Minificción, «reto nada minúsculo»

Cristina Rascón Castro (Sonora, México, 1976) es escritora, economista y traductora de poesía japonesa. Entre las inquietudes frecuentes en su obra se encuentran la migración, el viaje, la incomunicación, así como la mujer y sus fronteras personales. El sonido de las hojas (Cuadrivio, 2014) recoge ficciones escritas a lo largo de más de quince años. El carácter versátil de su obra logra lectores de las edades más variadas. Esta conversación sucede en el marco de la publicación del libro referido, además de aprovechar la oportunidad para abordar otros asuntos de la escritura actual.
¿A qué atribuyes el boom de la minificción? ¿Hay una relación (in)directa entre el uso masivo de las redes sociales y la escritura de minificciones?
No es el primer boom de minificción que nos toca. Pero esta época es la era de la expresión en corto, gracias a las redes sociales y sus formatos de brevedad. El lector se fascina ante instantes que no implican un esfuerzo o compromiso mayor, ya sea en tiempo de lectura o complejidad, y la vida cotidiana lo refuerza, pues leemos rápido, queremos acumular información o conocimiento, distraernos, adquirir una sensación de logro inmediato. Para ejemplo, los memes. Pero si no sólo se busca el entretenimiento en la brevedad, sino complejidad, sorpresa, juego, fantasía, ser co-creadores y no sólo receptores, entonces tenemos un espacio fértil para la mini-ficción. Es cuestión de saber aprovecharlo. Aquí entra lo que significa la búsqueda de placer literario en este eslabón de la historia y nuestra postura frente al uso de las tecnologías.
¿Cuál sería la distinción entre microficción y minific-ción?
Planteando mi contribución no como crítica, sino como creadora, no busco formular o definir, sino descubrir. Si nos ponemos lúdicos, la palabra minificción es más sugerente, microficción más concreta. Para mí, el término minificción abarca cualquier universo bien logrado y transmitido, sea prosa poética mínima, aforismo, micro-rrelato o micronovela. También en tamaños, quizá mini es menos pequeña que mi-cro… El debate aún no termina, bien puede haber combinaciones varias de ambos conceptos: ficción + máxima brevedad. Por ejemplo, el término “fictmínimos”.
Cruzamos una persecución de la brevedad, como si la síntesis confirmara la condición literaria. Este libro se permite derivar hacia el microrrelato. ¿Qué determina la forma, al final?
El sonido de las hojas se permite explorar varias de las “miniformas”. Lo que determina el cómo, en lenguaje y estructura es, antes que nada, la sensibilidad del autor y, cuando bien explorado, el tema. La atmósfera, el ritmo, la resolución: todo está construido de forma orgánica para que el efecto del microtexto golpee al lector (como el nocaut, del cuento), pero también, en ese momento, lo libera de la tensión de haber sido atrapado en unas líneas, de olvidarse de todo en ese espacio mínimo, pero que es un hoyo negro. Al terminar de leer el lector cae, pero también se libera. En esa liberación está la co-creación. Él decide cómo, hacia dónde caer… Por tanto, la mejor “forma”, para mí, es concisa, pero también abierta, un punto de equilibrista sobre una cuerda: de un lado el microrrelato, del otro la prosa poética. Cada texto es orgánico e individual. No me quise imponer fórmulas, sino descubrirlas.
Abundan los elementos fantásticos en el libro. ¿Te interesa la tradición de la literatura fantástica?
Sí, me interesa lo fantástico como una forma de exponen-ciar la realidad. Pero no escribo sólo fantástico. También me gusta el tono realista, en ficción breve o no tan breve, como en varios de mis cuentos en los libros En voz alta o Hanami. Creo que la minificción es un buen espacio para el texto fantástico, pues en un instante se abren abismos de realidades paralelas. Bien explotado, el tono realista puede también ser explotado en lo más breve, si podemos crear, por medio del lenguaje, un universo original, sea por ritmo, niveles de lenguaje, musicalidad o alguna metáfora que no sacrifique lo brutal del realismo a proyectar.
