Porque las pesadillas no necesitan alta definición…

Saquemos a las películas de la mente: que ningún recuerdo opaco, malhecho y oportunista dañe la visión de estas letras. Concentrémonos en el sonido de la mandolina atacando al oído mientras la imagen en negativos del choque que da origen a la historia de Silent Hill pasa por nuestros ojos, con la leyenda superpuesta «There are violent and disturbing images in this game». ¿Recuerdan?
Entonces saben lo que sigue: un desorientado padre de familia se sobrepone al golpe y sale del auto en busca de su hija, corriendo por calles en una ciudad que carece de vida. Y el primer encuentro con el mal, después de encontrar un cadáver colgado y abierto en canal hasta el fondo de un callejón, es glorioso.
Recuerdo el sudor frío que recorrió la espalda por no poder frenar a los monstruos enanos que se me acercaban a morderme. Sus risas quedaron grabadas en mi mente; se reprodujeron incluso en algunos de mis ¿sueños?
La escuela y el cajón desde el cual se escuchaban golpes provocados por la nada; recorrer de un lado a otro los salones para hallar pistas y colocarlas en sitios estratégicos; el primer encuentro con la oscuridad; el jefe que matas a escopetazos cuando abre el hocico y el sonido de la sirena cuando la calma regresa. ¡El acertijo del piano! Hasta hoy no sé cómo logré sortear ese obstáculo; la respuesta me demoró varias semanas.
Cada detalle en la trama es motivo de espanto… y logrado con una identidad propia, distante a otros juegos de finales de los 90s que eran referentes en los inicios establecidos del Survival Horror.
Hace más de una década que dí la útlima vuelta por las calles del primer gran ejemplo de los juegos de terror psicológico, y aún no olvido el ingreso al centro comercial. Allí donde las televisiones comienzan a mostrar interferencia y Cheryl clama por su valiente padre. «Daddy!? Where are you!?».
Tampoco escapa de la memoria el momento en que traté de salir del salón de clases y el sonar del teléfono me anima a brincar del asiento. Una más: el llanto en los baños de la primaria… o el primer encuentro con las enfermeras… o la recta final del juego. ¿Se acuerdan? ¿Cómo lograr eso en un videojuego, hace década y media?
Genios. Eso fueron los fundadores de la trama. Todos quienes armaron una pieza maestra que se dieron el lujo de superar en la secuela, e incluso ampliar en historia y terror para la tercera entrega, no merecen ser calificados de otra forma.
Desde la suprema pieza musical de inicio, hasta la escenificación con su estresante sonido ambiente y el trabajo de voces, pasando por unos hermosos y bien cuidados videos en movimiento completo, y la excelente historia que involucra a la reencarnación del mal, acertijos complicados y mucha oscuridad. Nada escapa a la excelencia en la carta de presentación de la saga de culto que se ha pervertido con el paso de los años, pero que al menos en las consolas mantiene una esencia difícil de superar.
Por eso: porque Silent Hill fue un causal determinante en que el romance sostenido desde la infancia con Nintendo sufriera una complicada ruptura, y porque al paso de los años sigo reviviendo momentos clave frente a esta gran pieza de los videojuegos, es que la colina del silencio sí merece una remasterización.