Bel cantó en calles del Centro Histórico

Córrele, córrele”, le suplica Julia a su mamá para que acelere el paso. La mujer, entusiasta, de pelo cano, hace un esfuerzo para apurar la marcha; como puede corre con ayuda de su bastón y se coloca frente a la gente que ha comenzado a concentrarse. “¡Qué bonito!”, le dice a su hija y se dibuja una sonrisa de júbilo en su rostro.
La carrera ha provocado que una gota de sudor ruede desde su frente, pero el bochorno no es obstáculo para que desista del lugar en el que se ha colocado: justo frente al sofocante sol. Apenas pasa de la una de la tarde, es justo la hora en la que la resolana pega más fuerte y en la que la calle Moneda luce atestada. De uno y otro rumbo circulan cientos de personas, quizás por eso no despierta ninguna curiosidad que una mujer formalmente vestida y con un micrófono de diadema en la cabeza comience a merodear la intersección de las calles de Licenciado Verdad y Moneda, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Afuera del recinto Ex Teresa Arte Actual ha sido colocado un templete, algunas pan-cartas y una serie de altavoces que más bien parecieran de un acto aislado, pero es de ahí de donde surgen las primeras notas. Con ellas tampoco se alcanza a llamar la atención y es sólo hasta que la soprano chihuahuen-se Zaira Soria comienza a cantar, cuando la gente se detiene sorprendida y admirada. De la voz de la intérprete salen las estrofas de O mio babbino caro, de Giacomo Puccini.
A Soria no le hace falta un tablado ni tampoco vestuario o escenografía, canta con intensidad y gran capacidad histriónica, conecta al público con el lamento de Lauretta, suplicando a su padre que le deje entregarse a su amado.
El semblante que la madre de Julia adoptó se multiplica poco a poco en decenas de personas.
luego ya son más de un centenar; algunos graban con el teléfono celular el espectáculo, otros alcanzan a conmoverse concentrándose en la voz.

La novia de un joven le jala de la camiseta para que se queden un instante, ya se ha formado un bloque sustancioso de personas que al parecer no se van a mover; otros pasan rápido y echan un vistazo a la escena pero todos muestran asombro con lo que sucede ahí, en plena calle. No escatiman aplausos y vivas para la soprano, pero una sorpresa más está por venir: del umbral de una de las ventanas de la Casa de la Primera Imprenta surge otra voz.

Es la del tenor queretano Joaquín Ledesma quien ahora se ha unido para interpretar O sole mio, de Eduardo Di Capua. La actuación forma parte del programa Flash Mob Ópera que organiza Musitec con apoyo de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México. El programa de ayer también incluyó Nessun dorma de Puccini, La Traviata de Verdi, Caballero del alto plumero, de Georges Bizet y Carceleras, segundo acto de la zarzuela Las hijas del Zebedeo, con letra de José Estremera.

Zaira Soria y Joaquín Ledesma convierten la intersección de las calles en su escenario, se mueven de un lado a otro y tras de ellos se mueve en bloque su público.

La algarabía crece cuando se escuchan las notas de Funiculi funicula, de Luigi Denza; el tenor pide que el público le acompañe con aplausos, la soprano va más allá y le pide a la gente que canten con ellos. Después todo es alboroto.

Comunión

“¿Ves cómo sí te gusta la ópera?”, dice una gran manta que dos hombres pasean frente al público. El improvisado recital ha devenido en una fiesta; la solicitud de una pieza más es concedida con una condición, la de bailar al ritmo de Funiculi funicula. Entonces se forma una larga fila de hombres y mujeres desconocidos entre sí que bailan al ritmo del aria.

La comunión se ha consumado. Al término los cantantes se vuelven casi rock stars con los que todos quieren tomarse una foto, a los que todos se acercan para darles las gracias por el furtivo concierto o a los que les piden autógrafos. “Que Dios la bendiga, su voz me ha hecho llorar”, le dice la mamá de Julia a la soprano, después se va del brazo de su hija y se pierde entre las miles de personas que por ahí transitan. Por un momento descubrió que le gusta la ópera.