Cáncer de hígado, cada vez a menor edad

El hígado es uno de los órganos más grandes del cuerpo y es responsable de llevar a cabo más de 500 funciones muy importantes, entre las que pueden mencionarse los procesos bioquímicos en los que azúcares, proteínas, grasas y vitaminas son transformados en la energía que necesita el organismo para funcionar adecuadamente. Asimismo, es el sitio donde se realizan diversos trabajos de desintoxicación para eliminar compuestos que pueden resultar nocivos a la salud.
Por su funcionalidad, el hígado entra en contacto permanente con todos los compuestos que ingiere el hombre, desde agua y todo tipo de líquidos, hasta alimentos y medicamentos; además, debido a que para efectuar todas sus operaciones utiliza como medio de transporte al torrente sanguíneo, resulta ser un órgano altamente susceptible de verse afectado, pero tiene la cualidad de no manifestar anomalías en su funcionamiento sino hasta que se ha visto dañado en 75%.
¿Qué puede dañar al hígado? La afección más común que presenta este órgano es hepatitis, es decir, su inflamación, la cual puede ser temporal o crónica (para toda la vida). Es causada principalmente por microorganismos como citomegalovirus y virus Epstein Barr, sin embargo, los más comunes —y de consideración— son los virus que dan pie a la siguiente clasificación:
Hepatitis A. La mayoría de los casos se presentan en niños y jóvenes, debido al consumo de agua y alimentos contaminados (expuestos a moscas y cucarachas) o por frecuentar lugares insalubres. En menos de 1% de los pacientes hay complicaciones de gravedad, ya que el sistema de defensas (inmunológico) controla casi siempre al agente responsable de este problema —el VHA—, y lo elimina por completo.
Hepatitis B. Es causada por el VHB, y se estima que 10% de los pacientes que la contraen padecerán inflamación crónica del hígado debido a que su organismo no elimina al virus. Su vía de transmisión más común es el contacto sexual, aunque también deben mencionarse transfusión sanguínea, compartir rastrillos, cepillo dental y agujas contaminadas (casi siempre por uso de drogas intravenosas), tatuajes o perforaciones (piercing) con material no esterilizado, y de una mujer infectada a su hijo en el momento del alumbramiento (vía perinatal); aproximadamente un millón y medio de mexicanos están afectados por este virus.
Hepatitis C. Se estima que 80% de los pacientes infectados por el virus que genera este padecimiento (VHC) no pueden eliminarlo, de modo que sufren inflamación crónica de esta víscera y sustitución de tejido funcional por otro parecido a cicatrices (fibrosis hepática). La principal forma de contagio en México es la transfusión de sangre o de productos derivados de ella (plasma y plaquetas).
Igualmente importante es hacer mención que en el hígado se puede producir cirrosis, es decir, las células hepáticas mueren poco a poco y se transforman en tejido de aspecto fibroso, con numerosas cicatrices y nudos que afectarán su funcionalidad. El principal causante de este trastorno es el consumo prolongado de alcohol.
Sin embargo, el daño más grave que experimenta este importantísimo órgano es el cáncer, el cual se presenta cuando algunas células de nuestro organismo crecen en forma anormal y fuera de control alterando su estructura genética natural y la de millones de las adyacentes, hasta ir formando una masa de tejido, mejor conocida como tumor. Científicamente se ha comprobado que las células que no han sido afectadas no pueden impedir que las dañadas sigan multiplicándose, dejándoles la puerta abierta para su expansión o metástasis.
La cirujana oncóloga María Susana Hernández Flores asegura que «la Medicina reconoce dos tipos de orígenes de células cancerígenas en el hígado, las que provienen de algún órgano adyacente o las que generan factores como cirrosis, virus de las hepatitis B y C o el contacto con sustancias (aflatoxinas) producidas por ciertos hongos que puede contaminar alimentos como cacahuates, maíz u otras semillas; igualmente influyen factores como la herencia o el consumo de tabaco.
“En México, el de hígado es reconocido como el sexto lugar en número de muertes por cáncer, y si bien hasta hace unos años se presentaba con mayor frecuencia entre los 65 y 70 años de edad, actualmente se ha incrementado el número de afectados entre población más joven, debido a la propagación del virus de la hepatitis B, principalmente”.
De efecto contundente
La Dra. Hernández Flores comenta que debido a que los primeros signos de la presencia de cáncer hepático son muy similares a otras afecciones a la salud, descubrirlo puede llevar tiempo y propiciar que el daño avance. “Dolor y crecimiento del abdomen por acumulación de líquidos (ascitis), así como ictericia (coloración amarilla de la piel) o pérdida de peso y apetito, son síntomas que pueden confundir a pacientes y médicos y retrasar el tratamiento adecuado. En alto porcentaje de casos, cuando se detecta el problema, la sobrevida (tiempo aproximado de vida que resta a un paciente a partir de que se diagnostica la enfermedad) es poco esperanzadora”.

