México en Manos de la Clase Ociosa

El autor de la Teoría de la Clase Ociosa, el sociólogo Thorstein Veblen, acuñó la «ley del despilfarro y la ostentación». En ella sostiene que la magnificencia sin freno, la desigualdad, la impunidad y la discriminación están conectadas intrínsecamente al poder. Parecía que nos estaba viendo. Parecía que miraba a los toluquitas.
Y es que en un país como el nuestro, polarizado y enfrentado por la inequidad en la distribución del ingreso?, esto es moneda de cuño corriente. El INEGI, por ejemplo, dio a conocer en días pasados que existe un 3% de familias mexicanas en la cúspide de la pirámide social, ¡que ganan más de 180 mil pesos diarios!
En contrapartida, el propio INEGI apunta que otro 7 % de mexicanos ya ganan un poco más de diez mil pesos mensuales?. Y que el restante 90% de la población sobrevive o muere con menos. ¡Esta sopa ya está hecha! Es el caldo de cultivo para una primavera mexicana.
Los querubines del 3%, los hijos de la desigualdad, están arribando no sólo al consumo desenfrenado y a las conductas ramplonas que produce una condición social de este tipo, sino a la joya de su corona, al poder político, a través de conocidos, cómplices y compañeros de aventura.
Los distingue del resto de una sociedad maltratada y marginada, la sonrisa ‘ganadora’ de portada de revistas cuché, el reloj Cartier, el portafolio y la cubierta para el iPad de Luis Vuitton, los aromas Dolce et Gabanna, la corbata al estilo Donald Trump y su relación «envidiable» con personeros de la farándula.
En medio de un escenario de pobreza extrema donde sus padres son los privilegiados, exhiben con un descaro meridiano sus excesos en redes sociales, muy trendy, bailando con pingüinos en la Patagonia o disfrutando de grandes despilfarros en algún emirato árabe de moda.
Forman la «crema de la crema» de las tribus urbanas del principio del siglo XXI… y llegaron para quedarse como castas dominantes. Se ven muy cool. Se están apropiando de todo, casi por derecho de sangre y por imposición de sus papis y sus pautas societarias.
La voz crítica de Aristegui les estorbaba
Antes de la debacle de Ayotzinapa, ellos se veían reflejados en la figura icónica de Peña Nieto, quien con su copete inamovible, sus ternos encorsetados, sus relaciones con artistas telenoveleras, su aroma de poder, su sonrisa de winner y sus arranques de líder, los convocaba.
Figuras de papier maché, las de Peña Nieto… la de «El güero de las cachetadas», Manuel Velasco, gobernador de Chiapas… la de la hija de Romero Deschamps, que fletaba aviones particulares para trasladar a sus mascotas… la de «Lady Profeco»… la de Rafael Moreno Valle… la de Aristóteles Sandoval, gobernador de Jalisco… Todo lo que oliera a poder y dinero.
Pero después de los conflictos de interés en la Casa Blanca, Malinalco, el tren bala?, el mega acueducto de Monterrey, el aeropuerto de la Ciudad de México… ¡y el frentazo de Ayotzinapa! el movimiento se ha «endurecido», alinea sus baterías, para reclamar contra aquellos que se oponen a sus dictados, contra los que no los «dejan ser’ a sus anchas.
El caso reciente de la defenestración de Carmen Aristegui lo ejemplifica.
Y esas figuras de papel maché son unos auténticos yuppies, actualizando la voz sajona que definía a los jóvenes profesionales urbanos de los noventas. Los consumidores de objetos suntuarios más voraces y depredadores que nuestro mundo haya visto jamás. Se apoyan, unos a otros, en su afán por comprar símbolos ?de riqueza y poder como vicio colectivo.
No sólo constituyen un caso de propensión extraña a la emulación a cualquier precio?, sino rinden culto a la implacable condición del mal llamado éxito, impuesta desde arriba por una sociedad en la que ser aceptado por el tamaño de la riqueza y poder, depende del consumo.
Sólo los que pueden dar prueba de su lealtad al ethos consumista encuentran admisión en los círculos más selectos de esta sociedad no tan secreta de enajenados.
Para el joven yuppie que asciende vertiginosamente en la escala social, el consumo suntuario es no tanto el premio, como el precio del éxito. Sólo así será posible que algún día lleguen a ser escuderos de los enlistados en los récords de la revista Forbes.
Sólo así será posible que un día engrosen las filas de los descerebrados al servicio de las transnacionales o contribuyan con su «genio y figura» a desnacionalizar cada vez más a su país, desde atalayas de mesiánicos salvadores de la raza.
Masserati, Ferragamo, Prada, Bulgari, Versace… sus símbolos
Al no ponerle coto a la escalada, el tornado consumista amenaza con dejarnos en medio de un páramo, sin ideología posible, expuestos a las ambiciones desmedidas de oportunistas con fortunas incalculables e inescrutables. Mientras en las formaciones sociales prósperas del Occidente, el consumo suntuario es considerado como un proceso bajo el gobierno del juego de símbolos, en los estratos pobres refleja sólo un «infierno a la medida de nuestro deseo» que se extiende a todos los procesos disponibles.
El consumo conspicuo se agrava cuando la publicidad detona la adquisición de objetos suntuarios, sólo con la condición de que ‘alguien’ pueda adquirirlos. La marca engulle al consumidor obsesivo.
Dado que la fuente de poder y riqueza de las clases o grupúsculos productores de la nueva casta de yuppies reside en el aumento del consumo, todo mundo se siente alentado a ceder en grado máximo a sus inclinaciones emuladoras.
Cuantos más carros de lujo –aunque sean empleados del Infonavit y de la lechería oficial– y trajes de alta costura, mejor, siempre y cuando, por supuesto, salgan al mercado nuevas marcas aun más exclusivas, una vez las primeras se hayan convertido en algo demasiado común o ya se vendan, clonadas, en los tianguis.
Los grupos sociales a que me refiero –y sus conglomerados de jóvenes yuppies– están obviamente penetrados por ideologías contrarias a sus raíces históricas. Frente a ellos, los aristócratas pulqueros, los lagartijos o los currutacos porfirianos son niños de teta. Se encuentran marcados endémicamente por las modas, usos y costumbres de culturas extranjeras dominantes que se apoderan, desde los medios de comunicación impresos y electrónicos, de conciencias endebles, fanáticas y entreguistas.
En el consumo de los yuppies confluyen valores y representaciones sociales, prácticas individuales, estructuras y sistemas económicos, culturales y subculturales. Junto a la producción física se produce la construcción simbólica de los productos y marcas.
Bienes prácticamente iguales han de distinguirse para el consumidor por variables muy sutiles, que inciden en los gustos, a través del imaginario social, solamente.? Masserati, Ferragamo, Prada, Bulgari, Versace… son sólo expresiones de su coto colectivo.
Empollan sus frustraciones para asaltar el poder
La sociedad meritocrática se basaba en el trabajo. La de consumo se basa en el gasto. La insistencia en la impunidad, los alardes de estilos de vida jet-set, la ostentación de los privilegios, la comprobada inmunidad, el abierto racismo, la intolerancia a la pobreza, están conformando el nuevo arribo de estos yuppies de petate.
Un nuevo grupo en la oscuridad del mérito está empollando sus frustraciones, para desde allí asaltar el poder. Desde las trincheras de la plutocracia sin ilustración mínima, desde ninguna hazaña colectiva, desde ninguna lucha.