Crisis y escenarios inéditos 2018

Con tiempos adelantados por el desgaste político del gobierno del presidente Peña y la posición adelantada de candidatos del PAN —Gustavo Madero y Rafael Moreno Valle— y en la fragmentada coalición neopopulista perredista —López Obrador por tercera vez y Marcelo Ebrard—, en el PRI se perfilan de nueva cuenta las opciones tradicionales: el político Miguel Osorio Chong en Gobernación y Luis Videgaray en Hacienda.
La decisión estará, asimismo, en las coordenadas de la crisis: una crisis política que ha hecho trizas el sistema político priísta y sus viejos acuerdos de estabilidad y la crisis económica atizada por la modernización que no llega, la presión social por el bienestar y los chicotazos de la inestabilidad internacional. Lo interesante e inédito del 2018 será el hecho de que la crisis económica y la crisis política se encuentran en una situación de retroalimentación y dependencia: una acelera otra y la otra influye en la una.
En el pasado, la crisis política ofrecía inestabilidad en las élites y confrontaciones entre las corrientes y grupos, pero lejos de la inestabilidad económica atizada por la inflación, la devaluación y el ajuste macroeconómico; y la crisis económica sin romper con la permeabilidad del sistema político priísta. En la crisis de 1994 hubo más intensidad en la política, pues la devaluación estalló hasta diciembre.
La parte inédita de las crisis se observó en los hechos políticos de 1994, 1997 y 2000: las elecciones presidenciales fueron ganadas sin problemas por el PRI por el temor a la ruptura de la estabilidad provocada por el alzamiento zapatista; pero la crisis económica votó realmente en 1997 y en el 2000; en 1997 Zedillo quería consolidarse en el PRI para impulsar a sus cartas económicas sucesorias: Guillermo Ortiz Martínez y José Ángel Gurría Treviño, los dos consolidados desde Hacienda. La derrota de 1997 afectó a Zedillo, el PRI le puso candados a la candidatura presidencial para cerrarle el paso a Ortiz y Gurría —la condición de un cargo previo de elección popular que no tenían— y la decisión de Zedillo de que la única garantía de continuidad del proyecto económico era el PAN en la presidencia.
La decisión sucesoria en el PRI para el 2018 se dará en el diagnóstico de la crisis general de la república: la económica por la caída del PIB, la política por la ruptura de la estabilidad en el sistema, pero la crisis económica provocando movilizaciones sociales y éstas exigiendo una nueva política económica con beneficios sociales.
En ambas áreas del gobierno, las características de las crisis revelan la urgencia de nuevos enfoques y nuevas estratégicas de cohesión social. Videgaray ya adelantó que vienen años de penurias y que el país no recuperará su ritmo de crecimiento y desarrollo cuando menos en una década y Osorio no ha aportado alguna iniciativa de reorganización del sistema político. Pero la profundidad de la crisis política ha lanzado a las organizaciones sociales a exigir mejor modelo de desarrollo y la política sabe con precisión que tiene que pasar por soluciones económicas. Y hasta donde se tienen datos, Videgaray carece de un enfoque político de la economía y Osorio no tiene un enfoque económico de la política.
En el pasado, López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo ofrecieron su formación económica pero supieron que su tarea sería política. Y los políticos Moya, García Paniagua, Bartlett, Colosio-Camacho y Labastida eran políticos sin tener claridad sobre los enfoques macroeconómicos.
La lógica política haría prever que Videgaray tiene un año para mostrar sus dotes políticas en las decisiones de Hacienda y Osorio tendría en el mismo lapso que ofrecer datos de su sensibilidad económica. Si no se dan estas condiciones, entonces los márgenes de decisión del presidente Peña Nieto para optar por alguno de los dos —o por ninguno si aparece un tercer en discordia— serán más personales y de afectos que en función de las posibilidades de sacar al país de la crisis.
El principal desafío de los dos aspirantes perfilados —Videgaray y Osorio—radica en su comprensión o incomprensión de la profundidad de la crisis: consideran que es una crisis coyuntural o de proyecto nacional; y a partir de ahí, percibir desde ahora quién tendría las mejores propuestas para construir un sexenio de reorganización y de reconstrucción nacional. Hasta mediados de 2015, los dos han carecido de propuestas de fondo y se han destacado como administradores de la crisis y no en aportadores de soluciones de largo plazo.
Como nunca antes, la crisis política es hoy crisis económica y la crisis económica es crisis política. Las crisis en el pasado habían estallado en los espacios de gobernabilidad del sistema político priísta y su funcionalidad para atenuar conflictos y encauzar soluciones; hoy el sistema político priísta es parte de la crisis económica porque su modelo no ha cambiado pero ya no aporta los elementos para el crecimiento sostenido y es parte de la crisis política porque ha perdido su viabilidad como espacio de intermediación-negociación-políticas públicas. Las posibilidades del PIB dependen de un nuevo acuerdo social productivo entre las clases sociales.
De ahí que las características del perfil que requiere la crisis de los candidatos priístas —en menor medida de la oposición porque su papel sería menor reconstructor— va más allá de la función primordial porque el economista tendrá que tener un conocimiento profundo de la política y el político deberá de ofrecer opciones económicas de modelos de desarrollo.
Los costos del aprendizaje ayudaron a dinamizar más las crisis: López Portillo creyó que la salida era la administración y le estallaron crisis política y económica; De la Madrid le apostó todo a la economía y la política le quebró al PRI con la salida de Cárdenas; Salinas no supo manejar su sucesión y Colosio fue asesinado y Zedillo lo persiguió. Y a Echeverría le estalló la crisis económica por hacer política sin medir las consecuencias económicas.
Los años de estabilidad permitieron soluciones más institucionales: Calles quiso ver en Cárdenas a un títere pero falló y pasó a retirarse; Cárdenas no jugó con el continuismo y rompió su propio proyecto revolucionario. Los políticos Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz no jugaron con la economía y limitaron la política a las condiciones de estabilidad económica. Ortiz Mena deslizó sus aspiraciones presidenciales pero fue institucional ante las decisiones sucesorias del poder.
El 2018 mexicano será inédito desde el proceso mismo de selección, aunque desde ahora se comience a mover en escenarios más o menos conocidos de otras sucesiones. Al final, el candidato nominado por el PRI tendrá que moverse en cuando menos tres escenarios apretados:
1.- La situación de sobretensión gobierno-sociedad que dejará Peña Nieto.
2.- La existencia de una sociedad más demandante con candidatos opositores radicalizados.
3.- Un sistema político inservible inclusive para la estabilidad cotidiana y desde luego factor de crisis en una campaña de descalificaciones.
Por lo pronto, las crisis económica, política y de sistema-régimen será un desafío para la movilidad de los aspirantes del PRI, del PAN y del PRD en el próximo año —de las elecciones del 7-J al cuarto informe presidencial—, con la circunstancia agravante de que el futurismo está adelantando vísperas y poniendo a pruebas las posibilidades de todos los aspirantes presidenciales, comenzando con los del PRI.