Es así que ante la sospecha del médico tratante por los síntomas del paciente, solicitará pruebas que confirmen o descarten la posibilidad de cáncer y con ello determinar el tratamiento a seguir. Entre los principales exámenes de diagnóstico se encuentran:

Biopsia. Introducción de una aguja fina en el hígado para extraer algunas células, a fin de observarlas en microscopio y saber si son cancerígenas.
Resonancia magnética. Emplea ondas magnéticas para crear una imagen del interior de la cavidad abdominal, a fin de ver el tamaño del tumor en la víscera y su localización exacta.
Tomografía axial computarizada. Tipo especial de radiografía con la que se obtiene una imagen del interior del abdomen y los órganos que en él se ubican que es registrada por una computadora; detecta incluso tumores muy pequeños.
Ultrasonido. También llamado ecografía, este método utiliza ondas sonoras para detectar tumores identificables en un monitor.
El médico cuenta también con la opción de solicitar un examen de sangre para reconocer los llamados marcadores tumorales, proteínas producidas por el propio tumor o por el cuerpo como respuesta a la presencia de cáncer.

Existen diferentes tipos de marcadores tumorales, tantos como los posibles sitios en los que se localiza el cáncer. Particularmente para el hepático debe reconocerse la presencia de la hormona alfafetoproteína, la cual se produce de manera natural durante la gestación (embarazo) y se suspende al nacer, pero reaparece si hay células cancerígenas en el hígado, aunque también se incrementa su número si el daño es en testículos y ovarios.

Una vez confirmada la presencia de células cancerígenas, y reconocido el avance del daño, el oncólogo puede elegir el tratamiento a seguir. La Dra. Hernández Flores, egresada del Hospital Centro Médico Siglo XXI, señala que la cirugía brinda al paciente mayor sobrevida, “lamentablemente entre 10% y 30% de los afectados pueden intervenirse, ya que generalmente se reconoce el problema cuando el órgano está muy dañado y debe buscarse otra alternativa.

“La cirugía consiste en retirar el tumor y alguna porción del hígado, por lo que previamente debe evaluarse si el mismo puede tener funcionalidad sin la parte que le será retirada. Otra pauta importante a considerar antes de intervenir es saber si las células cancerígenas no han invadido tejidos adyacentes importantes, como los de la vena cava o los conductos (vasos sanguíneos) biliares, esenciales en el funcionamiento del hígado. Cuando este es el caso, la opción a considerar es el trasplante, pero la espera del órgano reducirá la sobrevida del afectado, además de que los resultados no siempre son los esperados”.

La especialista añade que la radioterapia (radiación) y/o quimioterapia (administración de fármacos especializados que detienen la reproducción de las células dañinas) no siempre mejoran las expectativas del paciente. “Actualmente se cuenta con la opción de inyectar un tipo especial de alcohol directamente al tumor, a fin de provocar un coágulo que impida que éste se siga nutriendo y con ello se detenga su crecimiento.

“Desafortunadamente en casi todos los casos el cáncer hepático se detecta cuando el paciente tiene una sobrevida de 4 a 6 meses; en el mejor de los casos, la cirugía puede extender al vida del afectado hasta cinco años”.

Algo qué hacer
En años recientes el carcinoma hepatocelular —o cáncer de hígado—, se ha asociado a infecciones virales crónicas, en particular hepatitis B, cuyo virus causante es transmitido principalmente por contacto sexual, por lo cual la oncóloga María Susana Hernández refiere que una manera de prevenir el contagio es practicando el sexo seguro, es decir, protegiéndose al usar condón sin no se tiene una pareja estable; asimismo, es importante tener precaución de no compartir productos que puedan tener contacto con la sangre de algún posible infectado, como navajas, agujas u objetos empleados en piercing (perforaciones estéticas).

Finalmente, la especialista enfatiza la importancia de realizarse periódicamente el examen de sangre denominado perfil viral, para reconocer la presencia del virus de la hepatitis B, pues éste tiene la peculiaridad de manifestarse hasta 10 años después de haber ingresado al organismo.