¿La intención lúdica es un elemento necesario para escribir minificción?
Sí. Ludismo es juego. La minificción es un juego, con el autor, con el lenguaje, con el tiempo, con uno mismo. Será que soy hija única, sé muy bien jugar conmigo misma, en todos los sentidos. Aunque el tema, universo y lenguaje sean realistas, el ludismo sale a flote. Por lo que he leído de minificción, puedo asegurar que todos los minificcionarios somos harto juguetones.
¿En qué momento una minificción logra su autonomía?. Cuando vuela y nace de nuevo en el proceso imaginativo del lector. Para ello, habrá que construir un efecto con varios niveles de significación. Un reto nada minúsculo. De hecho, como sucede a casi todos los que escriben minificción, los textos de El sonido de las hojas los comencé a escribir en 1999… ¡Hace quince años! Las ideas, los efectos buscados, no cambiaron. El uso del lenguaje narrativo sí. Conforme se iba afinando el universo a través del lenguaje, algunos textos no resistieron, se fueron marchitando, y adiós. Otros cobraron fuerza, resistieron. Eso también es autonomía. Un texto es primero un pre-texto, ante-idea, proto-universo. Debe latir muy fuerte para que despierte la escritura. Y a partir de ahí, resistir y resistir, hasta convertirse en lo que siempre quiso ser, desde aquel principio nebuloso.
En este libro hay instantes poéticos, ¿fue una elección buscada?
Bueno, la poesía, como la narrativa, nace de la inspiración, del asombro, de la perturbación, pero ambos géneros crecen y se consolidan con el oficio, la disciplina, la obstinación.
Quizá hubo instantes poéticos que me sorprendieron al nacer en la página, quizá otros fueron buscados, para mejor resolución o construcción del universo planteado, pero, por mucho, fueron más los instantes sorpresivos, del primer caso.
La anécdota no es el eje rector del libro, ¿cómo fue el proceso de escritura y edición?
Así es, me alejé de la experiencia personal y entré en el mundo de lo onírico y la vigilia, del “hubiera podido ser, del podría estar ahora siendo…”. Por tanto, no, no hay una búsqueda de preservación anecdótica, pero sí hay un bitácora de sensibilidad, de asombro, ya sea ante lo nuevo que es cotidiano, lo nuevo que es extranjero, lo nuevo que es la cultura del propio país.
En otras palabras, busqué la sorpresa, no el hecho, la sensación, no la escena. Busqué lo que pudiera haber detrás de la “realidad”, acaso más real, que los lugares que transcurrían efímeros, movibles, transitorios. Por ello no aclaro en los textos el dónde suceden, o a quién… La imaginación fue (y es) mi tierra firme.
Leí partes del libro como si fuesen poemas y admite esta lectura: ¿fusionas minificción con poesía?
Sin duda. Ya Baudelaire y (Emilio Adolfo) Westphalen juegan con esa posibilidad también.

El estallido de lo súbito aparece con regularidad a lo largo del libro.
¿Qué tan necesario es sorprender al lector?

Lo considero importante, pero no imprescindible, menos obligatorio. Sería ponernos una camisa de fuerza o unas riendas de caballo. Pero sí, muy dentro de mí quería lograr la sorpresa al final, debo confesar, influida por mis lecturas de cuento latinoamericano, supongo.

Finalmente, ¿qué opinas de la labor de las editoriales independientes como Cuadrivio?

Agradezco a Cuadrivio su apertura y vanguardia. Desde que conocí el concepto de manejar libro impreso y electrónico a la vez quedé fascinada ante la idea de mover ahí mis minificciones. Es el medio anfibio ideal. La literatura electrónica es la revolución de la educación. Los dejo con esa reflexión, no ya política, sino idealista. Estamos ante una nueva era y me seduce, me consuela en esos mundos donde no es fácil conseguir todo tipo de libros… Pero no quiero dejar la prehistoria: la antigua sensación de hojear un libro, sentir su aroma, cargarlo conmigo, imaginar qué sigue, cuando lo veo en mi bolso, imaginar que converso con su autor, que me visita y que es mi amigo, que me susurra: has visto, de verdad has visto… Libros anfibios para lectores anfibios.