Aristegui, el periodismo y los dilemas: víctimas propiciatorias o libertades reales

Una decisión empresarial de una empresa privada con una de las conductoras de uno de sus programas noticiosos desencadenó un debate perverso y equivocado sobre la libertad de expresión. Como siempre ha ocurrido, periodistas que chocan con sus medios por contenidos editoriales han preferido la victimización que la estrategia política de poder.
Un caso sigue abierto: la salida de Julio Scherer García de la dirección general de Excelsior en julio de 1976. Ciertamente que el gobierno de Echeverría había presionado a Scherer para que bajara el tono de las críticas al gobierno y que el ejecutivo federal había presionado a la cooperativa con periodistas leales al poder para echar a Scherer de la cooperativa. Sin embargo, Scherer prefirió la victimización que la lucha política.
En periodismo tampoco existen los “hubiera”. Sin embargo, los análisis fríos y racionales tienen la obligación de construir escenarios de interpretación. ¿Qué hubiera ocurrido en Excelsior si Scherer se hubiera quedado a la sesión final de la cooperativa donde tenía votos suficientes para ganar la partida? Pues que Scherer hubiera seguido de director porque en julio de 1976 Echeverría había gastado su último cartucho en la sesión de la cooperativa. Hubo aliados de Scherer que le dijeron que no se saliera del edificio porque sería la aceptación de su derrota antes de la votación final.
Scherer prefirió salir con la dignidad de la víctima aplastada por el poder que mantenerse como director dando la lucha interna.
Con Aristegui ocurrió lo mismo. Como conductora y empleada de una S.A. tenía la obligación de no asumir decisiones que comprometieran a la empresa; pero ella decidió anunciar al aire que MVS radio se unía al proyecto Mexileaks, una decisión que le correspondía a los socios y no a la conductora del noticiero matutino. La crisis, por tanto, no era tal: hubiera bastado con una aclaración de Aristegui diciendo que se había equivocado y que ella y su estilo sí se aliaba a la plataforma Mexileaks pero no MVS. En lugar de la precisión, Aristegui decidió ascender a la condición de víctima, confrontar a su empleador y llevar las cosas a la ruptura.
Como consecuencia lógica, Aristegui se montó en la tesis de que era víctima de un atentado contra la libertad de expresión que nunca fue tal. Aristegui utilizó la marca MVS sin ser accionista ni dueña sino sólo empleada. Pero fue incapaz de reconocer los errores y por tanto prefirió la condición de Pasionaria del periodismo. Si se hubiera disculpado y deslindado de su afirmación de MVS y Mexileaks, la empresa se hubiera quedado sin argumentos para el despido.
Lo que queda por aclarar son las consecuencias de los hechos: ¿estaba Scherer buscando la victimización para no seguir su lucha contra los abusos de poder de Echeverría o cometió un error de ingenuidad? ¿Fue demasiado arrogante Aristegui al cometer un error y mantenerlo para arrodillar a la empresa y por tanto ponerse por encima de los accionistas, en lugar de reconocer que la regó y dar marcha atrás?
El periodismo está lleno de víctimas, cuando lo que se necesitan son periodistas que entiendan la lógica política y empresarial de las cosas. Scherer no podía enfrentar al poder porque carecía de fuentes de publicidad; y lo grave fue que le entró al juego político de las apariencias: cuando en 1973 los empresarios progubernamentales declararon un boicot de publicidad contra Excelsior, el propio Echeverría dio instrucciones para que la entonces Secretaria de Patrimonio Nacional diera publicidad al diario en el mismo volumen de la retirada por los empresarios; y ahí Scherer nunca quiso reconocer que comprometió la independencia del diario al aceptar publicidad políticamente condicionada.
Por eso la reunión de la cooperativa en julio de 1976 pudo haberse ganado para Scherer pero él decidió salirse como víctima del poder. En esta lógica ha estado Aristegui; las fuentes de publicidad de MVS para sostener la nómina del equipo de Aristegui fueron fundamentalmente gubernamentales, aunque la línea editorial de Aristegui fuera antigubernamental. De haber congruencia, Aristegui debió de haber exigido el retiro de la publicidad gubernamental de su programa, cosa que evidentemente nunca hizo. Y hasta donde se tienen datos, el gobierno federal nunca condicionó la entrega de publicidad a alguna censura al contenido editorial del equipo de Aristegui.
