Estudian origen de Códice Borbónico

Entre las obras raras y preciosas que resguarda el fondo antiguo de la Biblioteca de la Asamblea Nacional de Francia, en el llamado Palais Bourbon, se encuentra el Códice Borbónico, un calendario azteca posiblemente de finales del siglo XV.

El documento llegó en 1826 a ese recinto al cual debe su nombre, luego de ser comprado en una subasta, pero el periplo que siguió hasta llegar a Europa es casi desconocido. Años antes de su venta, permaneció en el Monasterio de El Escorial, en las afueras de Madrid, donde se cree que fue robado por tropas napoleónicas cuando Francia invadió España en 1808.

El manuscrito, cuya fecha de origen tampoco es clara, es una de las joyas documentales que la Biblioteca parlamentaria resguarda en una bóveda, junto al texto original del juicio de Juana de Arco, una biblia del siglo IX, manuscritos de Rousseau y unos 80 incunables. Es uno de los documentos que no puede salir de Francia y que, por temor a su deterioro, pocas veces ha sido prestado. La última vez que se expuso fue en 2008 en el Museo del Quai Branly en una muestra sobre el contacto europeo con culturas de Asia, África y América.

Pero desde 2013, con la autorización y el financiamiento de la Asamblea Nacional, un grupo de investigadores encabezado por el químico Fabien Pottier se ha dado a la tarea de analizar de manera microscópica los componentes de este manuscrito de 36 páginas y 14 metros de longitud, considerado uno de los más importantes códices rituales de los antiguos nahuas conservados hasta ahora, tanto por sus dimensiones como por la calidad de sus ilustraciones.

El contenido del calendario, que está dividido en cuatro partes y describe las fiestas rituales de los aztecas, ya ha sido estudiado por diversos historiadores. En 1980, por ejemplo, el historiador mexicano Francisco del Paso y Troncoso publicó su libro Descripción, historia y exposición del Códice Borbónico, en el que ofrece un estudio sobre el manuscrito. Sin embargo, debido a la condición de sus materiales y su antigüedad, hasta ahora no había sido posible un estudio físico de sus componentes.

Ahora, gracias al empleo de una serie de instrumentos portátiles no invasivos, como espectroscopias de fluorescencia infrarroja, Raman y Rayos X, los investigadores podrán estudiarlo sin necesidad de manipularlo ni sacarlo de la bóveda.

De acuerdo con Bertrand Lavédrine, director del Laboratorio del Centro de Investigación para la Conservación (CRC) del Museo Nacional de Historia Natural de París, quien es uno de los coordinadores de este proyecto, el enfoque de este estudio es «principalmente codicológico» y la prioridad es la caracterización de los materiales que componen el manuscrito, como sus aglutinantes, colorantes y pigmentos.

Para estos análisis minuciosos se requieren de imágenes hiperespectrales, las cuales permiten la identificación de los materiales que componen un objeto gracias a los detalles que ofrece la técnica. Para ello, los investigadores franceses ocupan el sistema Patrimex, un equipo móvil que permite analizar obras de arte, monumentos históricos y otros objetos artísticos en su sitio, y que es proporcionado por la Fundación de Ciencias del Patrimonio en Francia.

Así, los investigadores podrán conocer cómo se realizó el códice, si se hizo a la manera tradicional o posee influencias españolas, pues una de las incógnitas es que no se sabe si fue realizado antes o después de La Conquista. Algunas páginas del códice incluso incluyen caracteres posiblemente latinos, que habrían sido realizados posteriormente a su realización. Esas anotaciones describen o hacen comentarios sobre las escenas representadas en el original.

El análisis también permitirá conocer las condiciones en las que se encuentra para proponer estrategias para su conservación y exposición.

Más que un trabajo de conservación, este estudio es de prevención, comenta la investigadora Tatiana Falcón, del Laboratorio de Diagnóstico de Obras de Arte del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, quien colabora con los especialistas franceses en los análisis de colorimetría.

Y es que, a pesar de su antigüedad, este manuscrito que contiene los ciclos de un calendario adivinatorio y otro solar mantiene muy vivos los colores de los cientos de figuras que representa. «Para tratarse de un documento de este tipo, los colores se conservan muy bien. Los códices tienen la característica de que se doblan como en biombo y sus peor enemigo es la luz, pero el Borbónico no ha sido expuesto demasiado, eso ha hecho que se conserve bien», dice Falcón.

La especialista, que desde hace años se ha dedicado a hacer pruebas de colores con los recetarios tradicionales utilizados por los pintores indígenas en la elaboración de textiles y códices, creó una paleta de colores basada en los del Códice Borbónico para que sus colegas en París realicen pruebas químicas sobre este soporte y los comparen con otros estudios.

Para elaborar los colores, Falcón se basó en las recetas que los cronistas Fray Bernardino de Sahagún y Francisco Hernández registraron en sus escritos del siglo XVI. «Todos esos materiales están identificados, sabemos la procedencia de las plantas, y hay algunas explicaciones de cómo se combinaban para hacer los pigmentos pero no son muy específicas. Mi trabajo ha consistido en hacer todos los experimentos necesarios para poder reproducir los colores», dice Falcón, quien en marzo viajó a Francia para seguir los experimentos.

Por ahora, algunos resultados de la primera campaña realizada en marzo del año pasado indican que el manuscrito fue hecho sobre papel amate, y que para colorear, los tlacuilos aztecas habrían utilizado pigmentos a base de flores, hojas, cortezas o insectos. Según Falcón, para los colorantes rojos habrían usado la grana cochinilla, mientras que algunos azules coinciden con los pigmentos que se pueden lograr con una planta conocida como matlali.

Actualmente, comenta Falcón, el manuscrito está en buenas condiciones y perfectamente resguardado, en una bóveda de seguridad cuya temperatura oscila entre los 12 y 14 grados centígrados. Allí sólo acceden los conservadores o investigadores autorizados escoltados con personal de seguridad. No obstante, el paso de los años podría haber hecho efecto en algunas áreas que necesitarían ser tratadas. «Una vez que se sepa de qué y cómo está hecho el códice, se podrá explicar cuáles son los procesos de deterioro natural que han tenido sus materiales, así como identificar las zonas deterioraras, los pigmentos que falten o las craqueladuras. Y eso serviría para proponer un tratamiento del códice en áreas determinadas», indica la especialista.

«La idea es poder prever cuál es la mejor forma de resguardarlo, si se puede exhibir o no, bajo qué condiciones, de qué forma, con qué materiales y qué tipo de luz», dice.

El proyecto también contempla el desarrollo de una base de datos que incluirá los resultados de los análisis para que funcionen como material de referencia en el estudio de otros códices.