El mundo pacta un acuerdo histórico contra el cambio climático

Un histórico acuerdo mundial contra el cambio climático, que une por primera vez en esa lucha a países ricos y en desarrollo, fue aprobado ayer por 195 países en una conferencia cargada de emoción en París, la COP21.

Seis años después de la fallida conferencia del clima de Copenhague, la comunidad internacional demostró que tomó conciencia de un problema que amenaza la vida en el planeta.

“Miro a la sala”, dijo rápidamente el canciller francés, Laurent Fabius. “No oigo objeciones: el acuerdo de París sobre el clima queda aprobado”, añadió con nerviosismo, antes de pegar un martillazo, como manda la tradición.

Los asistentes irrumpieron en vítores y aplausos, y muchos rostros reflejaron los años de esfuerzo diplomático.

El acuerdo climático reemplazará a partir de 2020 al actual Protocolo de Kioto y sienta las bases para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y, más importante aún, para empezar a soñar con un mundo sin combustibles fósiles.

Dos semanas de negociaciones, conducidas por la diplomacia francesa, llevaron a un resultado que plantea enormes retos para el sector energético, pero al mismo tiempo grandes oportunidades para los que apuesten por las energías limpias.

El texto, de 40 páginas, vincula la suerte de las grandes potencias emisoras de gases de efecto invernadero, como Estados Unidos y China, a la de las pequeñas islas del Pacífico amenazadas por la subida del nivel de los océanos.

Los países industrializados, responsables históricos del problema, deberán ayudar financieramente a los países en desarrollo.

Las potencias emergentes que lo deseen podrán añadirse también, pero de forma voluntaria, como ya empezó a hacerlo China.

Todos los países se comprometen a controlar mutuamente sus planes de reducción de emisiones (INDC), con revisiones quinquenales a partir de 2023.

El objetivo es que esas emisiones, principales responsables del calentamiento del planeta hasta niveles récord, dejen de aumentar “lo antes posible” y luego se reduzcan “rápidamente”, aunque sin fijar porcentajes ni plazos, como querían los países más resueltos.

Para la segunda mitad del siglo, queda el objetivo aún más ambicioso: lograr un equilibrio total entre las emisiones de gases de efecto invernadero y las acciones para contrarrestarlas.

El texto propone limitar el aumento de la temperatura del planeta “muy por debajo de dos grados centígrados respecto de los niveles preindustriales”, y “seguir esforzándose por limitar el aumento de la temperatura a 1.5 grados centígrados”.

Eso satisface tanto a los países emergentes, que no quieren comprometer su desarrollo económico, como a los países más vulnerables a los desastres meteorológicos.

Los países en desarrollo recibirán cien mil millones de dólares “como mínimo” a partir de 2020, una cifra que sería revisada “a más tardar” en 2025.

Esa era una exigencia que tiene su origen en la fallida conferencia de Copenhague.

Esa era una exigencia que tiene su origen en la fallida conferencia de Copenhague.

El gran escollo en los últimos años ha sido la exigencia de los países ricos de que las potencias emergentes que más contaminan también contribuyan.

China es el primer emisor de gases de efecto invernadero del mundo, Estados Unidos el segundo, la Unión Europea el tercero, e India el cuarto.

Esos cien mil millones son “un punto de partida valioso, pero sigue siendo menos del ocho por ciento del gasto militar anual” del mundo, recordó un científico, Ilan Kelman, del University College de Londres.