Hepatitis A, más cerca de los niños

El hígado es el órgano más grande que se aloja al interior de la cavidad torácica, justo abajo del pulmón derecho, y tiene forma parecida a la de una pirámide. Su labor es de gran importancia para el cuerpo humano, ya que es un «laboratorio» que, entre otras cosas, procesa y almacena muchos de los nutrientes que absorbe el intestino, crea los factores de coagulación que evitan que una persona se desangre cuando se hace una cortadura o herida, segrega la bilis, que es una sustancia de gran importancia para el aprovechamiento de los alimentos, y ayuda a eliminar sustancias de desecho. Esta víscera imprescindible para la vida puede verse afectada y sufrir inflamación debido al consumo de alcohol, drogas o medicamentos, pero también por la infección de diferentes parásitos y microorganismos. Entre estos últimos destacan los distintos virus de la hepatitis, mismos que se clasifican con letras (A, B, C, D y E, siendo los tres primeros los más habituales) y que generan problemas de distinta gravedad. El virus tipo A (VHA) es el más frecuente en México y tiene la característica de que su peligrosidad no es tan alta como la de sus «familiares» B o C pues, a diferencia de éstos, que pueden desencadenar cirrosis (destrucción de tejido sano en el hígado que es sustituido por otro parecido a cicatrices, mismo que no realiza las mismas funciones) o cáncer (desarrollo de tumoraciones), 99% de los casos de hepatitis A desaparecen por completo (los médicos le llaman por este motivo «enfermedad autolimitada»). Sin embargo, es importante saber cómo se transmite y previene, debido a que en la actualidad contamos con recursos suficientes para evitar su propagación y a que su principal blanco son los niños, quienes pasan momentos poco gratos durante su prolongada recuperación. Mientras que en las naciones más desarrolladas la hepatitis A es cada vez menos común, en nuestro país se siguen presentando brotes como los ocurridos en 2003 y 2004 en distintas escuelas públicas del municipio de Nezahualcóyotl, en el Estado de México (centro del país). Las razones, al parecer, han sido el insuficiente mantenimiento de los inmuebles y deficiente limpieza de los sanitarios. Ello no es casualidad si tomamos en cuenta que el principal aliado para el VHA es la falta de higiene. Los especialistas coinciden en que la forma de contagio más común es la fecal-oral, es decir, cuando se ingieren agua o alimentos que han entrado en contacto con los desechos de alguien enfermo, sea de manera directa o indirecta (cucarachas o moscas pueden ser intermediarias). Asimismo, la propagación es más rápida en grupos humanos que conviven en un espacio reducido: guarderías, escuelas, campamentos militares e incluso hogares. Se estima que una persona con hepatitis A tiene un riesgo cercano al 50% de contagiar a los niños y de 20% a los adultos que viven bajo el mismo techo. Otras formas de transmisión menos frecuentes se dan a través de transfusiones o al utilizar jeringas contaminadas (frecuente en quienes usan drogas), así como por realizarse tatuajes, compartir instrumentos de higiene personal que pudieran entrar en contacto con la sangre de alguien contagiado (cepillo dental, rastrillo) o tener relaciones sexuales por vía anal con un portador. Cabe señalar que la hepatitis A no se manifiesta de manera idéntica en todos los pacientes, por lo que algunos experimentan molestias parecidas a las de un resfriado (escalofríos, dolor de cabeza, fiebre) e incluso hay quienes no desarrollan síntomas.
como suele ocurrirle a niños menores de 5 años. Empero, existe un cuadro sintomático relativamente común que se caracteriza por:

