Presidente del PRI: ¿método Edomex, Los Pinos o 2018?

Si la sucesión presidencial en el PRI comenzó el 7-J, su primera fase decisiva se dará en los próximos días con la selección del nuevo presidente del comité ejecutivo nacional en función de cuando menos tres variables:
1.- Un incondicional del primer círculo sin experiencia política de bases ni conocimiento del partido.
2.- Un externo al grupo gobernante y bien colocado en el partido, pero ajeno al proyecto presidencial.
3.- Un administrable con experiencia política y ajeno al conflicto, pero en un escenario de priístas alebrestados.
A diferencia de otros procesos sucesorios de presidencias priístas de la república, la dirigencia del PRI en el inicio de la fase de selección de candidato presidencial será hoy fundamental para la operación política. López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo manejaron personalmente el proceso de candidatos y así les fue: a López Portillo se le rebeló Javier García Paniagua, a De la Madrid le estalló la salida de Cuauhtémoc Cárdenas, a Salinas lo tambaleó Manuel Camacho Solís y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, y a Zedillo el PRI le cerró las puertas a sus validos José Ángel Gurría Treviño y Guillermo Ortiz Martínez.
El presidente Peña Nieto enfrentará tres métodos para designar al presidente del PRI:
1.- Un enviado directo del primer círculo presidencial, eficaz en la operación interna pero sin espacio priísta (Aurelio Nuño). Con esta opción, Los Pinos podría deshacerse de un espacio decisorio en Los Pinos para enviarlo a un espacio conflictivo donde su eficacia en resultados sea menor para el PRI; y al final no quedar bien en ningún sitio.
2.- Un político profesional para administrar el cargo pero con una dependencia tan directa de Los Pinos que podría reducirle eficacia (Enrique Martínez o Alfonso Navarrete). Al final, el dirigente priísta tendría que ser el propio Presidente de la República, dejando al líder del PRI en un operador de decisiones.
3.- O el método Edomex 2011: el que le garantice los objetivos políticos del PRI (Manlio Fabio Beltrones) en uno de los procesos de sucesión presidencial más complejos de la historia del partido y no el incondicional, como ocurrió en la nominación de Eruviel Ávila por su competitividad y no por su baja lealtad a Peña Nieto.
El contexto podría estar siendo evaluado en Los Pinos parta tomar la decisión del PRI: un deterioro de la figura presidencial por errores graves en la comunicación política del gobierno, el posicionamiento adelantado de aspirantes de la oposición por encima de los visibles priístas y la falta de un consenso interno en el PRI por las crisis del partido en el periodo 1994-2015, desde el asesinato de Colosio hasta el saldo real del resultado electoral del 7-J con datos de una baja en la tendencia de votos.
Más que una reforma, el PRI va a requerir a un operador que le diga cosas a los priístas. Desde el liderazgo de Colosio en el PRI en 1988-1992, el PRI ha sido visto como un aparato electoral pero en permanente decadencia: los sectores corporativos ya no cuentan ni dan votos, el acarreo de votos apenas sirve para estabilizar la nave pero no para impulsarla, la oposición ha aumentado su competitividad pero más por errores del PRI que por ofertas propias y la votación se ha estancado con un techo de apenas un tercio de las votaciones.
Con una presidencia de la república sometida a un bombardeo constante en medios y en redes, y ante la pasividad de la política de comunicación del gobierno, la dinámica política para la elección del 2018 pasará al PRI y tendrá que transitar por la aduana de cuando menos cinco gubernaturas en el 2016 —las aliancistas de Oaxaca, Puebla y Sinaloa, y las reservas de votos de Veracruz y Chihuahua— y la simbólica del Estado de México en el 2017, y el papel que pueda —o deba— jugar el PRI en relación a los temas esenciales del gobierno de Peña Nieto que podrían ser no sólo su legado sexenal sino las condicionantes para la selección del candidato presidencial.
El principal punto comparativo sería la dirección priísta de César Camacho que termina su ciclo: eficaz para el control, ineficaz para la dinamización del priísmo y ajena al fortalecimiento de la presidencia de Peña Nieto por la subordinación inactiva. Una presidencia priísta similar sería un problema adicional para la sucesión presidencial priísta.
Con la designación del presidente del PRI enviará Peña Nieto una señal clave para el 2018: involucrar y con ello desperezar a los priístas para romper la línea de flotación de 30% de votos con una oposición pisándole los talones o decidir por el control sumándole al Presidente de la República la operación día a día del PRI que siempre debilita la autoridad presidencial.
Por ahora las opciones están a la vista: Nuño, Martínez y Martínez, Beltrones, Navarrete Prida, Jesús Murillo Karam, Emilio Chuayffet; o alguna jugada estratégica ya muy prefigurada para el 2018.
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