En este sentido, Scherer y Aristegui podrían ser dos casos concretos de periodistas que prefirieron la condición de víctimas a la lucha política que iban ganando. Scherer entendió la nueva lógica del poder y en noviembre de 1976 decidió fundar la revista Proceso. Aristegui, en cambio, prefirió caminar por la disputa laboral que tendrá perdida, y de ahí entonces la manipulación de su caso para llevarlo al terreno pantanoso, confuso y redituable de la “libertad de expresión” cuando en realidad fue un asunto de relaciones laborales.
LOS CAMINOS SINUOSOS DEL PERIODISMO
La libertad de expresión es un valor filosófico y político que requiere de condiciones para ejercerla; una de ellas radica en la confrontación natural entre los intereses empresariales y los intereses sociales. Pero casi todos los medios de comunicación son privados, empresariales, y su financiamiento se logra a través de la venta de espacio publicitario. La contradicción es obvia: no puede haber libertad de expresión en medios de carácter empresarial. De ahí que los medios que ejerzan de manera absoluta la libertad de expresión sean los que cuentan con una organización social y no empresarial.
Aristegui descubrió la existencia de la audiencia pero no la ha asumido comprometida con la libertad de expresión. Efectivamente, son las audiencias y los lectores quienes deben sostener con su demanda la existencia de medios absolutamente libres. La historia de la prensa libre ha pasado por etapas: de la del autoritarismo priísta de los cincuenta y sesenta hasta la apertura periodística en los hechos en el periodo 1980-2000: los medios se abrieron a columnistas críticos porque los necesitaban para su legitimación, pero cuando los dueños de los periódicos encontraron sus propias columnas —la de mensajes breves para responder a los intereses de los editores—, el columnismo crítico terminó su breve ciclo pues los dueños ya no necesitaban la mano del gato para sacar las castañas del fuego. Las pequeñas columnas de chismes del poder fueron el instrumento de los dueños para recuperar la línea de sus intereses editoriales: Bajo Reserva de El Universal, Templo Mayor de Reforma, Trascendidos de Milenio, Frentes Políticos de Excelsior, Rozones de La Razón. De los periódicos impresos sólo La Jornada carece de una columna acreditada a la dirección.
Las empresas radiofónicas son consorcios grandes, de enormes recursos y por tanto de crecientes intereses sociales y políticos. La apertura crítica en la radio se dio con José Gutiérrez Vivó en los ochenta pero el esquema fracasó cuando el conductor enfrentó los intereses de los dueños de la estación. Hubo también el caso de Paco Huerta y su periodismo civil que abrió el micrófono a la sociedad hasta que el gobierno de López Portillo se lo cerró.
Aristegui ha querido lo imposible: que algún dueño de consorcio de radio le financie su programa sin responder a ninguna lógica empresarial. Con Televisa Radio tronó porque quiso imponer su criterio por encima de los empresariales. Y con MVS tuvo dos choques por las mismas razones. De ahí que a Aristegui no le queda más camino para su absoluta independencia que convertirse en empresaria de la radio para que solamente sus intereses sean los que prevalezcan.
La crisis de Aristegui fue artificial, ella misma la catapultó para victimizarse y para fijar la condición de libertad absoluta de contenido en un programa que formaba parte de un consorcio empresarial con intereses de sus accionistas. Y la ruptura final fue culpa de Aristegui cuando optó por su condición de víctima y no de periodista que se equivocó al involucrar la marca comercial de MVS sin ser accionista.
El periodismo ganó una víctima pero la libertad de expresión perdió un espacio. Lo malo es que el periodismo construye sus caminos de libertad con serenidad y no con pasiones de corto plazo que a la larga sólo reducen los espacios de la libertad.
Al final, Aristegui quedará como víctima de su propia inconsistencia política.

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