Piketty y el triste regreso a la belle epoque

Comentábamos la semana pasada acerca de Thomas Piketty y su libro El Capital en el Siglo XXI, cuya versión en español acaba de editar el FCE. Decíamos que da para muchas reflexiones sobre la realidad económica del mundo en que vivimos, y también del país. Van, por el momento, algunas otras.
Piketty dice que la época de crecimiento económico socialmente incluyente, que caracterizó al mundo durante buena parte del siglo XX, es la excepción y no la regla. De los albores del capitalismo hasta 1910, así como desde 1980 a la fecha, la tendencia ha sido la de una desigualdad creciente. El Siglo XX —y más particularmente el “siglo corto” de Hobsbawn— marcó una serie de cambios que no provienen de la lógica de mercado y que permitieron que las economías crecieran, al tiempo que la distribución del ingreso mejorara.
Esos cambios son descritos por Piketty como shocks externos. Los más evidentes, entre ellos, son precisamente las dos guerras mundiales, que implicaron una severa destrucción del capital existente, particularmente en las naciones más desarrolladas. Otro, ligado al primer gran conflicto bélico, fue la instauración de impuestos progresivos sobre el ingreso. Un tercero, que se llevó a cabo con más fuerza en algunos países que en otros, fue la inflación elevada, que tuvo efectos disruptivos en la acumulación de capital y —sobre todo— en la disminución de la deuda pública. Un cuarto, de no menor importancia, fue la necesidad política de contrarrestar la influencia y la propaganda socialista con respuestas redistributivas.
En la actualidad, ninguno de esos shocks, o algo parecido, están a la vuelta de la esquina.
En ese periodo anómalo del Siglo XX, y más notablemente en la inmediata segunda posguerra, la proporción de la riqueza acumulada respecto al ingreso fue mucho menor que en otros tiempos. También fue notablemente menor el peso relativo del capital privado respecto al producto total, y el del capital respecto al trabajo. Fueron años en los que el crecimiento del producto fue superior a la tasa de retorno del capital (ganancias, rentas, intereses, etcétera), impulsado por la necesidad de reponer el capital destruido, por la competencia con el área socialista y por el intervencionismo de Estado.
Esta situación ha sido recompuesta en la actualidad. Piketty señala, con datos, que, en contra de la percepción común, el capital público es casi igual a cero, o incluso negativo (la deuda pública es casi tan grande o superior a los activos en poder del Estado). Esto significa que prácticamente todo el capital es privado. Y la proporción entre capital total e ingresos crece cada año: en otras palabras, al ritmo que vamos, estaremos de nuevo en la belle epoque anterior a la I Guerra Mundial (y a la Revolución Mexicana), al menos en lo referente a la distribución del ingreso entre capital y trabajo. Habrán cambiado las tecnologías, habrá disminuido sensiblemente el efecto colonial (los datos sobre transferencia neta de recursos nos dicen que los conceptos tradicionales del imperialismo corresponden a lo que existía hace un siglo), pero se habrán recompuesto otras relaciones sociales.
En términos sociológicos, eso quiere decir que el proceso secular en el que se crearon poderosas clases medias en distintas naciones está siendo paulatinamente revertido. No es cosa menor.
En el caso mexicano, que el autor francés no aborda (entre otras cosas, por falta de información completa y sustentada), podemos señalar, con claridad, que los procesos paralelos de cambio de la distribución capital-trabajo y cambio en la composición entre capital privado y capital público, tuvieron dos momentos distintos.
Durante el gobierno de Miguel de la Madrid se dio el primer proceso. Las políticas de ajuste propiciaron una compresión notable de los salarios, que no fue determinada por los mercados laborales, sino directamente, por una decisión política. El elemento que permitió este severo cambio distributivo fue la inflación, que alcanzó cotas altísimas en aquel sexenio.
Adicionalmente, en tiempos de MMH, el servicio de la deuda externa implicó una constante transferencia al exterior, de aproximadamente 5 puntos porcentuales del PIB, del ingreso nacional. Fueron años en los que, por la sujeción financiera, México se vio obligado a servir como colonia, en términos de transferencia de riqueza acumulable.
En la administración de Carlos Salinas de Gortari se dio la parte fuerte del otro proceso: el cambio en la composición entre capital privado y capital público. No podía haber sido de otra manera, porque el valor total del capital público ya había sido pulverizado, a través de la deuda externa, en el sexenio anterior. De hecho en el sexenio de Salinas se da una recuperación, muy parcial, del salario promedio.
El caso es que las condiciones, que empeoraron en las décadas siguientes, quedaron de tal forma que, para decirlo con Ricardo Becerra, tenemos un mercado formal que produce pobres extremos (el salario mínimo no es suficiente como para comprar la canasta básica alimentaria).
En su estudio, Piketty hace referencia a los notables cambios en la composición del capital a lo largo de los años. La preeminencia de la tierra arable a principios del Siglo XIX dio lugar a la importancia mayor del capital productivo en el XX y, cada vez más, de la propiedad urbana en el XXI.
A esto habría que agregar —y creo que es algo sobre lo que el economista francés debió bordar mucho más— el papel creciente del sector financiero, no tanto y no sólo en cantidad (hace siglos que la deuda pública soberana es un factor económico importante), sino sobre todo en calidad: sobre cómo los flujos financieros distorsionan la realidad de un capital sobrante o excesivo, respecto a sus posibilidades de realización.