Prensa internacional: Vaticinios y premoniciones

En la lejanía, a miles de kilómetros de distancia, los problemas de México se magnifican. Pare-cen más grandes, más graves, insolubles. Y quizá lo sean especialmente si se observan bajo la torcida óptica de los corresponsales acreditados en el país, quienes se encuentran divididos en dos bandos: los que ven cercana la inminente caída del gobierno de Enrique Peña Nieto y los que le dan cierto margen de maniobra condicionada, eso sí, a que cumpla con los amistosos y nada discretos jalones de orejas que le dan desde este norte o de Europa.
La información procedente de las tierras aztecas es uniforme: la condena a coro por el asesinato de los 43 normalistas detenidos por la policía en Iguala, cuyos cuerpos desaparecieron en las piras de los asesinos. Para la prensa internacional siempre hay motivos de sospecha, especialmente cuando la autoridad mexicana, el procurador Jesús Murillo Karam, se reúne con la prensa nacional y exterior para informarles el resultado de las averiguaciones iniciales.
Poco interesados en la versión oficial, los periodistas extranjeros acreditados en México se volcaron sobre los familiares, que sostienen la esperanza de ver con vida nuevamente a sus hijos y sin más base que la versión de alguno de los de dolidos padres que se mostró extrañado de que se haya podido encender un fuego tan intenso como para calcinar 43 cadáveres cuando, según recuerda, la noche de los asesinatos llovía tupidamente. Imposible encender fuego alguno.
Respetable el dicho, pero sin sustento válido o respaldo de autoridades de Meteorología, pero suficiente para abrir nuevamente las páginas de los diarios internacionales.
El gobierno mexicano miente una vez más, fue la opinión generalizada o lo que dejaron trascender en sus escritos basados principalmente, si no es que exclusivamente, en las declaraciones de quienes ni siquiera familiares de los desaparecidos han hecho del protagonismo su negocio.
Aquí se podrían citar a las moreras, las walas, los martís los sicilias y los solalindes fácilmente localizables en los archivos de los periódicos europeos o estadunidenses, reputados como peritos en la materia, o como expertos en desapariciones y asesinatos. Se les menciona sin desmerecerles el dolor que les causó la pérdida de un familiar cercano.
Las citas textuales de las declaraciones propaladas por los inteligentes analistas políticos mexicanos, la reproducción de sus ingeniosos juegos de palabras han sido oro molido para los periodistas exteriores que, una vez más, como si fueran los cuentecitos de “Durito”, lo celebran sin recordar siquiera el triste final del Subcomandante Marcos, de su declaración de guerra al gobierno mexicano —que por cierto no ha retirado— y de sus renovados esfuerzos para sacar la cabeza y que su público le ovacione otra vez con la misma intensidad, igual pasión y similar amor revolucionario.
En su obra titulada Marcos, la genial impostura, los reporteros Bertrand de la Grange y Mayte Rico, francés él, española ella, mencionan el apoyo que recibía el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, particularmente de la organización germana Misereor, que en sólo un año entregó vía la Diócesis de San Cristóbal tres millones de dólares.
Además colaboraban entidades españolas, italianas y de otros países, lo que explicaría la razón por la que sólo los monos blancos italianos fueron los guardias de corps durante el periplo revolucionario de los ezelenitas auspiciado por Vicente Fox, presidente.
Es posible que estén repitiendo esta solidaridad internacionalista, nueva explicación de los recursos que han permitido a cientos, miles de personas alejarse de sus actividades habituales para dedicarse de lleno y con tiempo completo a las manifestaciones, las protestas, con recursos financieros para traslados, alimentación y alojamiento en las plazas en las que hacen presencia cotidiana.
Cuando surgieron los discípulos de Guillén, el Subcomandante, la prensa internacional se volcó en análisis y comentarios nada amables al presidente Carlos Salinas. Interesado en el tema, el senador Antonio Rivapalacio López, líder de la Cámara alta, decidió indagar cómo funcionaba la mente de los informadores de exterior.
La conclusión fue obvia: los corresponsales recogen y clasifican las principales notas generadas por diarios y difundidas por televisión y radio.
El número de reportes refleja el grado de importancia de la información, la que reproducen y de acuerdo con las conveniencias del medio que representan, la magnifican o la minimizan.
Ha sido evidente el interés de organismos internacionales y gobiernos que no piden informes a Enrique Peña Nieto, sino que le exigen las medidas necesarias para castigar a los posibles responsables de la masacre, aunque la mayoría de las veces con el embozo de la solidaridad y el apoyo moral.
Pero también ha sido evidente que los medios nacionales se han desbordado en comentarios desfavorables para el gobierno federal, al que cargan la mano como si hubiese sido el responsable de la masacre, y que ha extendido acríticamente su respaldo a los familiares de los normalistas.
No hubo, hasta ahora, coordinación entre los órganos del gobierno involucrados en este problema.
Tampoco hubo un acuerdo de las áreas de prensa del gobierno federal, con los directivos de los medios nacionales e internacionales, que han trabajado bajo su leal entender con profesionalismo, cierto, pero sin la orientación que correspondería a una participación en las investigaciones, los procesos a los culpables y lo más necesario, el contacto diario, cotidiano, con los reporteros encargados del tema.
Mientras no se entienda que se deben abrir a la prensa, los medios seguirán publicando el resultado de sus investigaciones, siempre limitadas por razones naturales.
Y los corresponsales, continuarán como reflejo de los que aquí se festina diariamente.