Zedillo, tras los atracomulcas

Está grabado en piedra sobre muchas pirámides y monumentos que reproducen glifos aztecas y de otras culturas de prácticamente todas latitudes: la historia se repite. Es como ?una serpiente que se muerde la cola. El futuro persigue inexorablemente al pasado.
El ya fallecido profesor Crane Brinton –de Harvard, but of course– completando la famosa frase de Jorge Santayana –«el que no conoce la historia, está obligado a repetirla»– sólo agregó con su escepticismo acostumbrado: «…y quien la conoce, también».
Viene a cuento lo anterior por las enormes lecciones que dejó a los mexicanos el paso de la decepción llamada Ernesto Zedillo por el territorio nacional. Administrador de tercer talón, de un gris desechable todo él, Zedillo era un personaje hechizo, artificial, impuesto por las circunstancias, para un ratito.
Su incapacidad fue tan grande, que le alcanzaron dos años y medio para acabar con el sistema político y con el gobierno. Primer presidente en 70 años que perdió la mayoría en el Congreso, éste se dio a la tarea de descalificarlo y desautorizar a su gabinete, juzgándolo incapaz para el ejercicio del poder político.
En el seno del Congreso, efectivamente, se pedía su dimisión un día sí y otro también. Ya no lo dejaron acercarse a las Cámaras y se deslegitimaron todas sus operaciones estelares, como los ominosos rescates carretero y bancario?.
Afectado, con una saña inaudita, Zedillo ex presidente cometió actos incalificables de traición a la patria y prevaricato, confiando secretos de Estado a las compañías gringas que le ofrecieran acciones y empleo personal. Todavía trabaja para ellas y continúa chupando información del aparato.A cambio, para quedar bien con todos y con ninguno, emprendió la creación de «organismos constitucionales autónomos», restándole todas las capacidades ejecutivas al gobierno, con el sonsonete de que «es lo que pedían los inversionistas extranjeros para confiar en México».
Sirvió precisamente a los extranjeros, no al país.
Apoyado para llegar al poder por la sociedad secreta de ex alumnos de la Universidad de Yale, Skulls & Bones –«huesos y calaveras»–, de la que era miembro William Clinton, su desafortunado compañero de clases, Zedillo arribó con la consigna de entregar la Presidencia al panismo, que ya se había afianzado con Carlos Salinas y antes con Miguel de la Madrid.
OTRA VEZ, EL FANTASMA DE LA DIMISIÓN
Aunque usted no lo crea, a este personaje de triste figura y peores recuerdos, es al que ?los bisoños «gobernantes» de Atracomulco le beben los alientos, para pedir su «consejo desinteresado» y le ofrecen posiciones jugosísimas, para continuar abaratando al «gobierno». Zedillo es hoy por hoy, el único ex presidente verdaderamente influyente. Controla ya todas las posiciones estratégicas de la industria petrolera, a través de las comisiones que crearon las reformas constitucionales? y que, por el bien del país y contra la voluntad del «gobierno», ya no podrán operar para subastar la soberanía nacional.
El fantasma de la dimisión, estrenado por Zedillo, ronda otra vez la República. Miles de ciudadanos encolerizados y abrumados por la falta de empleo y por la crisis económica provocada por los Atracomulcas, claman en las calles, los jardines y plazas públicas a través de gritos de indignación.
Quien los convoque es lo de menos. Lo que no se puede hacer es poner oídos de artillero a un reclamo de esa magnitud, peso político específico y actualidad. Sería caer en un cinismo esquizoide que negara lo evidente y sólo construyera, cuando así conviene, fantasiosos escenarios de aprobación y aplauso dirigidos.
La afrenta ha tenido eco, lo que habla de una realidad descarnada e insolente. Si se quiere, es parte de un mundo bizarro, pero ya se demostró en la calle que existe?, que puede transitarse por otro, aunque no cuente con el subsidio de miles de camiones para transportar descamisados en catarsis.
El argumento que resta para defender la permanencia de los usufructuarios del poder es la exigencia de que den la cara para cumplir lo que han prometido. Sin embargo, es el mismo argumento que se utilizaba por el perredismo para que Aguirre no se fuera. Son sólo los sofismas del poder.
Critican el argumento cuando éste se utiliza para defender al que protegen. Pero si hace falta para defender al propio, el argumento adquiere validez automática. ¿No que lo único que hace a todos iguales es la ley?
Esto, hay que reconocérselo a Zedillo y a los peñistas, es lo único que faltaba para irnos todos directo al infierno. ¿No será mejor?
CHUAYFFET Y AGUIRRE, COMO ENTONCES
En momentos en que se duda seriamente de la capacidad operativa del Estado- o lo que quede– cualquiera coincidiría en que es necesario abrir un espacio de reflexión para diseñar estrategias de renuevo, en lo que se pueda salvar del equipo, que alienten un esfuerzo de reestructura y no estarse solazando en la mediocridad del mensaje televisivo o en el autismo que festeja lo inasible e inexistente.
Pero no. La fiesta necia sigue y es ya insoportable por cualquier oído sensato, el absurdo y obtuso sonsonete «publicitario» (o antipublicitario) que se repite noche y día en todos los medios sobre las bondades –a estas horas ya extintas– de la reforma energética y sus beneficios para la población. Es atorrante, contraproducente y vomitivo.
¿A qué mente enferma de comunicador de rancho, le sirve machacar sobre un fracaso histórico y todavía pretender que el público esté ansioso –como perrito de Pavlov, secretando ante el estímulo–? si las expectativas ya deberían haber pasado a mejor vida y debemos estar pensando en rehacer el modelo de crecimiento, para no morir junto con el intento?
Operadores priístas de antaño, hoy en activo, se duelen de que los jóvenes mexiquenses no tengan ni la sombra de aquéllos que gobernaron todo un siglo. Señalan que existen testimonios, biografías, libros , hasta documentos oficiales que deberían consultar para saber cómo se hacía. Sólo que no sepan leer.
¿A qué presidente priísta se le hubiera ido de las manos la oportunidad de escoger un culpable? Ni al más zafio. Bueno, sí. A Zedillo, hoy estandarte-emblema de la restauración, que siempre ha ostentado una sensibilidad de paquidermo.
Zedillo armó la matanza de decenas de mujeres y niños de Acteal, después de un pésimo manejo del espectral «conflicto» de Chiapas. Lo ejecutó el mexiquense Emilio Chuayffet ?, con una impudicia extrema que requirió de su destitución como secretario de Gobernación, aparte de otros merecimientos impublicables.
Ahora, en la restauración Zedillista, inexplicablemente, el «maestro» Chuayffet, con más poder que nunca, atiende a mujeres y niños que no saben por qué se encuentran en sus manos. También «El Gordo» Aguirre fue habilitado por Zedillo como sustituto de «El Chómpiras», para cubrirle las espaldas, ¡y vean en qué resultó la tragedia!
La crema y nata de lo peor del Zedillismo, los rescoldos de un gabinete de tecnócratas presuntuosos y fallidos?, es restaurada hoy por los mexiquenses en puestos delicadísimos de la administración energética, que en buena hora ya no nos avergonzara más. Pasa a los anales del ridículo consustancial.
Ese fallido negocio sexy del polígrafo para todos, debería aplicarse, pero en serio a los zedillistas, coautores, junto con el peor presidente del siglo, de grandes vergüenzas mexicanas. Por algo se empezaría. Pero «ese día no vendrán las mariposas con sus alas vaporosas a posarse entre las flores…»