El enigma de las elecciones intermedias

Las elecciones federales intermedias en México tienen una historia particular. Si bien no suelen interesar mayoritariamente a la población, en ocasiones han traído novedades importantes y siempre terminan por condicionar las segundas mitades de los sexenios.
En ese sentido, es conveniente dar una repasadita por ellas, como ayuda de memoria y previsión de futuro.
La primera elección intermedia interesante fue la de 1979, porque tenía la novedad de ser la primera después de la reforma política de López Portillo, que legalizó al Partido Comunista Mexicano y dio registro también al Partido Socialista de los Trabajadores y al Partido Demócrata Mexicano.
En ella, se vio que la izquierda tenía una fuerza real (el PCM resultó ser el tercer partido más votado) y se generó un congreso que, si bien dominado con mayoría absoluta por el PRI, tuvo algunas de las discusiones más serias entre las que cuenta la memoria parlamentaria.
En 1985, bajo la batuta de Manuel Bartlett en Gobernación, las elecciones fueron bastante sucias.
A pesar de que había ganado fácilmente la elección, se infló la votación del PRI y, sobre todo, redefinió —a través del gobierno— la composición de las bancadas opositoras, beneficiando a sus aliados y comparsas, y perjudicando, sobre todo, a la izquierda socialista (pero también al PAN).
Seis años después —ya había pasado el parteaguas de 1988— tuvimos la primera elección con credencial de elector con fotografía. La novedad de ese instrumento ha hecho de la elección de 1991 la más participativa, de entre las intermedias.
El resultado de aquellos comicios fue una amplia victoria del PRI y que se desinflara la votación obtenida tres años antes por el Frente Democrático Nacional, que ahora confluía en el Partido de la Revolución Democrática. La popularidad —a la postre, efímera— del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, los errores propios del PRD y los ataques del gobierno a esa naciente institución política se combinaron para este hecho.
El PRI suponía que iba a ganar, pero no con esa ventaja. Pensemos, por ejemplo, que el político priista que estaba destinado a dirigir la Asamblea de Representantes del DF, y por tanto encabezaba la lista plurinominal del tricolor, no llegó a ocupar su curul porque el PRI ganó todos los distritos uninominales y no le tocaron ya pluris. Ese político se llama Marcelo Ebrard.
Las intermedias de 1997 significaron un cambio histórico para México.
Por primera vez ningún partido alcanzó el 40 por ciento de la votación, y por lo tanto el mandato de las urnas obligaba a una negociación para la aprobación de cualquier legislación en la Cámara de Diputados.
La mayoría relativa, con 39.1 por ciento correspondió al PRI, que perdió 61 curules respecto a la elección anterior; 54 de esos puestos de elección popular fueron a pasar al PRD.
Hubo dos elementos que coadyuvaron para la consecución de esos resultados.
El primero, y más importante, fue la crisis económica de 1995, que significó una recesión, la pérdida de cientos de miles de empleos, el regreso de una alta inflación y la baja en el nivel de vida de la mayoría de los mexicanos. El segundo, que una parte importante de la campaña se haya centrado en el DF, que elegía por vez primera un jefe de gobierno y que se decantó, por una amplia mayoría, a favor de Cuauhtémoc Cárdenas.
Es importante hacer hincapié en esta elección, porque ha sido, en el último cuarto de siglo, en la que el PRI ha bajado más notablemente su votación.
Sucede que, como en las elecciones intermedias suele haber un abstencionismo más alto, el peso de la estructura y el aparato de los partidos suele tener más peso. Eso tiende a beneficiar al PRI.
Sin embargo, la herida económica de todo 1995 no había cicatrizado año y medio después y los índices de aprobación del presidente Zedillo estaban bajos: lo suficiente para generar una marea de votos que quitó al tricolor un control absoluto del Congreso de la Unión en el que llevaba décadas.
Las elecciones de 2003, primeras tras la alternancia en la Presidencia de la República, significaron un retroceso para el partido en el gobierno, el PAN, a pesar de que su principal rival, el PRI, estaba en una severa crisis interna, debido a la reciente disputa por la dirección nacional, que partió en dos mitades casi exactas al partido.
Aquel año, el PAN bajó 8 puntos porcentuales respecto a lo obtenido en el 2000, el PRI mantuvo su votación de tres años atrás y además generó una alianza con el PVEM que estuvo bien pensada estratégicamente, porque los escasos votos verdes lo ayudaron a ganar varios distritos uninominales muy disputados.
En 2003, el partido en el gobierno perdió 54 curules; 14 de ellas a manos del PRI, partido que obtuvo la mayoría relativa, y las 40 restantes a manos del PRD, que empezaba a navegar en la cresta de la ola de la popularidad de López Obrador.
Esta última, la buena estrategia de alianzas y el desgaste del gobierno de Fox se combinaron para la derrota panista. La más reciente elección intermedia, en 2009, significó también una derrota para el PAN, partido gobernante, aunque en aquella ocasión, el PRD cayó más todavía. Aquí tal vez haya que pensar en negativo: los escasos resultados económicos de Calderón y el aumento de la violencia —ligado a su estrategia anticrimen— pegaron a Acción Nacional; el plantón de AMLO y la negativa a cooperar con las instituciones pegaron todavía más al partido del sol azteca. Podría decirse que, por tener una actitud prudente y además contar con estructura, el PRI ganó por default.
Los resultados fueron contundentes: el PAN perdió 5 por ciento de los votos y 64 diputados; el PRD bajó 10 por ciento y perdió 70 diputados; el PRI aumentó 15 puntos porcentuales y rozó la mayoría absoluta.
¿Qué se repetirá ahora? ¿Acaso la tradicional caída de diputaciones del partido gobernante, por el desgaste del Ejecutivo? ¿O resistirán las estructuras partidarias, beneficiadas por un abstencionismo cada vez mayor? Es algo que iremos analizando a lo largo de estos pocos meses.