Mauricio Molina, un narrador de cuentos

Para Mauricio Molina (Ciudad de México, 1959) es un halago ser considerado un escritor de lo fantástico, pero no le gustan los casilleros y preferiría que su narrativa fuera vista “como un acto de libertad, una práctica de vuelo, diría Cortázar, hacia la imaginación”. Desde su primera novela, Tiempo lunar (1991), en la que mezcla “el relato detectivesco con lo fantástico y el erotismo”, ha ido desarrollando un modo personal de escribir desde el cual puede abordar diversos registros narrativos sin dejar de tener un estilo propio, una manera particular de “acceder a la materia narrativa”.
Influido con mucha fuerza por el trabajo con el lenguaje de escritores como James Joyce —por “su sabiduría en la conformación de una trama”—, y Marcel Proust —“el descubrimiento de que la literatura nos puede adentrar en un mundo como encantado”—, considera que ciertas obras de Kafka “no se leen impunemente”, además de que se declara marcado por “la relación con la pesadilla y lo siniestro” de Poe, Hoffmann, Maupassant, y por “la impronta profunda del universo melancólico” de Onetti.
Con el libro La puerta final (recién publicado en la colección Narrativa de Cuadrivio Ediciones), sigue en búsqueda del asombro, “ya sea en lo que llamamos la realidad o desde una perspectiva mucho más amplia”, y presenta una reunión de cuentos permeados por la literatura de imaginación y por sus obsesiones esenciales.
¿Para usted, lo fantástico es una subversión del realismo en literatura?
Lo fantástico es para mí una estrategia para abordar la realidad desde un punto de vista distinto, una forma de mirarla con los ojos de la imaginación y el sueño. Creo que la distinción entre el realismo y lo fantástico ya es inoperante. Como escritor he optado por abordar la literatura desde el asombro. Algunos de mis cuentos pueden considerarse como fantásticos, otros como realistas, pero es en el terreno del lenguaje, de la trama, donde me interesa más trabajar. Se trata de la práctica de una narrativa que va más allá de los géneros o los cartabones. Para citar a Juan José Saer, me interesa “una literatura sin atributos”, sin límites genéricos que tienden a encasillar a la escritura. Toda ficción ya es en sí misma una práctica de la imaginación, ya sea ubicándose en el terreno de lo “real” o desde una perspectiva onírica o surreal.
¿Hay una tradición literaria en México con la cual piensa que se identifica su narrativa?
Creo que autores como Rulfo, Arreola, Amparo Dávila, Elena Garro, Tario, Inés Arredondo, Salvador Elizondo, Juan García Ponce y Pitol han marcado de alguna forma mi escritura. De Rulfo, por ejemplo, la música del lenguaje; de hecho, considero a Pedro Páramo, entre muchas otras cosas una novela de índole fantástica. De Arreola me interesa el gusto por las formas breves, de Francisco Tario el registro de lo onírico, de Salvador Elizondo la precisión. De Amparo Dávila temas como la locura, lo mismo de Inés Arredondo. En el caso de Pitol su acercamiento a la materia narrativa.
¿En qué se distingue
a puerta final de sus libros de cuentos anteriores?
Se trata de un pequeño repertorio de diversas formas narrativas. Hay ficciones que son plenamente realistas, de ciencia ficción, de especulación metafísica, de orden onírico y fantástico, hasta el relato que da título al libro que considero una pieza musical antes que una obra narrativa. Si ya en mi colección antológica La trama final había explorado algunos de estos temas, creo que en La puerta final hay un salto hacia maneras de expresión más libres, abordo por ejemplo la ficción muy breve, casi mini ficciones. Se trata de un pequeño muestrario, un nuevo punto de partida donde lo personal, incluso lo íntimo es abordado desde una perspectiva mucho más cercana al trabajo con el lenguaje y un poco menos enfocado a la trama.
¿Qué elementos o motivos podría decirse que tienen en común estos cuentos?
El trabajo con el lenguaje. De alguna forma me ha interesado ampliar mi registro expresivo. En realidad los cuentos que componen este libro fueron escritos desde una zona diferente a mis cuentos anteriores. Esa perspectiva me permite adentrarme más hacia zonas de alteridad, de otredad. En cierta forma continúan lo que se inició hace más de veinte años con Tiempo lunar. Como en esa novela, en este libro hay relatos de índole metafísica, fantástica, erótica o de imaginación. Cada cuento puede leerse por separado, pero creo que en su conjunto hay una suerte de repertorio temático y expresivo, como si se tratara de la paleta de un pintor o del tema y variaciones de un músico.
La puerta final es, bien mirado, un libro que lleva la marca de agua de Fernando Pessoa: se trata de cuentos aparentemente escritos por escritores diferentes que sin duda tienen un autor común.

