Museo cuenta historia del chocolate partiendo de México

Bruselas, que presume de ser la capital internacional del chocolate, gana un nuevo museo dedicado a la historia de ese producto, desde su descubrimiento en lo que es hoy México hasta su popularización en todo el mundo.

Con el ambicioso nombre de «Ciudad del Chocolate Belga» , el establecimiento se extiende por 900 metros cuadrados repartidos en tres pisos del que fue una vez una de las mayores fábricas de chocolate del país.

En la década de 1950, la chocolatería Victoria producía seis mil toneladas de chocolate al año.

Su transformación en museo se inició en 2005 y costó cerca de 2.5 millones de euros, incluida la construcción de un invernadero tropical donde se han plantado dos árboles de cacao, bananeros y especias como el cardamomo, la vainilla y el pimiento.

El visitante está invitado a penetrar en ese espacio para conocer con todos sus sentidos el origen del chocolate y de los productos que se le pueden añadir en búsqueda de un sabor especial.

«Nuestra intención era hacer algo moderno e interactivo, inédito en el escenario belga» , dijo a un periódico de circulación nacional  Philippe Pivin, burgomaestre de la localidad de Koekelberg, donde se sitúa el museo.

Siguiendo el concepto, el local reserva también un área de destaque para la realización de oficinas en las que el gran público podrá aprender a fabricar pralinés, la especialidad belga en materia de chocolate.

La historia del chocolate se cuenta a través de su evolución en el tiempo y en la geografía mundial, al comenzar por sus primeras utilizaciones como bebida ritual, medicina y moneda de cambio por las poblaciones maya, tolteca y azteca de México.

Para ello, el museo ha optado por el apoyo de una serie de pantallas táctiles en las que el público puede elegir el tema que le interesa.

Se cuenta la llegada del producto a Europa de manos de los conquistadores españoles, la introducción del azúcar y la vainilla por los monjes de ese país, el desarrollo, en Holanda, de una novedosa técnica para producir chocolate en polvo y, finalmente, la creación belga de un chocolate relleno de ganache, el praliné.

Al mismo ritmo, se explica cómo el producto pasó de ser considerado espiritual a símbolo de estátus, hasta llegar a su popularización a nivel mundial.

El museo también no deja de alabar las propiedades químicas del chocolate y sus efectos benéficos para la salud.

No obstante, falla al no explorar los empleos modernos del producto, como en la cosmética.

La visita concluye un salón de degustación donde se puede también comprar todo tipo de alimento a base de chocolate fabricado en Bélgica.

«El objetivo es doble: enseñar a los visitantes algo sobre el chocolate y revalorizar el chocolate belga, hacer se le aprecie» , dijo Henri Dupuis, idealizador del museo.