Dios, ¡Líbranos ya de los Tecnócratas!

Algunos fruncionarios mexiquenses fueron a Washington a besarle las manos al merolico, improvisado y gris, Barack Obama, creyendo que los iba a palomear para el 2018, porque son unos wanabís de tecnócrata. Simples aprendices ¡que no saben ni qué onda!Pero, en lugar de la «‘palomeada», recibieron una catarata de mentadas, dignas de mejor comentario, entre las que fulguraron las relativas a su incompetencia para lidiar con la seguridad, y su voracidad para arrasar con todas las reservas petroleras y monetarias, entre otras.
Desgraciadamente, no se conformaron con sólo «regar el tepache» en la capital imperial. No ha mucho, nuestros responsables de las delicadas áreas del sector energético se arrebataban el micrófono en la helada Davos –allí donde, en 2012, Lozoyita conquistó el alma de Enrique Peña Nieto–? para llamar la atención de los «calificadores de tecnócratas».
¡Si aquellos supieran los antecedentes! Pero, en fin, ahí les va algo para ver qué entienden. Asumo el riesgo del desdén por incompetencia y de la displicencia por ignorancia.
En los momentos álgidos de la Guerra Fría, el mundo se aterrorizó cuando supo que J. F. Kennedy había nombrado a un ejecutivo de la Ford Motor Company, como nuevo secretario de Guerra de los demócratas en la Casa Blanca. El nombre del elegido era Robert S. Mac Namara. Repitió con Lyndon B. Johnson –asesino de su antecesor– y fue el responsable de conducir a los güeros a sus ridículos más sonados, primero en Bahía de Cochinos y, luego, frente a los formidables «pies desnudos» norvietnamitas.
La «máquina de pensar» de Mac Namara, festejado en todos los tonos por las revistas papel cuché de la época –Life, destacadamente– sólo sumaba costos, ganancias y multitud de bombas, sin previsión política. La tecnocracia entraba al escenario del mundo.
Calidad Total, ¿Hasta para Matar?
Al mismo tiempo, en medio de los esfuerzos de consolidación del mancomún europeo, se afianzaba el poder del «señor del golf», Valery Giscard d’Estaing, ministro de finanzas de Georges Pompidou, a favor del neocolonialismo en África.
Aparecía, simultáneamente un libro frontera, El nuevo Estado industrial, firmado por John Kenneth Galbraith, quien acababa de dejar la embajada gringa en la India y advertía de todos los horrores que presagiaba la humanidad si la seguían conduciendo los tecnócratas.
Pocos años después, en Alemania Occidental, Helmut Schmidt brincó ?de la secretaría de Finanzas a la Cancillería, sustituyendo a Willy Brandt, mientras que un «sesenton» egresado de la CIA y del mundo diplomático hecho a bayoneta calada, manaba en EEUU.
Se trataba de George Bush, que llegó a la política a implantar conceptos tecnócratas de calidad total y de reingeniería de procesos, al mismo tiempo que imponía la sujeción del «traspatio» latinoamericano al gusto de los yanquis. Sufrimos también a su hijo hasta el paroxismo. Hacia principios de 1990, toda esa parafernalia había caído en el ridículo. ¿Cómo era posible –se preguntaban los líderes de opinión en «el traspatio»– que la Total Quality pudiera dominar el terreno de la política, el de la lucha por el poder?
¿Debíamos ejercer la violencia con calidad total? ¿Matar sin admitir reclamaciones? Si la política en nuestras latitudes, trata de distribuir recursos y productos escasos, ante una población necesitada, ¿cómo lo puede hacer uno con calidad total?
Para mayor abundamiento, todas las grandes corporaciones, desde las farmacéuticas hasta las aeronáuticas, funcionaban con el aceite de la corrupción, los engaños, traiciones y las pasiones humanas que tenían como emblemática a la Casa de Orange en Holanda.
A la NASA le reventaban los cohetes? en las plataformas de lanzamiento por falta de mantenimiento; las poderosas hermanas petroleras basaban sus ganancias en la aniquilación del contrario y en el desenlace previsible; se suicidaban los magnates de la electrónica Enron, por haberles descubierto sus ligas con la Casa Blanca…
Las inmensas fábricas de Toyota, Mitsubishi y Mercedes Benz seguían produciendo artículos de «calidad total», independientemente de que no se aplicaran recetas? propuestas por los abundantes libros de los botaderos en la sección correspondiente de los Sanborn’s a lectores ávidos de engancharse a las locomotoras del «primer mundo».
Los países pobres eran otra vez engañados por las teorías de Walt Withman Rostow, aquel teórico del crecimiento que recomendaba, para poder abandonar la pobreza,? quemar todas las etapas que habían seguido las potencias occidentales ¡para sólo llegar al fracaso!
La Tecnocracia se Alivia con Política
Los tecnócratas de hoy –afortunadamente no saben ni qué onda– sólo son unos nostálgicos rostownianos, pues ahora que los países industriales abandonan sus recetas, ¡nos peleamos por querer aplicarlas antes que nadie!
Así acaba de pasar con las proyecciones económicas. Todavía quieren que nos traguemos las ruedas de molino del crecimiento calderonista de 3.3?%, cuando el INEGI revela que en los dos años finales de aquél fatídico sexenio y en los dos primeros de este, ¡cerraron millón y medio de negocios! Los jerarcas ilustrados programan, escriben y pontifican en términos anglos, sin saber que los conceptos que copian a destajo obedecen a lógicas transnacionales energéticas de proyectos monopólicos y depredadores. Creen que nacimos ayer, igual que ellos.
Para los jerarcas, una computadora es más imprescindible que un político y creen que la eficiencia tecnocrática está muy por encima de la política «corrupta y primitiva», según ellos.
La gran paradoja, lo que todavía no saben, es que, finalmente, las atrocidades que cometió la tecnología aplicada al gobierno occidental, sólo pudieron curarse…. ¡con política!
Miterrand, en Francia, y Clinton, en Estados Unidos, demostraron que los más «técnicos», son los más «rudos». Que los gobiernos supuestamente empresariales eran incompetentes porque estaban manejados por «gerentillos» que nunca crearon el modelo de expansión de ninguna empresa.
Que sólo se adaptaron a un formato, obedeciendo órdenes superiores. Que los pobres humanos se distinguían por sus miserias: olvidos, vacilaciones, emotividades, placeres, angustias… y que nada perdurable se podía construir descalificando los rasgos de la condición humana.
¡Salud!, a quién le quede el saco. ¿En esas manos hemos dejado la administración del sector energético?
¿Por qué EPN no fue a Davos?
El enorme Charles Baudelaire había advertido, a mediados del siglo XIX, que «el único lugar donde habita el genio es la sensibilidad». En ninguna otra parte.
La política no se mide en términos de eficiencia, y mucho menos en términos de tecnología, como dijeron los enviados a Davos. El manejo político, la dimensión de los momentos y las opciones para remediar el sentimiento humano son sólo del reino de este mundo.
¿Por qué cree usted que el que ahora es máximo exponente de los toluquitas no fue a Davos? Si él representa a los saldos de la globalización y la tecnocracia. Si es el que condiciona toda solución interna al éxito de los vecinos del Norte.
¿Por qué no fue, si es el primero de los que piensan que toda solución está encadenada al éxito de Estados Unidos (en lo comercial, energético, migratorio, diplomático, militar y de seguridad).