La historia en cada esquina

En la Ciudad de México existen por lo menos 43 calles que llevan el nombre del expresidente Gustavo Díaz Ordaz (1911-1979), quien gobernó al país de 1964 a 1970, y muchas más en diversos estados de la República.
“Es lamentable que este político funesto, confeso responsable de la matanza estudiantil de 1968, reciba este tipo de homenaje. ¿Quien au-torizó eso? Quizá bautizaron las calles durante su propio gobierno”, comenta Héctor Anaya.
El investigador, afirma en entrevista, que, en este tema, México pertenece a una tradición muy latinoamericana. “En las urbes de América Latina hasta se llega al extremo de reconocer a quienes fueron sus conquistadores y no se distinguieron por el buen trato a los nativos”.
Destaca que en la Ciudad de México, por ejemplo, se recuerda a los conquistadores Hernán Cortés, Pedro de Alvarado y Juan de Grijalva, y a inquisidores como Pedro Moya de Contreras y fray Juan de Torquemada, “que torturaron a los nativos y los encasillaron como herejes”.
También se rememora, dice, “a un Iturbide que trastocó el ansia indepen-dentista y republicana, y a un Santa Anna que vendió a precios de ganga buena parte del territorio nacional. Es incomprensible. ¿Quién decide esto?”, se pregunta.
Ante la imposibilidad de conocer realmente cómo y por qué se pone el nombre de tal o cual personaje o suceso histórico a las calles de las colonias mexicanas,
El escritor y editor decidió echar luz sobre quiénes son esos políticos, literatos, músicos, pintores o científicos cuyo nombre aparece en las esquinas. “La historia está en la calle. Ahí la viven las personas cotidianamente, se la encuentran, les sale al paso. Un monumento, una plaza, un busto, una escultura, una placa o una avenida indican que ahí pasó algo. Creo que es importante que los ciudadanos sepan más sobre esos personajes para que comprendan mejor su país y el mundo”, agrega.
Por esta razón, el promotor cultural se dio a la tarea, desde hace cuatro décadas, de trazar pequeñas viñetas literarias que explican, a través de anécdotas, quién son estos héroes o artistas, trabajo que ahora reúne en el libro Gente con nombre de calle, que acaba de publicar la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco.
Más de 250 mini biografías detonan la pregunta ¿quién hace la Historia: el acontecimiento o el personaje?, tema sobre el que Anaya reflexiona en el ensayo que abre el volumen. Y, posteriormente, por orden alfabético, aparecen las viñetas literarias, que comienzan con la del poeta Manuel Acuña y terminan con el luchador social Emiliano Zapata.
“No son biografías simples, ni la ficha enciclopédica tradicional, sino viñetas literarias.
A partir de los recursos del relato, se ofrece, sobre todo en el caso de los héroes patrios, la luz y la sombra de su quehacer, a fin de no contribuir a la estatuaria, que en el bosque de pedestales nubla la visión humanista”, señala.
Latinoamericanos benévolos
Tras décadas de observar los nombres que llevan las calles del país, Anaya ha llegado a la conclusión de que “los mexicanos y los latinoamericanos somos muy pródigos y benevolentes, pues colocamos a nuestras avenidas incluso los nombres de personajes siniestros”.
En otros países es diferente.
“Tal vez los ingleses sean quienes le dan más importancia al acontecimiento que a los protagonistas del mismo… En el centro de Londres se recuerda en una gran avenida la Batalla de Trafalgar, pero al feroz almirante que comandaba la Armada británica, a la postre vencedora de la alianza franco-hispana, se le relega a una calle secundaria.
“En París, en cambio, el paseante se encuentra con la Historia en bulevares, paseos, centros culturales o de negocios, parques, jardines, monumentos y estatuas. Pero los italianos, por lo menos en Roma, le escatiman este homenaje a personajes históricos, ya que prefieren conservar los nombres antiguos de sus vías”, asegura.

En Nueva York, continúa, “aunque son más sus streets numeradas”, no escasean los tributos a la Historia, pero de manera muy selectiva. “Una avenida principal recuerda al presidente James Madison; y otras calles rememoran al libertador Washington, al navegante Henry Hudson, al marqués Lafayette, al explorador Colón, al presidente Monroe, al activista Martin Luther King e incluso a uno más radical como Malcolm X”.

Avenidas mexicanas

Héctor Anaya asegura que, sin duda, es Benito Juárez, el Benemérito de las Américas, el nombre más socorrido para bautizar a las calles mexicanas, a tal punto que se desconoce una cifra exacta, no se sabe cuántas hay.

Un personaje que le sorprendió, detalla, es Gabriel Mancera, un constructor del Porfiriato que poca gente ubica. “Fue un maderista que, al terminar la Revolución, lo nombraron diputado. Pero, como era un hombre muy rico, donaba su sueldo para dar becas a los estudiantes pobres. Invito a los actuales legisladores a seguir su ejemplo”, apunta.

Explica que detrás de cada nombre de una calle se esconde una historia que, en ocasiones, puede ser curiosa, como en el caso del doctor Claudio Bernard, que da su nombre a una avenida de la colonia Doctores. “Era un médico que tenía mala fama, porque decían que apestaba y mataba a los animales”.

O el compositor español Isaac Albéniz, quien regresó a Madrid tras cinco años de viajar por América Latina, sólo que cuando retornó a su patria tenía escasos 15 años de edad. Así como Genaro Codina, el autor de la célebre Marcha de Zacatecas, quien “era un músico de tercera y ganó un concurso con una pieza que se convertiría en nuestro segundo Himno Nacional”.

“Algunos se merecen el homenaje, pero otros no, como el general Celestino Gasca, que, por quedar bien con él, al bautizar una avenida de la colonia Altamirano, por el pueblo de Tacuba, cuyas calles tienen nombre de lagos y lagunas, se inventaron el Lago Gascasónica, que no existe, los geógrafos se van a perder buscándolo”, añade el investigador.

Y, por el contrario, el único Nobel de Literatura mexicano, Octavio Paz, “que merece con creces este reconocimiento”, da nombre a “un callejón bastante destartalado que está por los rumbos de Iztapalapa. Supongo que el poeta hubiera despreciado ese homenaje y hubiera preferido que pusieran su nombre a la calle donde tenía su departamento, cerca del Paseo de la Reforma”, piensa el narrador.

Anaya invita a adentrarse, a través de sus viñetas literarias, en la vida de la gente que da nombre a las calles mexicanas. “Me centro sobre todo en lo positivo, artistas, pintores, escritores, músicos, científicos. Incluyo pocos militares, porque no veo mayor mérito para que merezcan una calle. ¿Por qué un general es más importante que otro? Simplemente porque mató a más gente al ganar las batallas. Ocupan sólo la sexta parte del libro”.

Finalmente, el autor confiesa que nunca logró saber con certeza quiénes determinan qué nombre se pone a determinada calle, porque, piensa, en esto están involucradas varias personas, desde el político en turno y los fraccionadores hasta algún “lambiscón” que quiere quedar bien.

Y descarta, a pregunta expresa, que, en el caso de los políticos vivos, se les dedique una calle para que éstos la procuren y den instrucciones de que se le mantenga en buen estado e iluminada.