace tiempo que lo único que vemos en las noticias son ejecuciones, violencia, robos y corrupción, en estos momentos se encuentran tres ex gobernadores en la carcel, pero todo mundo sabe que son los menos, que el sistema se ha encargado de protegerlos, tanto a ellos como a sus testaferros, para colmo, nos acabamos de enterar que el exgobernador de Tamaulipas Tomas Yarrington tiene una orden de aprehensión desde el 2012 y no fue sino hasta la semana pasada que le retiraron las escoltas a su servicio pagadas por el Estado.
Los discursos de campaña se basan en prometer meter a la carcel a su antecesor, como sustento para ganar votos. El estado de derecho es prácticamente inexistente, la simulación se encuentra presente en muchos ámbitos de la vida pública, la desconfianza social en consecuencia está plenamente justificada.
La señal es clara y preocupante, es obvio que de seguir así las cosas el desenlace es de pronóstico reservado, tampoco estoy de acuerdo con la generalización y menos con la improvisación: la honestidad, profesionalismo y experiencia son elementos esenciales para sacar al país del bache. Los cambios son inminentes, se requiere además una clase política responsable, que haga su tarea, que entienda y atienda los problemas actuales y sobre todo que esté dispuesta a vivir en la honrosa medianía, lavando la cara y redignificando el servicio público.