Democracia fragmentada y resentida

De acuerdo con el modelo teórico de Leonardo Morlino, el proceso de institucionalización política pasa de una severa crisis de la democracia a una transición hacia nuevas formas de participación ciudadana. Pero luego de ese tránsito, las democracias se estancan en la restauración de los viejos regímenes o dan el salto cualitativo hacia la instauración de una nueva democracia.
La Unión Soviética de Gorbachov se ahogó en la apertura de libertades porque carecía de un modelo democrático. España, en cambio, dio el salto democrático construyendo una nueva democracia parlamentaria, abierta y social. México carece de una propuesta. En la URSS el viejo régimen quería sobrevivir y en España el franquismo necesitaba morir. En México el sistema priísta está en el ADN no sólo de la sociedad sino de los partidos, incluyendo a la oposición del PAN y del PRD.
El saldo del 7-J mexicano tiene dos escenarios: se avanzó en la práctica democrática electoral, pero el costo ha sido la fragmentación de las mayorías al convertirlas en minorías. El PRI, no hay que olvidarlo, apenas sacó 29% en las elecciones presidenciales y llegó al 39% con el voto del Partido Verde. Como partido, el PRI no alcanzó la mayoría absoluta en la próxima legislatura, pero la tendrá con sus asociaciones con el Partido Verde y el Partido Nueva Alianza.
Los sistemas políticos modernos se basan justamente en la fragmentación de los partidos pero cuentan con algunos candados: el modelo de las mayorías absolutas o el mecanismo de las segundas vueltas. En ambos, el partido en el gobierno debe sumar más del 51% de los congresos. Pero para llegar a las alianzas que construyan mayorías absolutas, los partidos deben de tener un programa específico de reformas institucionales.
El problema de las alianzas radica en la imposibilidad de conciliar intereses o en programas amorfos y hasta contradictorios. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, gobierna con una alianza entre diez partidos, algunos con posiciones demasiado radicales y otros marcados por el oportunismo electoral. De ahí que el programa de gobierno de Rousseff carezca de coherencia. En España acaban de armarse mayorías absolutas entre partidos tradicionales —Partido Popular y PSOE— con nuevas formaciones salidas de la indignación pero con programas de gobierno ya sin coherencia operativa.
La fragmentación de la ciudadanía impide la consolidación de partidos en función de propuestas de gobierno o de ideologías —ahí está el colapso no superado por los partidos europeos— y conduce a gobiernos pragmáticos sustentados más en programas asistencialistas que en modelos de modernización. Y casi todos los relevos electorales y de gobiernos alternativos han estado determinados por crisis económicas con efectos sociales.
La sociedad ha contribuido a la fragmentación y perversión de la democracia porque ya no vota por proyectos o ideologías sino por ofertas asistencialistas o temas de coyuntura social como las minorías sexuales que ninguna de ellas contribuye a solucionar la crisis del modelo de producción. Lo malo es que llegan gobernantes con carteras de subsidios pero sin proyectos políticos, de gobierno o de desarrollo, convirtiendo a la democracia en un problema y no en una solución.
De ahí que a la transición mexicana le haga falta una propuesta de instauración de sistema/régimen democrático y de proyecto de desarrollo y se enfile a una democracia basada en el voto del resentimiento.