El absurdo cotidiano

Nuestros actos inconscientes pasan sobre la conciencia. Somos impulso por encima de la reflexión, la lógica o el orden. El caos, dicen, es una forma del orden en otro plano de la comprensión. Lo fractal es tan preciso como lo geométrico.Hace muchos años (debe haber sido en 1973 o 74) conocí a Eugêne Ionesco. Antes de hablar con él había visto una maravillosa obra suya actuada por Ignacio López Tarso y dirigida por Alejandro Jodorowsky como parte del programa cultural de los XIX Juegos Olímpicos del 68 mexicano.Ionesco le dio al mundo el mejor teatro del absurdo y su obra “El rey se muere” es quizá la cumbre de la crítica política con las herramientas de lo aparentemente incomprensible.
El absurdo no consiste en la incomprensión, sino en la vigencia de lo no entendido como parte de una verdad: la realidad no necesita nuestro orden intelectual o lógico para existir.Nuestros actos inconscientes pasan sobre la conciencia. Somos impulso por encima de la reflexión, la lógica o el orden. El caos, dicen, es una forma del orden en otro plano de la comprensión. Lo fractal es tan preciso como lo geométrico.Pero en fin, esto es apenas una divagación para ir al asunto de nuestro mayor absurdo: Ayotzinapa.No me refiero al asesinato colectivo de los 43 normalistas hace casi 6 meses. Me refiero a la actitud con la cual se han enfrentado y, en algunos casos perversos, aprovechado los hechos.
En el nombre del recuerdo, una asociación de padres agraviados y aparentemente impulsados por el dolor de las pérdidas filiales ha permitido una enorme actividad política en la cual se utilizan todas las herramientas posibles del sabotaje. La pedrea, la destrucción, el amago y la rebeldía. Esto último está bien, rebelarse es un derecho, como bien lo supieron todos los revolucionarios de la historia. También supieron de las consecuencias.Pero dejemos eso para relatar el más reciente hecho ante el cual se responde con el absurdo de dejar hacer y dejar pasar.
El sábado por la mañana, los normalistas se trenzaron a pedradas y llamaradas con la Policía Federal. Tomaron la carretera de Tixtla rumbo al municipio de Eduardo Neri, se robaron un autobús y una cisterna rodante de combustible con 50 mil litros de diesel con la cual pudieron haber hecho la molotov más grande del mundo. No lo hicieron.Hay en estos hechos dos cosas absurdas. Una, la explicación del síndico procurador de Tixtla, David Martínez Valadez (o sea, nadie), quien dijo:“Los de la normal de Ayotzinapa pasaron, tiraron bombas molotov, quemaron. Nuestros policías (¿se imagina usted ser policía en Tixtla, Guerrero?) se resguardaron porque esa indicación tienen, de no responder a ninguna agresión…”.
Y el otro absurdo, el mayor de todos, la explicación de Vidulfo Rosales, portavoz, abogado y representante de los “ayotzi”, cuya capacidad de análisis es verdaderamente para apabullar a cualquiera con un miligramo de sensatez en la cabeza:“Los compañeros (#todos somos compañeros) fueron a realizar un acto de protesta en Zumpango y al regresar tomaron (se robaron, mejor dicho) unos autobuses… primero se presentó un incidente con la Policía Federal (querían impedir el bloqueo carretero y recuperar los vehículos), pero luego de dialogar unos minutos, los muchachos pasaron…”.La información dice: “…de la unidad (secuestrada) con número económico 2755 descendió un grupo de estudiantes, el cual con palos y piedras comenzó a agredir a los agentes quienes repelieron la agresión…”.
Agresión ante la cual “se resguardaron” para no responder la “provocación”.
Si todo esto no es absurdo, ya nadie entiende ni siquiera lo incomprensible