El «affaire» de Patricia

Nos encontrábamos el día 22 de octubre vacacionando en un verdadero paraíso en la Riviera Nayarit, sitio turístico vecino de Puerto Vallarta. Nos hospedábamos en uno de los complejos de Grupo Vidanta, a los que vale la pena ir solo para reforzar el orgullo de tener en México sitios turísticos de clase mundial. Un sitio que, a mi modo de ver, ilustra integralmente lo que desde hace años he dado en llamar «atractividad».
A ciencia cierta no sé de donde saqué la palabra pues, efectivamente, no existe en el diccionario de la Real Academia de la lengua española, pero no he dejado de usarla desde que era Secretario de Turismo, ya que me parece que describe claramente la capacidad de un sitio o de un destino turístico para resultar atractivo para los visitantes.
Este complejo no solo tiene ya lo mejor de lo que existe, sino que se encuentra permanentemente ofreciendo nuevos atractivos. En poco tiempo, los huéspedes de este sitio podrán gozar de los atractivos de tres parques temáticos, fusionados en uno solo, los cuales se desarrollan en un esfuerzo conjunto entre Vidanta y el grupo de Cirque du Soleil.
Pues ahí, a ese sitio al que me refiero habíamos llegado apenas, cuando empezamos a conocer noticias en relación a un huracán que se formaba en el Océano Pacífico, al cual se había dado ya el nombre de Patricia y que parecía dirigirse a costas mexicanas; más específicamente a las costas de Jalisco y de Colima. Me informé con el director del desarrollo y me comentó que se trataba de un fenómeno de características muy especiales (y quizás muy peligrosas) por la velocidad a la que avanzaba y la forma en que iba incrementando su fuerza. Que deberíamos seguirlo con atención. Nos mantuvimos en contacto durante todo ese día y los comentarios empezaban ya a referirse a las medidas de precaución que tomarían en el hotel.
Con una sorprendente combinación de eficacia y discreción, los directivos, los mandos medios, los meseros y camaristas, así como el personal de mantenimiento fueron cerrando los diversos sitios públicos, como las albercas o los restaurantes al aire libre, llenando sacos de arena y colocándolos en los lugares más bajos de desarrollo, cubriendo con grandes lonas las verdaderas montañas de material de construcción de los parques a que me refería y con un gran orden fueron informando a la clientela acerca de la posibilidad de evacuar a los huéspedes para conducirlos a lo que se conoce como el edificio de servicios, el cual se habilitaría como un gran albergue con capacidad de hasta 4000 personas.
Al día siguiente a primera hora hablé con el Director, quien me había dicho que a las 7 am tendría una primera reunión de evaluación de los últimos partes informativos. Me señaló que las cosas eran mucho más delicadas de lo que se había previsto y que estaban recomendando que aquellas personas que tuvieran la posibilidad se dirigieran «tierra adentro» y quienes no la tuvieran, se prepararan para ser trasladados al albergue, el cual para ese entonces ya se encontraba perfectamente habilitado con mesas y sillas, con las camas de asolear habilitadas para descansar, con sábanas y almohadas, con víveres y agua más que suficientes e incluso con un conjunto de actividades recreativas y de entretenimiento muy organizadas.
Dado que habíamos invitado a mis suegros que residen en Puerto Vallarta de 90 y 89 años a que estuvieran con nosotros y a que viajábamos también con cuatro niños menores de cinco años (uno de los cuales tenía la pierna enyesada), optamos por salir para Guadalajara y pudimos darnos cuenta de la forma en que los turistas nacionales y extranjeros, de manera serena y ordenada, iban dirigiéndose al albergue en el edificio de servicios. En todo momento prevalecieron las sonrisas de hombres y mujeres del personal del hotel y casi ni parecía aquello un movimiento de emergencia, como en realidad lo era.
El traslado resultó muy largo, dado el tráfico de tantos vehículos que tomaban las mismas providencias que nosotros. Pero en ningún momento ese tráfico dio lugar a un solo bocinazo o a alguna actitud de pelea o de abuso por parte de ningún vehículo. Podía sentirse esa solidaridad a que da lugar una vivencia compartida de esta naturaleza. Al paso por las diversas poblaciones a lo largo de las nueve horas que nos tomó llegar a Guadalajara, pudimos observar las medidas de precaución en las casas, en los comercios, en puertas y ventanas, así como la forma ordenada en que la gente caminaba para acudir a los albergues habilitados en dichos poblados.
Al llegar a una gasolinera ubicada a la mitad del camino, escuchamos en una televisión al director de la Comisión Nacional del Agua decir que se trataba del huracán más peligroso en la historia del planeta y un temor acerca de lo que podría pasar en Vallarta se apoderó de nosotros. Igualmente nos preocupaba que, ante esa fuerza descomunal, derrumbes o deslaves pudieran bloquear el camino y nos quedáramos atrapados. Supongo que el mismo temor sintieron todos quienes fueron enterándose de dicha información. Pero insisto, sorprendía la madurez con la que la gente se conducía.
Por fortuna, a la hora prevista para que se presentaran los mayores destrozos, Patricia perdía fuerza y dejaba de ser la amenaza que llegó a representar. Y algo quedó acreditado como nunca: las medidas de previsión funcionaron, la gente las atendió puntualmente y un gran despliegue de esfuerzos de todos permitió que encaráramos el fenómeno en las mejores condiciones posibles. Hoy me he enterado de los mensajes que circularon en las redes sociales de esos miles de turistas agradeciendo la forma en que se les protegió y destacando la capacidad que nuestro país y sus destinos turísticos tienen de ser atractivos; así, entendía que la «atractividad» puede ser tal, no solo en las buenas, sino también en las malas.