¿En la variedad está el gusto…democrático?

Nadie sabe para quién trabaja, dice el dicho. Y viene al caso, pues seguramente Andrés Manuel López Obra
dor nunca pensó que, con la participación de su partido en ciertas elecciones estatales, habría de apoyar sin quererlo, a candidatos de los partidos a los que pertenecen “los rateros o los ladrones”, como ha llamado el tabasqueño a los miembros del PRI y del PAN. En Veracruz, por ejemplo, al obtenerel candidato de MORENA 26.4%de los votos, permitió que Miguel AngelYunes ganara a su primo Héctor por una pequeña ventaja. Y este es solo un ejemplo de la forma en que la fragmentación del voto, tiende a producir resultados inesperados, así como victorias de candidatos que obtienen porcentajes poco significativos, en relación al total de los votos.
Al respecto, cabe señalar que el hecho de que una gran variedad de partidos políticos o candidatos independientes participen en una elección (situación que resulta muy atractiva para algunos segmentos de la población, como los jóvenes), encierra el riesgo de que quienes resulten electos no representen el interés de las mayorías, sino solo de aquellos que conforman la más numerosa de las minorías. Adicionalmente, dada esta proliferación de opciones políticas, parece obligado o al menos recomendable acudir a la formación de alianzas o coaliciones para poder triunfar en alguna elección. Y, como hemos visto en el caso de las recientes elecciones en nuestro país, se llega a dar el absurdo de que dos partidos políticos que postulan principios y propuestas muy diferentes, se unan con el solo propósito de lograr lo que pareciera ser su única coincidencia: derrotar a un tercero. Según lo que se observa en el panorama político, estas situaciones parecen contrarias a principios fundamentales de los regímenes democráticos, como son la representatividad y la formación de gobiernos estables. La falta de representatividad es evidente según lo que mencionábamos líneas arriba y la dificultad de formar gobiernos estables, la observamos claramente en el caso de España, que sigue sin ser capaz de lograrlo, tiempo después de sus elecciones generales de 2015 donde el Partido Popular ganó, pero sin una mayoría estable, lo que ha dado lugar a la legislatura más corta en la historia de la democracia española.
Ignacio Urquizuha publicado recientemente un interesante artículo en el diario El País, titulado Muchos partidos, nuevos problemas, en el cual con inteligencia explora las implicaciones del surgimiento de cada vez más opciones a disposición de los votantes. Entre otras cosas, destaca el problema que en la práctica enfrentan las coaliciones para formar y mantener gobiernos estables. Al respecto, nos habla del caso de que los gobiernos de coalición suelen durar 150 días en promedio menos que los gobiernos de mayoría. Un análisis serio implica, antes que nada revisar la participación de la población en los procesos electorales. En promedio, las elecciones para presidente y gobernador producen una votación superior al 62% de la lista nominal; proporción que se cumplió el pasado 5 de junio en los estados. En elecciones intermedias, la participación electoral puede bajar a 40%. Pero en la elección de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México sólo participó el 28% de los votantes.
Ahora bien, para las elecciones de 2015 surgieron nuevos partidos, de los cuáles sobreviven nueve en 2016, lo que sin duda genera un entorno inédito para efectos electorales, en el cual cada día será más difícil que un solo partido genere mayorías absolutas, lo cual resulta aún más difícil si consideramos el gran descrédito que padecen los partidos políticos. Así las cosas, los partidos pequeños han buscado su sobrevivencia a partir de celebrar alianzas con otros partidos, presentándose el fenómeno de los llamados “partidos bisagra” los cuales, siendo poco exitosos con amplios grupos de la población, sí logran un cierto número de votos que puede inclinar la balanza a favor del partido al que se coaligan. Verdaderos parásitos o mercenarios de la política que, sin embargo, enarbolando banderas que gustan a ciertas minorías, se presentan como opciones atractivas frente a los grandes. Es cierto que la legislación respectiva ha avanzado en la regulación de coaliciones, pero lo es también que falta mucho por hacer.
Mariano Rajoy del PP experimentó durante 2015 un gobierno dividido frente a su rival, el PSOE, pero ninguno de los dos partidos fue capaz de formar una mayoría sólida. Esta inestabilidad obligó a que el gobierno volviera a convocar a elecciones en 2016. Ambos partidos se han debilitado en las preferencias. Los partidos pequeños aprovecharán una coalición liderada por Podemos podría obtener una mayoría. Las encuestas muestran que una coalición entre Podemos y Unión Popular permitiría que ambos partidos pasaran del tercer y quinto lugar a ser la segunda fuerza.
Durante las elecciones legislativas de 2015, el PRI alcanzó una mayoría de diputados con 29.18% de la votación. En segundo lugar, quedó el PAN con 21.01% y en tercero el PRD con 10.87%. Sin embargo, esta derrota electoral para PAN y PRD les llevó a formar una alianza para las elecciones de 2016. El pasado 5 de junio, la coalición formada por estos partidos logró una victoria en Durango, Quintana Roo y Veracruz; estados que experimentan por primera vez un cambio de partido en la gubernatura. Un caso interesante es la victoria en Puebla de la coalición PAN, PT, Panal, PSI y CCP.
¿Pero estas coaliciones realmente representan a sus electores? El caso de la elección general en España transitó de una participación de 84% de los votos en 2008 al 51% en 2015. De manera similar, la Ciudad de México transita de una participación de 65% en 2012 a 28% en 2016. La fragmentación del voto en el multipartidismo impide generar mayorías sólidas en la Asamblea Constituyente. Sólo un partido logró tener 30% de la votación; esto representa un problema para generar mayorías en el congreso. La cantidad máxima de representantes obtenida por el partido mayoritario es de sólo 22. Por lo que ningún partido tendrá una mayoría suficiente en esta Asamblea.
Desde 1997, ningún partido ha logrado ganar suficientes escaños para una mayoría absoluta en el Congreso federal. No obstante, contrario a lo que pudiera haberse esperado, en los últimos 15 años, las legislaturas divididas han producido más reformas constitucionales que en el pasado, sin que se genere parálisis legislativa. La fragmentación electoral, no impide la generación de coaliciones en el Congreso, como señala la analista María Amparo Casar. Existen menos consensos para aprobar reformas provenientes del Ejecutivo. En cambio, se forman acuerdos en temas en los que todos los partidos tienen un interés coyuntural. A lo mejor, con experiencias como estas, podremos concluir un día que en democracia, también en la variedad está el gusto.