Ictericia, que consiste en coloración amarillenta de piel y ojos debido a que el hígado es incapaz de filtrar bilirrubina, producto de desecho que surge con la degradación de la hemoglobina (proteína que contiene hierro y le otorga el color rojo a la sangre).
Oscurecimiento de la orina (coluria) y generación de excrementos color claro.
Agotamiento y dolor en las articulaciones sin haber realizado esfuerzo físico.
Fiebre o aumento de la temperatura corporal, generalmente no mayor a 38.5° C.
Granitos rojos en todo el cuerpo (urticaria).
Principalmente en niños, trastornos digestivos como pérdida de apetito, dolor de estómago, nauseas, vómito y diarrea.
El diagnóstico de la enfermedad, necesario para descartar la presencia de hepatitis B o C, se basa en la observación de los síntomas (los cuales se presentan casi siempre 2 a 6 semanas después de que el virus entró al organismo) y en los resultados de análisis de sangre, mismos que evalúan el funcionamiento del hígado y que detectan la presencia de anticuerpos IgM e IgG que el organismo genera para combatir al VHA. Asimismo, muchos de los pacientes muestran sensibilidad en la región del hígado cuando el médico ejerce ligera presión con sus dedos.

Cómo tratarla, cómo prevenirla
La severidad y duración con que ataca la hepatitis A es muy variable, y se estima que la recuperación completa puede llevar de 6 meses a 1 año. Al menos durante la fase aguda de la enfermedad, que se distingue porque los síntomas son más severos, el paciente debe guardar reposo y mantenerse aislado porque puede contagiar el virus a otros, de modo que no vive con normalidad y pierde importantes horas laborales o escolares.

Por el momento no hay cura para esta enfermedad ni existe un tratamiento especifico que combata al virus, así que las medidas que los hepatólogos (especialistas en enfermedades del hígado) y pediatras recomiendan durante la convalecencia sólo ayudan a aliviar los síntomas mientras las defensas eliminan al VHA:

Guardar reposo durante varios días o semanas, al menos mientras los síntomas son más fuertes.
Tomar líquidos (agua o jugos) en abundancia.
Evitar el consumo de bebidas alcohólicas hasta que se logre el restablecimiento total.
No tomar analgésicos que contengan acetaminofén o paracetamol, pues pueden ser tóxicos. Si se desea tomar algún medicamento para eliminar las molestias, lo mejor será consultar al médico.
Evitar comidas grasosas durante la fase aguda para no sobrecargar al hígado.
El pronóstico de la enfermedad es bastante favorable, pero hay que señalar que la tasa de mortalidad, aunque baja (menos del 1% de todos los casos), existe. De acuerdo con estadísticas, los desenlaces fatales ocurren generalmente en personas de edad avanzada o con otras enfermedades hepáticas crónicas (que se padecen de por vida), ya que desarrollan las variantes más grave de la enfermedad: hepatitis colestásica y fulminante, que ocasionan la atrofia o muerte del órgano.

La recomendación de todo hepatólogo o pediatra será, por supuesto, prevenir esta enfermedad antes que tratarla. Para lograrlo, siga estas medidas:

Consuma únicamente agua potable, embotellada o hervida.
Desinfecte todas las frutas y verduras, y evite el consumo de alimentos crudos o de dudosa procedencia.
Prepare higiénicamente los alimentos y mantenga limpios sus instrumentos de cocina y recipientes para almacenar.
Proteja la comida para que no sea contaminada por insectos.
Enseñe a los niños a lavarse adecuadamente las manos, y explíqueles que deben hacerlo antes de comer y después de ir al baño.
Evite compartir cepillo de dientes o máquina de afeitar con una persona infectada.
Quien decida hacerse un tatuaje o perforación, deberá cerciorarse de que el equipo empleado sea nuevo y esterilizado.
Para concluir, le recordamos que en la actualidad ya se puede prevenir la hepatitis A mediante el uso de una vacuna que ofrece protección por lo menos durante 10 años. El esquema de aplicación varía de acuerdo a la edad del individuo, de modo que los niños y jóvenes (entre 1 y 18 años de edad) deben recibir una dosis y dos refuerzos: el primero al cumplir un mes de la primera aplicación, y el segundo entre 6 y 12 meses después. En mayores de 19 años se requieren sólo una dosis y su refuerzo, que se aplica entre 6 y 12 meses después.