Agresividad: no la reprima, encáucela

Es imposible encontrar un ser humano que no haya manifestado conducta agresiva en al menos una ocasión y, más aun, es probable que ésta reacción emocional vuelva a presentarse en muchas ocasiones durante su existencia, casi siempre cuando se repiten condiciones y circunstancias que generan incomodidad, inseguridad o falta de placer.
Lo cierto es que hablamos de un impulso que busca garantizar la subsistencia de una ser vivo, incluso de una especie, al momento de enfrentar adversidades o de elegir a los individuos más aptos para reproducirse y, de hecho, la humanidad tuvo que recurrir a este instinto en sus primeros días para cazar o luchar con sus predadores, pero el desarrollo de la civilización ha generado condiciones de convivencia en las que los ciudadanos resuelven diferencias por vías socialmente establecidas, regidas por leyes, por lo que en este contexto la agresividad es mal vista.
Cabe señalar que tan mala fama se debe a aquellos casos en que la agresividad llega hasta sus últimas consecuencias, en las que se presentan arranques intempestivos que concluyen en fuertes discusiones verbales y actos de violencia física, mismos que por desgracia generan dificultad para socializar, ocasionan lesiones corporales o anímicas e incluso pueden tener desenlaces fatales.
Lo cierto es que el carácter agresivo es un poco difícil de entender, ya que no sólo consiste en insultar, pegar, matar, robar, estafar o usurpar casas, sino que admite variaciones sutiles como llegar tarde o faltar a una cita, incurrir en actos de corrupción, crear condiciones adversas en el trabajo o dejar de realizar algún pago urgente, todo ello sin que el individuo lo note.
En efecto, el psicólogo francés Jacques Lacan (1901-1981) tuvo el acierto de realizar una distinción entre una agresión, que es consciente y deliberada, y la agresividad, la cual es inconsciente y pasa inadvertida, por lo que la persona no se da cuenta de cómo se comporta o que altera a terceros, pero presenta dificultades para convivir.
¿Aprendida o innata?
Aunque se coincide en señalar que la agresividad es un instinto natural, también es posible afirmar que la manera de manifestarla depende de las experiencias y del aprendizaje recibido en hogar, escuela, trabajo u otros grupos sociales, es decir, se moldea a través de lo que hemos disfrutado o sufrido a lo largo de la vida.
De este modo, el manejo de nuestros impulsos depende de la relación que se tenga con la gente y, sobre todo, con los padres, por lo que, a grandes rasgos, se puede afirmar que un niño que crece en un hogar donde las dificultades y diferencias se solucionan con gritos y golpes, aprende que es a través de estas vías como puede manejar su agresividad y hacer frente a toda situación desfavorable; algo similar ocurre en aquellas familias en donde la violencia se vale de formas más «suaves», como el chantaje emocional o la amenaza verbal.
Una persona educada en un ambiente adverso suele ser más sensible a los estímulos del exterior que pudieran representar peligro, de modo que «sale de control» o «estalla» en condiciones que para otra persona son comunes, por ejemplo:
Cuando alguien se le aproxima mucho físicamente, le realiza preguntas «personales» o irrumpe en su lugar de trabajo, tiene la sensación de que invade su privacidad.
En aquellos casos en que los deseos no se pueden llevar a cabo, como adquirir alguna mercancía o viajar en automóvil y encontrar el camino obstaculizado por un embotellamiento.
Si un interlocutor realiza un comentario o gesto que le hace pensar que no se le presta atención o no se hace mucho esfuerzo por entenderle, pues se siente abandonado e incomprendido.
Al presentarse alteraciones en su entorno, horario, rutina y, en general, cuando hay incertidumbre y desconcierto.
También si su pareja es observada por otra persona con coquetería o recibe un halago.
Así, una persona agresiva actúa como si se encontrara amenazada y amplifica su agitación interna debido a que en su inconsciente guarda memoria de hechos que lo han marcado y en los que tuvo que sacrificar sus proyectos, sufrió una gran pérdida, recibió burlas repetidas, fue ignorado o careció de respeto a su persona y espacio vital. Soluciones custionables
A lo largo de la historia de la humanidad se han propuesto distintas soluciones al problema de la agresividad, siendo algunas de ellas limitadas y otras poco viables. Dentro de estas últimas encontramos un par de casos extremos: erradicarla por completo o ejercerla libremente.
En primer lugar, es imposible despojar al ser humano de agresividad, no sólo por lo ya explicado, sino porque en la práctica se ha observado que realizar esto demanda alto costo:
la Medicina da fe de intervenciones quirúrgicas en el cerebro a personas con trastornos mentales y carácter muy violento,