En el libro pueden encontrarse algunas referencias, tanto directas como sesgadas, a la obra de Borges, ¿consideraría al escritor argentino como una sombra que ilumina su narrativa?

Borges me marcó desde que tenía trece o catorce años, cuando lo leí por primera vez. La orfebrería de sus cuentos, la geometría de sus tramas, marcaron mi escritura de una forma muy intensa. Pero no creo que sea mi única influencia ni mucho menos. Para un escritor de cuentos de mi tipo, Borges es antes que nada un ejemplo de rigor. Hay temas borgesianos que no se encuentran en mi obra, como el erotismo, y hay temas que sin duda provienen de los cuentos del argentino. Siempre he pensado que cada libro que uno escribe está marcado por una serie de influencias, La puerta final lleva la marca de Borges, pero también la de Pessoa, por ejemplo.

Es posible encontrar una intención poética en su narrativa, ¿es usted un lector asiduo de poesía?

Creo que, en mi caso, para escribir narrativa hay que leer mucha poesía. Frecuento mucho a Villaurrutia, a Paz, a Baudelaire, a Éluard, a Celan, sin dejar pasar a Quevedo, Góngora, los poetas del Dolce Stil Novo y Dante, los trovadores medievales. Otros poetas que rondan mi mesa de trabajo son T.S. Eliot, Neruda, Vallejo, Girondo. Sólo he citado unos cuantos, el tema daría para una larga conversación. Considero que la poesía además de ser muy importante en mi vida, me ayuda a resolver el ritmo, el fraseo, a considerar los párrafos como estrofas.

En sus cuentos, además de la presencia tutelar de la literatura, hay una serie de alusiones a la música, el cine y las artes plásticas, ¿de qué manera intervienen esas otras disciplinas
en su proceso creativo?

La música, especialmente el jazz y el rock me han gustado desde siempre. Músicos como John Coltrane o Miles Davis te enseñan el placer de la improvisación aparente. También me gusta mucho la música de cámara por su forma en distintos movimientos, lo mismo las piezas para piano de Shostakovich. Del rock me gusta su libertad y ciertos grupos como los Rolling Stones, Roxy Music, Radiohead o Brian Eno, son a veces la música de fondo mientras escribo. Un mundo sin música sería una pesadilla. El cine, por otra parte es un arte mayor que frecuento mucho. Hay formas de resolver relatos que se me han aparecido viendo alguna película. Directores como Hitchcock, Tarkovsky, Antonioni me han marcado profundamente. En lo que respecta a las artes plásticas, siempre me han gustado diversos pintores, desde los renacentistas hasta Rothko, pasando por Balthus, Modigliani, Dalí, Moreau, Ingres, Delacroix, Tamayo, Toledo, Duchamp. El sentido de la composición, la forma de abordar los temas, el juego con las formas, lo cromático también forman parte del lenguaje narrativo. La fotografía es también esencial en mi trabajo, soy un coleccionista de imágenes.

En alguna ocasión usted habló de algo que llama “obsesionario”, ¿podría explicarnos de qué se trata?

Se trata de una palabra que alguna vez utilicé para describir mi obra, yo soy un autor que trabaja con sus obsesiones, esa palabra simplemente describe lo que he hecho desde que comencé a escribir: expresar mis pasiones y obsesiones, mis sueños y fantasías. Los católicos tienen su devocionario, que es un libro de oraciones. Yo por mi parte he escrito mi obsesionario.