Las broncas de El Bronco

Esta es la cuarta columna que escribo en relación al fenómeno político que ha constituido la postulación como candidato, su campaña política y la elección de Jaime Rodríguez Calderón como gobernador del estado de Nuevo León.
La primera de estas colaboraciones, titulada El dilema ¿voto por los ciudadanos o por los partidos?, publicada en marzo de 2015, se refería a la posibilidad de que las leyes electorales ahora establecían que cualquier persona pudiera ser registrada como candidato a un puesto de elección popular, sin necesidad de ser postulada por un determinado partido político. Al respecto, comentaba yo que nunca había estado el caldo de cultivo como ahora, para que una figura «independiente» (así, entre comillas) resultara atractiva para un electorado harto de que el statu quo en temas muy sensibles para la sociedad no pudiera cambiar nada por falta de voluntad de los partidos políticos.
En esa ocasión, traje a colación una experiencia muy exitosa en Colombia, relacionada con Sergio Fajardo Valderrama, quien como independiente había llegado a la alcaldía de Medellín y así, como independiente también (y después de dejar la alcaldía con una aprobación superior al 80%), había conquistado la gubernatura de la provincia de Antioquia. Un verdadero fenómeno de popularidad y aceptación por parte de los ciudadanos.
En la segunda columna, que llevaba como título Candidatos Independientes ¿No que no?, la cual se publicó en mayo de 2015 como respuesta a quienes cuestionaron mi advertencia original sobre esta nueva posibilidad «ciudadana», me referí a la forma en que Jaime Rodríguez Calderón, (a) El Bronco, avanzaba decididamente en las preferencias electorales, perfilándose para ser el primer caso de un ciudadano que, sin ser postulado por un partido político, pudiera conquistar la gubernatura de uno de los estados más importantes de la república mexicana.
Hablé en esa ocasión de la forma en que El Bronco había construido un discurso muy atractivo a la ciudadanía, el cual parecía reforzarse con su propia historia personal (la desgracia del fallecimiento de un hijo, el secuestro de una hija de dos años de edad o 2,800 balazos en su camioneta), que lo caracterizaban como un hombre valiente y decidido a todo. «Un discurso impecable y vendedor de una historia personal, dije, aunque muy distante de constituir una propuesta».
La tercera columna en que escribí sobre el caso, cuyo nombre fue ¡Se los dije!… ¡Y lo que falta!, fue publicada unos días después de las elecciones del 7 de junio de 2015, en las que El Bronco prácticamente «les pasó por encima» a todos y se hizo de la gubernatura de Nuevo León. En esa ocasión repasé las condiciones en las que ganó y entre varias otras observaciones, textualmente dije que «El gobierno de Jaime Rodríguez El Bronco deberá pasar de la etapa de ‘querer’ hacer las cosas a ‘poder’ hacerlas. De la borrachera democrática a la cruda realidad de hacer gobierno».
Refiero todos estos antecedentes unos días después de que, en un tremendo motín en el penal de Topo Chico, han fallecido violentamente casi 50 personas, en el primer hecho fatal y sangriento que ocurre dentro de la gestión de El Bronco, en un presidio en el que, según se ha dicho, su administración rechazó la injerencia de autoridades de seguridad federales para hacerse cargo del mismo a nivel local.
Buena oportunidad, me parece, para reflexionar acerca de las circunstancias en las que asumen la tarea gubernativa administraciones que surgen al margen de lo «establecido» o del «sistema» que ha regido durante años nuestro destino. Una situación vivida por el gobierno de Jaime Rodríguez, que me recuerda mucho a las que vimos con el gobierno de Vicente Fox.
En aquel año 2000 (ya lo apuntaba yo en el libro que publiqué), pensaba que, con todo lo negativo que me parecía la derrota del partido al que yo pertenecía, aplicaba el dicho de que «no hay mal que por bien no venga», y me confortaba la idea de que un régimen sin los compromisos y limitaciones a las que se encontraba sujeto el de mi partido, podría llevar adelante los cambios que nosotros no habíamos podido concretar.
¡Qué equivocado estaba! Exactamente igual que antes, los gobiernos de Vicente Fox y de Felipe Calderón quedaron cooptados y limitados por las mismas fuerzas e intereses y no habían podido materializar aquello que en el discurso habían ofrecido. Habían sido capaces de derrotar a un régimen, pero en buena medida incapaces de proponer e implementar una alternativa de gobierno diferente.
Y en aquel entonces me preguntaba lo mismo que ahora, ante estos lamentables hechos. ¿Es posible que estos hombres y sus estrategas, que fueron capaces de llegar hasta donde llegaron y vencer todo lo que vencieron, no hayan sido capaces de trazar rutas de navegación que contemplen que a cambio de lo que desechan están obligados a implementar modos y alternativas diferentes?
Creo que, lamentablemente, estamos ante la realidad de un régimen que supo interpretar bien lo que la gente no quiere, pero que no ha sido tan atinado (hasta hoy) para definir, con la responsabilidad a que obliga la visión de un estadista, las modalidades con las cuales ahora deberán gobernar.
Es impensable que sus alianzas con los ciudadanos no hayan incluido a los poderosos admirables empresarios neoloneses, que han sido capaces de sorprendentes hazañas industriales dentro y fuera de México. Y creo que esas alianzas no debieron terminar el día de la elección. Al contrario, si las hubo, debieron renovarse y reforzarse precisamente el 7 de junio de 2015. Ese día empezó (no terminó) el proyecto. Y ahora, con la participación de la ciudadanía, deben poder proponer opciones para un gobierno eficaz.
Desde luego que tiene razón al argumentar que «esto es producto de los anteriores gobiernos de los partidos que lo precedieron», pero no puede ignorar, ya que ese expediente (de recurrir a culpar a los anteriores) ya se agotó. Era para la campaña, ya no funciona. Ahora, lo que se impone es pensar en lo que sigue. Es bueno recordar que por esa razón los ojos están al frente y no en la nuca.