Recrean juicios de la inquisición

Antes de ser quemados por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, hombres y mujeres de la Nueva España tenían oportunidad de reivindicar su fe en la creencia católica. “¿Mueres en la fe de Cristo?”, se le preguntaba al sentenciado. La respuesta era escuchada por toda la población, a quien se convocaba para asistir al auto de fe.
El hereje, judío, homosexual o bígamo había sido juzgado previamente en el Antiguo Palacio de la Inquisición (hoy convertido en el Palacio de la Escuela de Medicina). En medio de una procesión encabezada por el virrey, el arzobispo y el cabildo de la ciudad, el enjuiciado era conducido hacia el Zócalo central mientras la población le injuriaba y apedreaba.
Aquella oscura página de la historia mexicana es revivida en el mismo escenario donde tuvo su sede el Santo Oficio. La compañía Fénix Novohispano, que dirige Juan Francisco Hernández Ramos, presenta Juicios de vivos y muertos en el Antiguo Palacio de la Inquisición, donde recrea seis casos de enjuiciamiento, la procesión que se realizaba y el auto de fe que seguía a todo caso que se presentaba.
“En esta ocasión —señala el director— quisimos hacer una recreación histórica con un elemento del presente, representar aquellas cosas que se empezaron a juzgar en el siglo XVI en la Nueva España, pero que todavía siguen juzgándose en este momento. Lo que se juzgaba es lo que se sigue hoy cuestionando; hoy como en esos días también hay intolerancia, discriminación, se habla de homosexualidad, lesbianismo o de la forma diferente de pensar.”
El espectáculo no sólo plantea una reflexión en torno a la manera de juzgar lo que está en contra de lo establecido, sino que también da la oportunidad al público de conocer de primera mano la experiencia que vivían los enjuiciados novohispanos. Los seis procesados son elegidos de entre el público y deberán elegir entre confirmar su fe o elegir la hoguera, para no dejar rastro ni de su cuerpo ni de su alma.
“A la gente le ponemos los mismos casos y al final el público que participa tiene la posibilidad de decir si cree o no cree; después de los pecados que cometiste se le pregunta: ‘¿mueres en la fe de Cristo o no?’; los que deciden no confirmar su fe salen transformados, pero hay quienes sí creen y siguen dentro de la misma burbuja del tiempo y el pensamiento controlado”, opina Hernández. El guión de la representación ha sido escrito por Daniela Pérez Acosta a partir del libro del siglo XIX La inquisición en México, con prólogo de Julio Jiménez Rueda y la biografía del obispo Francisco de Moya, escrita por Francisco de Sosa. El recorrido comienza en el Templo de Santo Domingo y llega al Antiguo Palacio de la Inquisición, en donde se ingresa para realizar los juicios inquisitoriales. Previamente, el público asiste a un recorrido completo por todo el antiguo Palacio de la Inquisición, incluidas algunas Salas del Museo de la Medicina Mexicana. Quince actores, vestidos a la usanza del siglo XVI, representan a personajes como el arzobispo Pedro Moya y Contreras, quien encabeza los juicios. La procesión se realiza en torno al claustro del edificio que, a decir de Hernández, tuvo otra apariencia cuando fungió como sede del Santo Oficio.
“El edificio ha ido cambiando. Lo que conocemos es del siglo XVIII, pues se han tenido varias remodelaciones. Antes el edificio se inundaba y los presos morían ahogados; a lo largo de los años el edificio ha tenido tres grandes modificaciones, pero arquitectónicamente no deja de ser un palacio, cuenta Guillermo de Lampart, quien vino de España en 1641 y logró fugarse del edificio brincando las bardas y rompiendo los barrotes, así que la apariencia era otra.”
De cualquier manera, el ambiente oscuro de la Inquisición se conserva entre los muros. La ambientación de Fénix Novohispano contribuye a crear la atmósfera. “En el edificio se les condenaba, se hacía el proceso, los interrogatorios, se les metía a las cárceles y llegada la sentencia se procedía a realizar el auto de fe, una procesión avanzaba hasta el Zócalo, hacia la picota donde se les quemaba”.
En todo juicio participaba el arzobispo, el virrey y el cabildo de la Ciudad de México, se ponía un gran templete en donde se sentaban las máximas autoridades y el pueblo alrededor estaba de pie; cada caso se pregonaba públicamente. “Por el morbo, la gente salía a ver a quién iban a quemar y se volvía una fiesta, un espectáculo, era un gran ritual ese acto de fe; la gente participaba y mucha gente se encendía con los judíos, con las mujeres y hombres bígamos”.
El auto de fe se convertía en un espectáculo, a los enjuiciados se les ponían un capirote y mantas de diferentes colores (verde, morado o negro) para simbolizar el pecado que habían cometido. “La gente que iba en la procesión iba vilipendiando al juzgado, lo iban ofendiendo, y una vez llegados al Zócalo se les quemaba”. Sin embargo, el olor fétido de los cuerpos vivos quemándose, obligó a cambiar de sede a la Plaza de la Santa Veracruz, a un costado de la Alameda.
“Nosotros no hacemos el recorrido, pero sí la procesión dentro del mismo claustro; a los participantes se les pone un capirote (diseñados por Luis Melchor Acuña) y van vestidos de determinado color según el caso por el que son juzgados; tampoco son llevados a la hoguera, pero sí se les preguntamos si mueren o no en la fe de Cristo. Si no mueren en la fe de Cristo salen victoriosos, lograron cambiar su concepción del mundo, pero los que no, siguen con ese pensamiento del siglo XVI que sigue permeando.
Así nació el terror
Por Real Cédula en Madrid, el 16 de agosto de 1570, Felipe II mandó fundar el Tribunal de la Inquisición en Nueva España, con jurisdicción en Guatemala, Nueva Galicia y Nicaragua, nombrando inquisidor a Pedro Moya de Contreras.