La perspectiva de género y el mundo del empleo

Una de las asignaturas pendientes en nuestro país se encuentra en cómo consolidar al sistema na-cional de indicadores como un instrumento que tenga la capacidad de efectivamente potenciar la perspectiva de género, entendida en los términos de la Ley General para el Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.
En dicho ordenamiento se establece que la perspectiva de género: “Es una visión científica, analítica y política sobre las mujeres y los hombres. Se propone eliminar las causas de la opresión de género como la desigualdad, la injusticia y la jerarquización de las personas basada en el género. Promueve la igualdad entre los géneros a través de la equidad, el adelanto y el bienestar de las mujeres; contribuye a construir una sociedad en donde las mujeres y los hombres tengan el mismo valor, la igualdad de derechos y oportunidades para acceder a los recursos económicos y a la representación política y social…”.
Al tratarse de una visión científica, entonces lo que debe darle sustento es un conjunto de análisis, estudios y estadísticas construidas con base en metodologías probadas, y que se apeguen a los más altos estándares de rigurosidad y objetividad en su lógica y estructura interna.
Frente a ello, hay instancias que en el país han avanzado hacia la generación de información que busca dar respuesta al mandato jurídico señalado. En particular el Inmujeres a lo largo de su historia, pero también algunos institutos estatales de las mujeres, han avanzado hacia el planteamiento de modelos que permitan construir indicadores en la materia.
EL INEGI por su parte ha avanzado también de manera relevante en el tema. Al respecto es pertinente destacar que en la presentación de resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), se haya incluido un apartado específicamente titulado como “indicadores de género”.
Independientemente de que podría haber quien señale que ese título no es apropiado, pues en realidad se refiere a indicadores desagregados por sexo, es de reconocerse el esfuerzo que se está generando en los organismos autónomos para impulsar agendas que, en muchas ocasiones, como producto de visiones gubernamentales específica, quedan de lado en el diseño de las políticas y programas públicos.
Los indicadores del INEGI nos permiten saber, por ejemplo, que hoy la escolaridad de las mujeres económicamente activas, en los segmentos de población joven, es más elevada que la de los hombres. En efecto, según los datos de la ENOE, al cuarto trimestre del 2013, las mujeres de 14 a 19 años tenían un promedio de escolaridad de 929 grados, frente a 8.59 de sus contrapartes femeninas.
Lo mismo se registra para el grupo de edad de 20 a 29 años: 11.59 grados de escolaridad para las mujeres, frente a 10.45 entre los hombres. Para el segmento que va de 30 a 39 años, el promedio es de 10.78 grados para las mujeres mientras que para los hombres se ubica en 9.96. Esta tendencia se mantiene para el grupo de 40 a 49 años, en el cual las mujeres tienen un promedio de escolaridad de 9.88 grados, mientras que para los hombres es de 9.48.
Como puede verse, sólo este grupo de indicadores debería llevar a todo el aparato público, a revisar sus plantillas laborales, tabuladores y asignaciones salariales, porque con base en la información del INEGI, no hay ningún argumento válido que permita justificar las diferencias salariales que se mantienen entre mujeres y hombres.
Sin duda alguna, el dato relativo a la escolaridad de la población económicamente activa, desagregado por sexo, permite ratificar la tesis de que en nuestro país la desigualdad laboral, y la consecuente desigualdad de ingreso entre sexos, está sustentada fundamentalmente en la discriminación y los estereotipos.
Por ello, debe seguirse insistiendo en la urgente implementación de la perspectiva de género en todos los ámbitos de lo público y lo privado, pues sólo así lograremos construir una sociedad de verdad incluyente.
Espíritus agotados
Tengo referencia de personas quienes, teniendo 30 años, o aun menos, se dicen agotadas. Me pregunto: ¿De qué o por qué puede haberse cansado alguien a esa edad?
Es obvio que el cansancio pude ser considerado como sinónimo de hartazgo y con base en ello, de asumir como posición ante la vida una constante rebeldía y acción social que busca ser transformadora ante situaciones intolerables.
Sin embargo, no es a este tipo de cansancio al que se alude; sino al otro, al que lleva al tedio, al aburrimiento existencial, al desgano de construir, pero sobre todo de derruir un estado de cosas caduco, y cada vez más con rostro de putrefacción, o al menos de descomposición orgánica en grado avanzado.
Hay épocas sintomáticas —y la nuestra parece ser una de ellas—, en las cuales los espíritus se encuentran agotados; llenos de hastío, de nostalgia cursi respecto de modelos de vida imposibles de ser realizados.
Así ocurre en nuestro caso respecto del modelo de vida de clasemedieros que nos hemos construido, y en el cual el ideal —casi ascético—, consiste en tener una casa, un coche, una pantalla de última tecnología, gadgets al infinito, y en el mejor de los casos, un buen perro.
Lamentable nuestra situación.
De verdad estamos atrapados en un círculo existencial terrible; rodeados de muerte y destrucción por doquier, hemos optado por recluirnos en lo que nos queda: la imagen hiperrealista —falsaria casi siempre—, de un mundo proyectado sólo en las pantallas televisivas y cada vez más en las de los dispositivos electrónicos.
La salida a la calle de miles de personas, muchas de ellas jóvenes ejemplares, parece estar dándonos un respiro y bien pudiera constituir una vuelta de tuerca a la derrota cultural que hoy enfrentamos, pues de esa magnitud es lo que hoy nos aqueja: una realidad en donde la enfermedad y la muerte, la ignorancia y la pobreza son la constante cotidiana para la mayoría.
De otra parte y de manera lamentable, hay un estado de ánimo tendiente a la inmovilidad de otros tantos millones de jóvenes que encuentran en el desmadre, la frívola vida en fiestas de ocasión, pero también en la hueva más rampante, un modus vivendi en el que la realidad que les circunda pareciera no existir y frente a la cual no son capaces sino de plantar miradas de vacas hindúes en proceso de meditación.

A esas y a esos jóvenes son a quienes se tiene que despertar. El comienzo se encontraría, sin duda alguna, en la apertura de oportunidades para una educación de calidad, a la que únicamente tienen acceso unos cuantos, y a partir de ella, con base en un modelo pedagógico diseñado para la vida, dicho en serio, promover la construcción de una nueva ciudadanía.

Se trata de enseñar que ser buena ciudadana o ciudadano no implica una condición ética superior a la de nadie más o una concesión graciosa a la comunidad en la que se vive, sino llanamente una forma de coexistencia armónica entendida como el mínimo exigible a todas aquellas personas que buscan vivir en paz y en civilidad.

Cuando se piensa en estos temas es importante recordar, como un ejemplo clásico, que uno de los cargos imputados a Sócrates en el proceso penal que lo llevó a la muerte fue precisamente el de ser un “corruptor de la juventud”.

La sanción ante ese crimen era inhumana y cruel, sin duda alguna; pero después de más de 2,400 años sí podríamos y deberíamos ser capaces de plantear el tema desde la otra orilla: centrar todos los esfuerzos del Estado en la protección universal de los derechos de las niñas, los niños y las y los adolescentes podría ser quizá el mejor instrumento para recomenzar.

Existir entre jóvenes espíritus que viven y actúan como si estuviesen agotados no es el mejor contexto en el que una democracia solidaria, para la paz y el bienestar, pueda florecer. Urge reanimarlos y urge hacerlo ya.