El cuchillo y el odio

En medio de la coyuntura, en ocasiones perdemos la capacidad de percibir lo que envuelve a nuestro frágil capullo vital y al cual, paradójicamente, consideramos como sinónimo de la realidad total.
Todos los días suceden en nuestro país eventos, trascendentes sin duda, que acaparan la atención de la mayoría por el impacto que tienen en la vida cotidiana; sin embargo, el concentrarse sólo en ello impide hacer un alto, levantar la mirada y percibir el contexto global en el que están ocurriendo y ocurriéndonos cosas.
En una sociedad visual como la nuestra, lo inexplicable es que hemos perdido la capacidad de observar; de ver de verdad. En ese sentido, las imágenes de un verdugo decapitando periodistas no es una nota más en el guión de los noticiarios. Esa imagen transmitida a todo el planeta es la síntesis de la barbarie civilizatoria en la que estamos sumidos. Se trata de la expresión máxima del poder sin controles ni contrapeso; y esto aplica para ambos bandos. No hay en esta tétrica historia, buenos y malos: hay sólo poder y esa es la parte más siniestra.
La sofisticada capacidad destructiva de los drones occidentales encuentra una respuesta igualmente bárbara: la del cuchillo en la mano. Y en esto es en lo que nos jugamos nuestro papel civilizatorio en la historia: porque lo esperable de la lógica imperante es que como respuesta haya más bombardeos, así como una cacería frenética en contra del verdugo identificado y, como resultado, más destrucción y muerte de miles de seres humanos que nada tienen que ver en los juegos de los poderosos.
Uno de los elementos del poder llevado al extremo del terror se encuentra precisamente en el control sobre la muerte. Quien decide quién vive o quién muere se ubica en las antípodas de lo humano y se coloca, siempre en una faceta de lo monstruoso, del lado del sinsentido.
Nuestro mundo está muy lejos de ser un lugar de justicia: hay hambre incluso en los países en los que se vive con opulencia. Lo que es más, los datos disponibles permiten sostener que hoy los países son inmensos territorios en los que sólo unas pequeñas fracciones de sus habitantes pueden acceder al bienestar.
Como consecuencia, cada vez más se consolida la imagen de un “corporativo-mundo”; es decir, de un poderoso conglomerado integrado por unos cuantos hiper-ricos, los cuales tienen a representantes nacionales encargados de mantener el sistema de espoliación salvaje de los recursos de cada territorio, pero también de los miles de millones de personas que los habitamos.
En este contexto, el odio puede crecer y expandirse fácilmente, generando inmensos campos de lo que, parafraseando a Baudelaire, podríamos considerar como los interminables campos de las flores del mal; pero, a diferencia de las consideradas por el poeta, hoy las que estamos cosechando son verdaderas flores emponzoñadas, las cuales instilan veneno en todo aquel que se les aproxima.
La imagen de un verdugo degollando a periodistas, quienes en sentido estricto son los modernos transmisores y guardianes de la crítica pública, es mucho más que la imagen de un hombre asesinando a otro: es la ruptura civilizatoria y el desprecio absoluto de tirios y troyanos, respecto del valor de la vida humana.
En este caso no es una represión frente a la libertad de expresión; se trata de un acto de venganza a través de la aniquilación de personas que transportan mucho de lo mejor que tiene la tradición occidental: la vocación de la palabra y de la crítica como instrumento privilegiado de la democracia.
Un cuchillo en la mano, tal y como lo hemos visto en las pantallas, es siempre la imagen del odio encarnado. Ese odio tiene un origen y éste se encuentra en la incomprensión de lo humano; en la reiterada negativa de los poderosos a renunciar a sus privilegios, en aras de una sociedad global que pueda vivir y pervivir en paz.
Sobre el concepto de la solidaridad
Es interesante observar que la raíz de la palabra solidario se encuentra en la partícula “sol” (sollus, en latín), la cual alude a la cualidad de “entero”. Esta misma raíz forma parte de palabras como “soldado”, “solicitud”, etcétera.
El término “solidaridad” es definido por la RAE como la acción de adherirse circunstancialmente a la causa de otras personas o colectivos, mientras que otros diccionarios la definen sólo como la adhesión voluntaria con una causa en común o bien con una causa ajena con base en motivaciones éticas.
Es evidente que se trata de una de las que pueden ser consideradas como “palabras mayores” porque tiene su asidero ético en la noción de la alteridad. Es decir, es un vocablo que alude una acción –ésta es otra clave- que se ejecuta en aras de ayudar a quien requiere de nuestra presencia o asistencia.
A lo largo del siglo XX este concepto fue utilizado desde el ámbito institucional de manera muy relevante. La primera ocasión fue asociada a la seguridad social. En efecto, el lema del IMSS dice a la letra: “Seguridad y solidaridad social”. Al respecto vale la pena recordar que la Ley de creación de este Instituto, promulgada en 1943, establecía que el IMSS debía ser concebido como el principal instrumento del Estado mexicano para la distribución del ingreso a través del empleo digno y la cobertura frente a los riesgos sociales asumidos como generales en ese momento.
La segunda ocasión que se usó este concepto en el ámbito gubernamental fue durante la administración de 1988-1994, en la cual se creó el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol), y desde el cual fueron “renombrados” programas emblemáticos para el desarrollo regional como el IMSS-Solidaridad, el cual, dada las modas sexenales, fue transformado posteriormente en el programa IMSS-Oportunidades.
Más allá de las discusiones sobre su uso ideológico, ambos ejemplos permiten dimensionar el poderío de los significados que transporta el concepto en cuestión; lo cual debe llevar al recordatorio, siempre necesario, respecto de que las palabras no son “meros vehículos” de comunicación, sino construcciones culturales que transportan significados y elementos de sentido para la acción social y la vida.
Pensar las palabras es importante; lo es más ante fechas a las que el sistema de Naciones Unidas nos convoca a reflexionar, como es precisamente el caso del Día Internacional de la Solidaridad a conmemorarse el próximo 31 de agosto. De acuerdo con la ONU, la práctica y la promoción de la solidaridad humana constituyen uno de los cimientos y garantías de la paz mundial.