Un gran humanista: Henrique Gonzáles Casanova

Hace mucho tiempo, el historiador Gastón García Cantú contó que le preguntó a Enrique González  Pedrero dónde había aprendido política. Este era un agudo profesor de ciencia política que llevó a la praxis su cultura en gestión estatal.
Repuso que en la UNAM, no porque se tratara de una universidad excesivamente politizada, sólo lo necesario, como la UAM, añado, debido a la profundidad de los estudios e inquietudes sociales.
Yo podría decir otro tanto. Curiosamente tuve en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM extraordinarias clases de literatura.
El propio González Pedrero dio varias explicaciones sustentándose en Shakespeare o en Albert Camus. Pero me refiero a uno de mis profesores inolvidables: Henrique González Casanova.
Impartía Redacción en el primer año. Si se desea ser estadista, no un político del montón, ¿cómo no escribir correctamente? Todas sus clases fueron memorables.
Nos dio lecciones de prosa y poesía, de crítica literaria. Hablo de 1962. Más adelante nos cruzábamos en los pasillos de la misma facultad como profesores.
Henrique González Casanova hablaba con una perfección insólita. Su sintaxis era impecable, perfecta y su cultura sorprendente. Podíamos ver la puntuación en el aire, la palabra justa, diría Flaubert, dibujándose ante nosotros en lecciones magníficas.
Lo buscaba fuera del aula y no era tan distante como otros de su talla. Le llevé mis primeros cuentos y me dio su opinión.
Me dijo: Sé que usted está en el taller literario de Juan José Arreola, escúchelo, léalo con cuidado, aprenderá mucho.
En algún momento, con algunos compañeros, le solicitamos tomar un café fuera de la Ciudad Universitaria y que nos hablara solamente de literatura. Accedió. Nos citamos en un café afamado de aquella época y cuando llegó nos preguntó de qué quieren platicar.
Hubo un silencio incómodo. Yo lo eliminé: de García Lorca. Por unos minutos nos dio una clase magistral sobre el poeta español y su generación, la del 27. Otro le preguntó por el Rulfo cuentista.
De nuevo nos dio unCuando yo estaba por concluir la carrera, fui a buscarlo y le pedí permiso para escucharlo nuevamente.
Con sonrisa gentil, preguntó: ¿Para qué? Entiendo que ya está haciendo su tesis. Por su cultura e inteligencia, maestro. De nuevo disfruté la sabiduría de un inmenso profesor.
Cuando murió el narrador Alberto Bonifaz Nuño, hermano de Rubén, estuvimos en la agencia funeraria.
En algún momento González Casanova me dijo: He notado que usted se tutea con Gastón (García Cantú) y Rubén (Bonifaz Nuño), ¿por qué no dejamos de lado el usted? Mi respuesta fue directa: Ellos no fueron mis maestros, usted sí. René, hagamos un esfuerzo, ahora somos pares.
Perdone, maestro, no es así, ahora si usted me quiere tutear, por favor, hágalo. Así fue. Para mí es un honor contar con su amistad.
De todos los González Casanova, él fue el más cercano. Con Pablo la relación fue exclusivamente como profesor, con Manuel, por ser el de menor edad, tuve trato de colegas en Difusión Cultural de la UNAM.
Cuando mi profesor Henrique González Casanova falleció, fue un golpe a la tradición del académico serio, culto, inteligente, generoso.
Es verdad, la mayoría de mis mentores fueron personajes de las ciencias sociales, de la política, y aquí sí la lista es infinita.
Con algunos mantengo la relación, como con el doctor Modesto Seara Vázquez, sin duda el mayor internacionalista. La mayoría ha muerto o se ha retirado a investigar.
Mis recuerdos más bellos se han poblado de muertos. Sin embargo, yo los mantengo vivos como eran durante sus prodigiosas clases.
Es el caso de Henrique González Casanova, quien mucho ayudó y estimuló a sus alumnos. Una estirpe grandiosa está en extinción.