Entre Washington e Iguala

Mientras los mexicanos velamos por docenas, todos los días, a nuestros muertos de Iguala y otros muchos puntos del país, víctimas del tráfico de drogas, en Alaska, Oregon y la mismísima capital de Estados Unidos —cuartel general de la guerra global contra el narco— los votantes aprobaron el martes pasado el uso de la mariguana con fines recreativos.
Y mientras nuestras más altas autoridades relacionadas con el tema de las adicciones muestran una tan patética como mañosa pobreza argumentativa para apuntalar la cerrazón a la legalización de los estupefacientes, en 23 estados norteamericanos ya es enteramente legal el uso de aquella hierba con fines terapéuticos, eufemismo con el cual se encubre el uso recreativo.
En el alud de información de estos días no se ha puesto suficiente énfasis en que con los tres mencionados más Colorado, ya suman cuatro los estados de Estados Unidos con legalización total del cannabis, no sólo para fines médicos. Se trata, sin duda, del asunto más trascendente para los mexicanos en medio de la coyuntura de horror que estamos viviendo a causa del narcotráfico.
Frente a tan apabullante evidencia sobre la inutilidad de la guerra antinarco en la cuna misma de esta sangrienta estrategia impuesta al orbe hace cuatro décadas, cuyos resultados en México están a la vista, nuestro gobierno ha optado por el mutismo.
Es vana ilusión pensar que el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto pueda hacer acopio de coraje y audacia para desacatar los dictados de la Casa Blanca y abandonar el ineficaz plan de combate a las drogas dispuesto por Washington. Pero, ¡caramba!, da grima el que ni siquiera de modo retórico se haya recriminado la contradicción entre la brutal política exterior de Barack Obama en este campo y la voluntad de los electores gringos.
Del Jefe del Estado para abajo, en particular los secretarios Miguel Osorio Chong, José Antonio Meade, Salvador Cienfuegos, Vidal Soberón y Mercedes Juan, a quienes el tema concierne de manera directa, no ha habido ni el más leve indicio de cambio genuino para abandonar la estrategia represiva, a la luz del curso de los debates sobre este rubro en el corazón mismo del imperio.
Al contrario. De las instancias responsables de la lucha contra las adicciones se escucharon esta semana argumentos francamente pueriles para tratar de sostener el no, no y no a la búsqueda de opciones frente al clamoroso fracaso de las tácticas persistentes desde hace décadas.
Se alarman nuestros funcionarios —¡uy nanita!— frente a perspectiva de que México se convierta en “un país mariguanero”. Quizá prefieren la distinción global como país de corruptos y asesinos.
¡Cómo que porqué! La ilegalidad de las drogas ha corrompido por entero el entramado social e institucional. Y el número de muertos reconocidos de manera oficial, pero mal contados, frisa los cien mil desde la declaración de guerra total por Felipe Calderón, el 11 de diciembre de 2006.
Los adictos, dijeron altas autoridades esta semana, se ven obligados a delinquir para conseguir recursos y saciar sus requerimientos de substancias adictivas. Ocultaron que las drogas son caras por ilegales. Y que en un esquema de legalización a nadie le interesaría traficar porque el precio caería al nivel de los chicles y los cacahuates en las esquinas. Pusieron el grito en el cielo nuestros funcionarios ante la eventualidad de que cambie la vocación de la tierra —apta, según ellos, sólo para maíz, frijol y sorgo— y se pueda cultivar mariguana. Como si los cultivos tradicionales no estuvieran siendo desplazados por otros de alto rendimiento para el mercado internacional, por ejemplo los espárragos o el brócoli. Y como si no existiesen ya extensas zonas dedicadas al cultivo no sólo de tabaco, sino también de mota, amapola y ahora hasta de coca, novedosa en nuestro medio.
Les preocupa —lo dijeron esta semana— a los adalides de la ilegalidad el que los jóvenes puedan decir: “Papá, me voy a la fiesta a fumar mariguana”. Les resulta tal vez preferible escuchar del hijo la confesión de que va a la fiesta a embrutecerse con alcohol, droga lícita que asimismo causa muertos en proporciones bélicas.
No nos engañemos. Lo declaren o no, muchos de nuestros jóvenes acuden a las fiestas no sólo a beber alcohol, sino también a eso que escandaliza al grueso de los funcionarios: fumar mariguana, en un entorno de violencia de altísimo riesgo para su seguridad.
Todo esto lo saben nuestras autoridades. La fingida ignorancia se debe a la ausencia de valor y nacionalismo para decirle no al Tío Sam.
En una cosa tienen razón quienes desde el poder público se oponen al fin del prohibicionismo. Aunque también en eso fingen desconocer lo que Sor Juana nos dijo hace más de tres siglos y medio: Que hay quienes andan por la vida sin ver que son causantes de lo mismo que los escandaliza.
Se anotaron un diez en su oposicionismo al aislar la mariguana del debate general y más amplio sobre la totalidad de las drogas. Ahora se habla de una eventual legalización de esta planta y nada más. Y en tales circunstancias, ¡pues claro que los narcos se dedicarán a traficar con todas las demás drogas, conocidas y por conocer!
En tales circunstancias los mexicanos nos olvidaremos pronto de las atrocidades del alcalde José Luis Abarca y sus cómplices locales, estatales y federales. Y de las centenares de miles de víctimas de las drogas. Pero no resolveremos jamás el angustiante problema de la violencia.