Compilan bestias y otros personajes en el libro ‘Mostrología del cine mexicano’

El cine mexicano ha creado desde 1933, con La Llorona, la primera película de terror filmada en el país, infinidad de mostros que tienen “atisbos de genialidad” y “cierta aura que los hace valiosos a pesar de sus deficiencias de producción”.

Vampiros de hule que desafiaban la gravedad con ayuda de alambres visibles, un Frankenstein con pestañas postizas, lobos envueltos en trajes de peluche o seres que cruzaban el cosmos en diminutas naves de hojalata compartieron la pantalla con cómicos, luchadores y bailarinas exóticas.

Drácula, la Momia Azteca, el Nahual, Chiquidrácula, el Vampiro Teporocho o la Loba Clarisa son algunos de los seres terroríficos recreados con “sabor a la mexicana” y recursos modestos.

Conocedores de este fenómeno singular, que ha sido bien recibido por el público mexicano, “con el que tiene muchos hilos afectivos”, Marco González, José Luis Ortega, Octavio Serra y Rodrigo Vidal decidieron analizarlo y realizar una clasificación que permitiera revalorar esta tradición del cine fantástico.

Tras revisitar unas 200 películas y hacer una exhaustiva investigación iconográfica y bibliográfica, los autores dieron vida a Mostrología del cine mexicano (La Caja de Cerillos/ Conaculta), que se presentará el 23 y el 26 de febrero.

Esta primera guía mitológica reúne a 50 esperpentos, de los que se registran sus orígenes, cualidades físicas, poderes, debilidades, enemigos, aliados y las cintas en las que aparecen, detallan sus autores en entrevista con Excélsior.

Las criaturas han sido divididas en diez grupos: Alimañas, Aparecidos, Brujas, Chamucos, Chupasangres, Electrodomésticos, Etés, Humanoides, Momias y Peluches.

“El monstruo es una figura legendaria del folclor mundial. Y, normalmente, los grandes arquetipos llegaron de importación a México. Lo que hizo nuestro cine fue tomar esa figura y darle un sabor a la mexicana o convertir a nuestras propias leyendas, como La Llorona o el Nahual, en monstruos parecidos a este icono”, explica Rodrigo Vidal (1977).

“Muchas de estas copias no fueron realizadas con buena fortuna, por eso sonmostros y no monstruos. Al momento de intentar apropiarnos de otras culturas estamos cayendo en imitaciones, lo que no deja de lado que tengamos monstruos originales y muy buenos. Reconocemos que hay buenas películas, con valores de producción, y eso se comenta en las fichas”, agrega.

Vidal dice que en este trabajo se intentó abarcar la mayor parte de la historia del cine mexicano, desde la primera película de terror, La Llorona, que dirigió Ramón Peón en 1933, hasta la más reciente, Kilómetro 31, filmada por Rigoberto Castañeda en 2006.

“Se trata de evidenciar cómo han sido los cambios. No me atrevo a decir evolución, pues no hubo precursores ni época de oro de los mostros, sólo una exposición de estas criaturas.”

Uno de los grandes hallazgos, dice Vidal, es que las primeras películas de muertos vivientes se hicieron en México. “La momia azteca (1958), de Rafael Portillo, es mucho anterior a La noche de los muertos vivientes, que dirigió George A. Romero en 1968, considerada el origen del muerto viviente, después llamado zombie. Así que a estos seres se les debe llamar momias, en honor a la cinta mexicana”, indica.

De la entraña

Para José Luis Ortega (1974), esta propuesta mal vista por las clases medias del país tendría que ser revalorada. “El cine de mostros realizado en México es una labor de conjunto, ejemplo de arte popular, pues surgió desde esta trinchera. El cine mexicano que se hace ahora es de academia. En aquel momento, la gente que realizaba esas películas tenía un oficio, una visión, un olfato, y con el día a día iba haciendo su arte. Por esto, por ser un producto de la vena, de la entraña, lúdico, lo han desdeñado”, destaca.

Octavio Serra (1976) coincide con Ortega en que se han criticado injustamente este tipo de cintas, “pues no tienen destreza técnica ni proezas. Pero esa nunca ha sido la característica del cine mexicano, ni del culto ni del popular. Creemos que el vampiro de hule que es jalado por un hilo tendría que ser invisible, pero es muy visible, no era tampoco un elemento que estorbara al disfrute de la película. La audiencia les hacía concesiones y el libro respeta la obra”.

Serra remarca que este tipo de cine hace eco a esa parte lúdica del público, “del cine piojito, del cine popular mexicano, de hacer que la gente entre en complicidad con la narrativa cinematográfica”.

También aclara que “si bien el libro está escrito con desparpajo, para generar una sonrisa, es un trabajo serio. Queríamos reírnos con las películas, no de ellas. Disfrutarlas es tratar de comprender qué quería el público de esa época, si les daba miedo, si iban a reírse, qué sentían, qué pensaban, qué leían, cómo era la cultura de ese tiempo”.

El historiador Marco González (1975) especifica que estos seres no sólo formaban parte de las películas de terror. “El mostro es un personaje del cine mexicano que participa más en filmes de terror, luchadores o ciencia ficción, pero en el libro se incluyen cintas infantiles, comedias y comedias eróticas”.

Dice que el sentido del humor marca los textos. “Al ser mostros de cine mexicano, uno tiene la libertad de aportar cosas. Tal vez este juego no te lo permita el análisis de una cinematografía establecida. Pero en este caso quisimos divertirnos, pero cuidando el respeto, no es burla, somos aficionados a estas películas”.

Andrea Fuentes, editora de La Caja de Cerillos, destaca el trabajo gráfico del volumen diseñado por Santiago Solís. “Está profusamente ilustrado, con stills, fotogramas y carteles de las películas. Hay detrás del libro un gran trabajo de selección y búsqueda de estas imágenes, que aportan toda una narrativa de la identidad gráfica que se tenía en esa época”, concluye.

 

¿Dónde y cuándo?

Mostrología del cine mexicano, de Marco González, José Luis Ortega, Octavio Serra y Rodrigo Vidal, se presentará el 23 de febrero, a las 19:00 horas, en la Cineteca Nacional, y el 26 de febrero, a las 20:00 horas, en el Salón Pata Negra.