¡Baja los codos de la mesa!

¡No mastiques con la boca abierta…y acábate todo! ¿No sabes que hay niños que no comerán nada hoy? ¿A quién no le tocó recibir esta retahíla de indicaciones educati-
vas de parte de mamá o de papá? Sin duda era parte del rito de sentarse a la mesa a tomar alimentos.En mi caso me resultaba impactante conocer que en algún lugar del planeta habría niños de mi edad que no podrían saborear un desayuno, comida o cena como las que yo hacía a diario, aunque debo confesar que no entendía muy bien la relación entre lo que yo dejaba en mi plato y la imposibilidad de otros niños de acceder a un poco de comida. Y para mi frustración, a menos que lo que quedara en mi plato lo tomara, lo guardara y se lo diera a algún niño pobre que encontrara en la calle, no habría forma de que lo que a mi me sobrara, llegara a esos niños con privaciones.
Y parece que aquella escena cotidiana de mi niñez ilustra bien una mortificante realidad a nivel mundial que parece formar parte de una agenda prioritaria de las naciones. Me explico, Alejandra, mi hija, una internacionalista ahora convertida también en apasionada ambientalista, me ha hecho llegar un video en el que interviene en un importante taller auspiciado por el Banco Mundial y la Comisión de Cooperación Ambiental de América del Norte, en la que se abordaría un tema que seguramente (como ha sido mi caso hasta ese momento) es ajeno a la conciencia de la gran mayoría de mis lectores: El desperdicio de comida en el mundo. En la medida en que muy orgulloso escuchaba yo a mi hija menor, tan bien plantada en ese pódium, leyendo su discurso, se iban desvelando para mi datos que provocaban que me acomodara en la silla que ocupaba.
Su primera afirmación captó de lleno mi interés y me llevó a pensar en aquellos señalamientos de mi madre, en los que de alguna forma, me hacía partícipe de la problemática del hambre. Afirmó “ la pérdida y desperdicio de comida es algo que no sólo afecta la calidad de vida de aquellos que padecen hambre, sino que nos involucra a todos, en todas partes, debido a las implicaciones económicas, sociales y ambientales que involucra”. Y dicho eso, iniciaron los datos más que impactantes, empezando por aquel que muestra que de acuerdo con la FAO, una tercera parte de los alimentos que se producen en todo el mundo se pierde o se tira. Y de ahí pasó a revisar los impactos de este impresionante nivel de ineficiencia.
En el ámbito económico, por ejemplo, esta pérdida de alimentos que, literalmente se tiran, equivale a 940 mil millones de dólares. En el caso de la Africa sub-Sahariana las pérdidas post cosecha se calculan en un monto de 4 mil millones de dólares cada año. En el caso de los EUA, lo que se tira en hogares y restaurantes equivale a 1,500 dólares por familia de cuatro personas en promedio cada año.
Si de seguridad alimentaria se habla y tratándose este mundo de uno en el que una de cada nueve personas está desnutrida, coincido con la afirmación de Alejandra en cuanto a que es una verdadera lástima, algo imperdonable, que alrededor de mil millones de toneladas de alimentos preparados jamás se consuman.
Pero no todo queda en el ámbito económico. Ambientalmente hablando, es sabido que la producción de comida que finalmente se tira o se pierde usa alrededor de una cuarta parte del total del agua que se consume en agricultura cada año y requiere para cultivarse el equivalente al territorio de toda China. Adicionalmente, genera cerca del 8% del total de las emisiones de gases con efecto invernadero de cada año, lo cual quiere decir que, si esta suma de alimentos perdidos o desperdiciados fuera un país, sería el tercer emisor de este tipo de gases en el mundo, después de china y los EEUU. Todo lo anterior sin hablar de las consecuencias que todo esto tiene en materia de biodiversidad y sobre lo que aún no conocemos mucho.
Y en el caso de nuestro país, ¿cómo estamos en esta materia? El Banco Mundial pronto liberará un interesante y revelador estudio sobre lo que acontece en México, pero ya se conocen algunos inquietantes datos, empezando por el que nos muestra que en nuestro país, tomando en cuenta 79 productos representativos de la dieta del mexicano, el total del desperdicio y la pérdida asciende a 20.4 millones de toneladas por año, cifra que así dicha no revela lo que significa. Para entender su dimensión valen algunos ejemplos.
Cada año tiramos 3 millones de toneladas de tortillas, lo que significa el 28% de la producción y 2.6 millones de toneladas de pan, que es poco más del 43% producido. Igualmente, tiramos la mitad de los camarones que se sirven en nuestros platos y el 40% de los aguacates que compramos…y seguramente no tenemos ni idea de lo que esto significa para los ecosistemas marino o forestal.
El estudio del Banco Mundial informa que la producción de casi 14 millones de toneladas de 29 productos alimenticios de la dieta mexicana generan 37 millones de toneladas de CO2 en un año, la misma cantidad de emisiones que 14 millones 800 mil automóviles, o todos los autos de los estados de México, Jalisco y Nuevo León.
En cuanto al agua, los cálculos del estudio del Banco Mundial se basan en 24 ejemplos de productos alimenticios, e indican que son 40 mil millones de litros de agua los que se utilizan para producir 16.5 millones de toneladas de dichos productos que acaban en la basura.
Como podemos ver, el problema en nuestro país no es menor y requiere una estrategia que parece ser se elaborará en el 2017, con la participación de varias dependencias del gobierno mexicano, entra las que se cuentan la SEDESOL, la SEMARNAT, la SAGARPA y la CDI. Nos hemos comprometido con los 17 objetivos acordados en el seno de la ONU para el crecimiento sostenible hacia 2030 y en ellos claramente se incluye el tema. Veremos que propone nuestro gobierno al respecto.