¿Esperanza o desesperanza?

La verdad es que, incorregiblemente optimista como soy, pensaba originalmente referirme a la necesiad de que la esperanza prevalezca por sobre todo, en los tiempos que vivimos.
Sin embargo, a partir de ese ejercicio cotidiano (similar a un “focus groups”), que son las reuniones de sobremesa, ya sean familiares, entre amigos o con compañeros de trabajo, lo que percibo es un estado de ánimo que linda precisamente entre la esperanza y la desesperanza, por lo que he reconsiderado el enfoque en que pensé originalmente.
Así las cosas, prefiero reflexionar acerca de la pregunta con la que titulo esta columna, para tratar de dilucidar en qué radica el que, colectivamente, como un pueblo en su conjunto, los mexicanos optemos por la esperanza y no por la falta de ésta, por la desesperanza. Me parece importante hacerlo, pues creo que lo que consigamos entre todos será muy diferente, si el ánimo que prevalece es positivo. Martin Luther King, incansable luchador por los derechos humanos, que impulsó una de las más trascendentes transformaciones en la sociedad norteamericana, aseguraba que si lograra infundir esperanza en una sola persona, no habría vivido en vano. Y con ese mismo ánimo solía decir que, aunque supiera que el mundo terminaría al día siguiente, él sembraría un árbol.
Por el contrario, la falta de esperanza irremediablemente lleva al abandono, a la falta de objetivos y propósitos claros, a la confusión, y a la tentación de creer que quizás lo que valga la pena sea apostar por el caos como una opción mejor que lo que tenemos. Bien señalaba Schopenhauer, al referirse al significado de la palabra desesperado, que quien ha perdido la esperanza ha perdido también el miedo.
Así las cosas, yo tiendo a coincidir con Borges en la frase que he escogido como antetítulo de esta columna, la cual he tomado de un libro que por largo tiempo me esperó en el estante de libros pendientes y que he leído coincidiendo con estos tiempos complejos de nuestro país. Se trata de un texto de María Esther Vázquez, titulado Borges, sus días y su tiempo, en donde la autora, gran amiga del escritor, presenta una larga e interesante serie de entrevistas en las que cuestiona a un lúcido y erudito Borges acerca de los más variados temas. Y en alguna de las preguntas que le hace (aparentemente en 1984) le inquiere: Se supone que estamos viviendo uno de los momentos más difíciles en la historia de nuestro país ¿no te parece? A lo que Borges responde parcialmente con esa frase que me parece muy aplicable a nuestros tiempos actuales.
Me lo parece, pues creo que hay razones de sobra para apelar a la esperanza, pero a esa a la que se refiere Borges: la probable, la verosímil. No aquella que solo es ilusión estéril o ingenua, sino a aquella que se base en las capacidades crecientemente demostradas en tiempos recientes de una sociedad decidida a promover los cambios que sean necesarios para ofrecer un México mejor a nuestros hijos. Una sociedad activa día con día, dueña de los mecanismos de comunicación y movilización más eficientes que jamás hayan existido y que bien pueden forzar y acompañar a un cambio de fondo en ciertas conductas y actitudes que ya no resultan aceptables.
Una esperanza cuya probabilidad se basa lo mismo en las muchas cosas buenas que a diario suceden en México, que en experiencias pasadas de nuestro devenir como nación, en las que hemos superado graves escollos. Probabilidad que encuentra sustento en esa aparente contradicción que revelan diversas encuestas que nos dicen que, pese a todo, los mexicanos nos sentimos más “felices” que los habitantes de muchos otros países del mundo.
Una esperanza cuya probabilidad también residirá en que la gente corrobore que quienes la representan y gobiernan ha entendido cabalmente la profundidad y fuerza de los mensajes que se les han hecho llegar. Que se abran a considerar la posibilidad de que la única conspiración real es la de la indignación generalizada. Que si bien en otros tiempos hubo tolerancia o pasividad, éstas se han agotado y hoy, lo único que prevalece es un ultimátum. Viene a cuento Walter Benjamin cuando afirma: El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.
Una esperanza cuya verosimilitud se sustente en mucho en una verdadera coincidencia entre quienes gobiernan y los gobernados, que se nutra de un ánimo compartido sinceramente y se alimente de decisiones cuya dimensión y alcance correspondan a la naturaleza y gravedad de los problemas que nos aquejan.
En este México y en estos tiempos tocó vivir a quienes hoy conducen los destinos de México. Con lo bueno y con lo malo que traen consigo los cambios sociales que experimentamos. Ni modo, lo que antes era una tradición o costumbre generalmente aceptada, hoy ha dejado de serlo. Aquello de que el fin justifica los medios, de lo que tanto hemos abusado, dejó de ser vigente, factible. Hasta el discurso se ha agotado. Parece ser el tiempo del sabio refrán ¡Obras son amores y no buenas razones! De lo que se haga o deje de hacer depende que vivamos en un México con esperanza o desesperanza.