¿Serán reformas turbo?

Llegamos, para efectos prácticos, al primer tercio del camino de Enrique Peña Nieto como presidente de México.
Los tiempos políticos marcan que es momento para hacer un balance, en el entendido de que se trata solamente del primer ciclo en un proyecto sexenal delineado con bastante claridad.
Hay un elemento muy evidente, que hace estos dos años diferentes de los inicios de sexenio en las tres administraciones anteriores: la ola de reformas estructurales que han sido aprobadas, algo que no sucedía en una generación.
Está claro que, como se trata del principal activo del gobierno, el Presidente hará énfasis de ello tanto en el Informe de Gobierno como en su mensaje a la nación.
Puede decirse, sin temor a estar equivocados, que el principal logro del gobierno de Peña Nieto ha sido la recuperación de la política como espacio de construcción de acuerdos y de procesamiento de los desacuerdos.
El Pacto por México nos dice que es posible en este país una democracia plural, siempre y cuando las partes contribuyan.
En ese sentido, el sentido de responsabilidad en las dirigencias partidarias abonó a este éxito, que no solamente es del gobierno federal.
El Pacto funcionó, entre otras cosas, porque hubo condiciones políticas para ello, al quedar marginados los grupos más reacios al acuerdo en los partidos opositores.
Condiciones similares, desgraciadamente, no parecen existir para otro pacto necesario para el país: uno que involucre a los sectores productivos, y ayude a una redefinición de la distribución del ingreso.
Esto viene a cuento porque, a diferencia de lo sucedido en el ámbito político, no se pueden entregar buenas cuentas en la economía
Si bien se ha mantenido la imprescindible estabilidad macroeconómica, la tasa de crecimiento del producto en estos 21 meses ha sido apenas similar a la del aumento de la población.
El escaso dinamismo de la economía se ha traducido en un insuficiente crecimiento del empleo formal y en un aumento de la proporción de la PEA que está en la informalidad.
En otras palabras: seguimos anclados al estancamiento estabilizador que caracterizó los dos sexenios anteriores.
Ahora, se dice, están dadas las condiciones para crecer a un ritmo más decente. Por lo pronto, ayuda que la economía de Estados Unidos –que, por desgracia, sigue siendo el motor de la mexicana, cuando debería ser la demanda interna- muestre señales de recuperación.
Aún sin los efectos de las reformas, la economía nacional está acelerando. Lo malo, es que está estacionada: acelera prácticamente desde cero.
El hecho es que, mientras las reformas no se reflejen en el bolsillo y en las expectativas de millones de mexicanos, no habrá posibilidades, para el presidente Peña Nieto, de cantar victoria.
Algunas de ellas lo harán hasta después de terminado su sexenio, pero otras –notablemente, la energética y la de telecomunicaciones- tienen el potencial para generar un nuevo estado de ánimo nacional.
El reto, entonces, es que las reformas funcionen como turbo.
Todo depende, lo sabemos, de que se instrumenten correctamente, que promuevan la competencia de manera efectiva y que no den lugar a nuevos fueros y privilegios. Hay candados legales a favor de que así sea, y una enraizada cultura política en contra.
Otro elemento que probablemente se destaque en el Informe y el mensaje es la disminución de la violencia en el país.
Es un hecho medido y constatado. En este caso, el Presidente también cuenta con la ventaja de que el país venía de una situación y de unas cifras terribles, derivadas de la estrategia de choque de su antecesor. También está medido y constatado que la disminución a la que hacemos referencia ha sido desigual, y que hay regiones en las que la violencia ha empeorado.
En otras palabras, aunque es relevante lo conseguido (pensemos solamente en lo que significan diez mil tumbas menos al año), Peña Nieto ha realizado la parte menos complicada, que era revertir la tendencia al aumento de los homicidios y la presencia amenazante del crimen organizado en vastas zonas del país. Adicionalmente, las autoridades han capturado a capos importantes, empezando por el Chapo Guzmán. Falta que el efecto de la estrategia sea general, a lo largo y ancho del país para que regresemos, cuando menos, a los niveles que existían en el alba del siglo XXI.
En ese aspecto, la sui generis experiencia michoacana nos podrá decir qué tanto se puede avanzar. Por lo pronto, aunque se ha mermado la fuerza de un cártel terrible, los datos indican que la violencia ha cedido muy poco.
Todavía no sabemos si la Fuerza Rural pasará la prueba del ácido.
Existía el riesgo de que el gobierno de Peña Nieto se dividiera claramente en tercios: reformas, administración y (posible) cosecha de frutos. Eso sería pensar de manera miope y sexenal.
Parece que no será así: que se mantendrá vigente la propuesta reformista, tal y como lo sugieren las iniciativas preferentes que se presentarán a este periodo de sesiones.
La diferencia estriba en que ahora dichas iniciativas tendrán que ser discutidas en pleno año electoral, sin la cobertura del Pacto por México.
Ahí se verá, de verdad, si este gobierno es capaz de superar el ciclo tradicional de hacer política en nuestro país. Ojalá.
Porque quien piense es posible regresar a los tiempos de las mayorías legislativas automáticas es un guajiro soñador.